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LECTURA

Dionisio Ridruejo, entre París y Madrid

Jordi Gracia

Debe de ser verdad que a la ética democrática se llega por caminos insospechados, porque el que tomó Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, 1912-Madrid, 1975) fue ciertamente extravagante. Lo que escribe y cuenta en estas cartas de 1963 y 1964 es incompatible en casi todos los puntos con el muchacho de veintipocos años con mando en la jerarquía de Falange desde 1938, como jefe de Propaganda durante la guerra, y corresponsable de un invento que ha de dejarlo metido para muchos años en una iconografía bélica, retórica e ideológica de la que ya no podría huir por sus propios medios: la División Azul y el esfuerzo por hacer de Europa un espacio político unificado bajo el poder del fascismo nazi de Hitler. La construcción del personaje está hecha en 1942, cuando acepta con entusiasmo la idea de Serrano Suñer y asume su alistamiento inmediato. Para entonces es un triunfador brillante y seductor: ha tenido rifirrafes con Franco desde el decreto de unificación de 1937, en plena guerra, lo han metido en la cárcel por insubordinarse, escribe artículos incendiaria y ruidosamente fascistas en las páginas de Arriba -por la Revolución y contra el conformismo de la Victoria- y pasa por complicaciones sentimentales y personales atosigantes. La mejor salida que tiene entonces para hacer algo decente, o no del todo sinónimo de la revancha triunfalista y obscena, es organizar desde Falange una revista culta como Escorial en 1940 y seguir haciendo y publicando poemas, los que tratan de sus amores con Áurea (Marichu de la Mora, que es quien le presentó a José Antonio Primo de Rivera en 1935), los que tratan de la guerra retóricamente, como Poesía en armas (1939), los que tratan después del impacto de Rusia en sus retinas morales: la luz, la nieve, la muerte y... una semilla de duda.

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Las cartas del exilio

Pero sin más, o sin más todavía. En sus Cuadernos de Rusia, publicados póstumamente, y en alguna parte inédita de su correspondencia, hay efectivamente vacilaciones sobre su fe y su fiebre falangista de los primeros cuarenta, pero aún no son nada comparado con lo que vendrá. Lo seguro del todo es el inadmisible rumbo político y cultural de la España de Franco desde el mismo momento de la Victoria del 1 de abril, y eso lo confirma plenamente cuando vuelve de Rusia en la primavera de 1942. Por eso escribe a Franco el 7 de julio mostrando su discrepancia con el régimen no precisamente porque le falte aliento democrático, sino porque es insuficientemente fascista con respecto a los ideales igualitaristas de tipo social que engancharon a Ridruejo en el sueño de la Revolución, y que son los mismos en gran medida que van a hacerlo saltar del caballo bronco del fascismo. La respuesta de Franco a la carta y a las dimisiones previas de Ridruejo de todos sus cargos políticos, incluido el sueldo de la dirección de Escorial, es el confinamiento en Ronda y después en el Maresme catalán desde octubre de 1942 hasta 1948.

Y allí propiamente empieza la maduración interior, moral, intelectual de un escritor y político. Las lecturas de moralistas sensatos (y franceses), la frecuentación rendida de la prosa y la persona de Josep Pla y el entorno de Destino, el conocimiento material de la demencia del nazismo van definiendo el circuito que lo lleva a la cárcel en la crisis de febrero de 1956 y finalmente al descaro opositor. Porque eso fue la reunión en Múnich, en 1962, de un centenar largo de españoles del exilio y del interior (unos ochenta, entre ellos Ridruejo) para tratar de las condiciones políticas de una futura integración en Europa. Las económicas las estaba poniendo el sector opusdeísta en el poder desde 1957-1959, y digo políticas porque son las que exasperan y recrudecen la represión franquista contra quienes han ido al Contubernio de Múnich, que es como la prensa regimental llamó a ese IV Congreso del Movimiento Europeo. Y los que habían ido eran grupos democráticos de oposición (José María Gil Robles, Tierno Galván) vistos con mucho recelo por parte del PSOE del exilio, el de Rodolfo Llopis. El intermediario del encuentro con Ridruejo fue uno de los exiliados jóvenes, también ex falangista y viejo amigo, Paco Farreras, y cuenta que mientras uno, Ridruejo, dijo: "No perdamos tiempo; vamos a saludar a esos señores", el otro dijo: "Bueno, si hay que hacerlo...".

