El tirador letal
Todo el bullicio que desprende Jasikevicius se vuelve paz y tranquilidad en la otra orilla, en la que reside Macijauskas.
Siendo los dos lituanos y grandes talentos para jugar al baloncesto, resulta difícil encontrar formas, estilos y personalidades tan opuestas.
Fuera del campo, hay que fijarse un poco para darse cuenta de que Machi está. Dentro, más le vale al contrario no perderle de vista, pues en cada ocasión que se despiste las posibilidades de tener tres puntos en contra son muy elevadas.
Tiene cara de niño y los que le conocen cuentan que no es sólo la cara. Viéndole ahora, es difícil imaginárselo con unos cuantos kilos de más, pero los tenía cuando empezó a llamar la atención en las categorías inferiores. Lo hizo, como no podía ser de otra forma, con su tiro a distancia. Esto confirma que ya contaba con el talento natural, al que ha sumado una ingente cantidad de trabajo.
Antes de cada partido sale el primero a la cancha, escoge a algún chaval para que le ayude y se pone a tirar como un poseso. Su porcentaje de acierto sin nada en juego es realmente portentoso. Cuando cuenta, no le anda lejos.
También a diferencia de su compatriota Jasikevicius, no tiene alma de líder popular, aunque sus manos sean las más adecuadas para jugarse el partido.
Todavía tiene que soportar, cuando va a Lituania e incluso jugando con su selección, los pitidos de muchos aficionados que no le perdonan que les birlase dos Ligas a los sempiternos campeones del Zalghiris cuando jugaba con el Lietuvas Rytas.
Pero no parece que le afecte mucho. Es más, cuando juega, parece que no le afecte nada, y sus fallos menos. Todo el mundo lo sabe, y sus compañeros los primeros, por lo que que le profesan una confianza que raya en el fanatismo religioso. Cuando llegue el momento, Machi estará preparado para soltar alguna bomba atómica que destroce a sus adversarios. Frente al CSKA de Moscú lo volvió a hacer con un triple en el último segundo de la posesión del balón y tuvo unos efectos psicológicos decisivos.
Así es Macijauskas. Silencioso, aniñado, pero con una combinación de rapidez y precisión que hacen de su tiro el más letal de Europa.
Sin duda, le espera la NBA. Aspira a la aventura de jugar con los mejores. Pero, mientras tanto, seguirá en Vitoria, comiendo mucho pescado y poca carne, disfrutando del cariño de la gente, sin llamar mucho la atención y aguantado la extrema exigencia de su entrenador, Ivanovic. Y, entre las sesiones y los partidos, soñará con lo que más le gusta: las vacaciones.
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