Transformación democrática

Y es que la certeza de la transformación democrática del antiguo tribuno falangista no podía ser total ni muy confiada, a pesar de los múltiples indicios públicos que entonces debían tener todos: desde las jóvenes compañías que arropaban al nuevo y confeso socialdemócrata hasta las distintas detenciones y procesos sufridos desde 1956 o la publicación de un fundamental análisis político, Escrito en España, en la editorial Losada, de Buenos Aires, y apenas un par de meses antes de Múnich. Los contactos de Ridruejo con los jóvenes disidentes y con el exilio se habían multiplicado desde 1956. Mantenía correspondencia recíproca y declaradamente amistosa con Max Aub, por ejemplo, y no había cejado en buscar colaboradores para su mínimo grupúsculo político, fundado en noviembre de 1956, y en cuya representación acudía a Múnich, el Partido Social de Acción Democrática, PSAD. Entre los jóvenes que tuvo cerca desde el primer momento había un editor fenomenal, Fernando Baeza, de Ediciones Arión, e hijo del exiliado Ricardo Baeza; estaba también el escritor reservado y complejo José Suárez Carreño, miembro de la FUE antes de la guerra, y que el mismo día que le conceden el Premio Nadal en 1949 por su novela Las últimas horas lo detiene la policía franquista por sus actividades en la FUE; estaba Pablo Martí Zaro también, estrechísimo colaborador hasta el final, cuando organizaron la editorial Seminarios y Ediciones, o estaban Fermín Solana y Vicente Ventura, jóvenes conspiradores del ámbito socialista: la carta a este último es la escarmentada y sensacional respuesta de un hombre honrado a las tentaciones irracionalistas del totalitarismo (desnudo o disfrazado). Casi todos ellos van a seguirle en el exilio al que le fuerza el régimen desde junio de 1962 hasta que decide volver cruzando la frontera a pie, en abril de 1964.

De la trayectoria de Ridruejo no quisieron separarse personajes como Torrente Ballester, José María Valverde o Antonio Tovar, pero tampoco Juan Benet o Fernando Chueca Goitia. Y es que la veracidad humana de Ridruejo no se hizo carne sólo entre los jóvenes desertores del sistema o muchachos espabilados; sedujo también a quienes habían padecido el primerísimo exilio y parte de las consecuencias de la fiebre falangista del mismo Ridruejo, allá por la Guerra Civil. El caso más llamativo es el de Justino de Azcárate: el Gobierno de conciliación intentado por Martínez Barrio el 19 de julio de 1936 le asignaba el Ministerio del Estado, aunque difícilmente hubiese podido desempeñarlo porque estaba ya preso, o iba a estarlo enseguida. El canje se realizaría en Valladolid (y allí era jefe falangista Ridruejo) en octubre de 1937, y el hombre del otro bando sería nada menos que Raimundo Fernández Cuesta. Con Justino de Azcárate, exiliado en Venezuela, pudo contar abiertamente Ridruejo para financiar su actividad política y sus viajes, del mismo modo que su gran aliado en el exilio de París fue otro hombre del otro bando, Julián Gorkin, antiguo dirigente del POUM y gestor de una oficina de oposición democrática, amparada por el Congreso por la Libertad de la Cultura. En ese entorno hacen la revista que fundan juntos Ridruejo y él, con jóvenes también exiliados, como Paco Farreras o Francisco-Fernández Santos, titulada Mañana. Cuando la ponen en marcha, él ya está en Madrid, ha pasado quince días más en prisión y vivirá hasta 1967 en libertad condicional sin dejar de buscar el futuro que quiere y que no verá nunca al aire libre y con el sol de cara: "Una izquierda sin retórica y sin superstición, muy liberal de base".

De izquierda a derecha, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Rodrigo Uría, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester y Antonio Tovar, ya de vuelta de la experiencia falangista.
De izquierda a derecha, Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Rodrigo Uría, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester y Antonio Tovar, ya de vuelta de la experiencia falangista.NICOLÁS MULLER

Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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