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Crítica:CLÁSICA | Philippe Herreweghe
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De la misa, la mitad

Vivir para ver. Viene Herreweghe con la ONE y firma un Bruckner estupendo. Vuelve con sus huestes y rubrica un Beethoven de detalles. Habrá quien diga que la cosa demuestra palpablemente que este mundo no hay quien lo entienda, o quien afirme que uno ya no se puede fiar de nadie. Hombre, tampoco hay que exagerar, pues basta acudir a la grabación discográfica que hace años el estupendo maestro belga hizo de la Missa solemnis para comprobar que, aunque le provoque, no es su tipo. Y se esfuerza, y aquí y allá le queda preciosa, bien rematada, no emocionante pero sí capaz de enternecer. La toma, quizá, con demasiada reserva, como si le impusiera meterse de lleno en la revolución que supone, en ese diálogo entre el hombre señor de todas las cosas y el dios de la religión, que parece llevar a su culminación toda la época de Las Luces y que da la vuelta, como un guante, a toda la música religiosa. Uno diría que Herreweghe asume plenamente -no quiero decir que no lo entienda, pues es músico bien culto- lo que pasa desde el Sanctus en adelante, mientras el resto se le queda corto. Es verdad que no concede ni un alamar a lo teatral, pero también que no vendría mal un poco más de vida en lo que es una afirmación del genio que se siente voz de todo el género humano. No basta con cuidar como lo hace él los resultados sonoros por muy buenos que sean, que lo son, sino atravesar del todo lo que la partitura dice.

Ciclo Complutense

Orquesta de los Campos Elíseos. Collegium Vocale Gante. Philippe Herreweghe, director. Claudia Barainsky, soprano. Christianne Stotijn, contralto. Benjamin Hulett, tenor. Michael Volle, bajo. Beethoven: Missa solemnis. Auditorio Nacional. Madrid, 5 de mayo.

A partir del Credo la cosa cambia y, gracias a eso, se accede a un Benedictus que es, no ya lo mejor de la versión, sino un gran momento beethoveniano. El sonido, de por sí muy bello, de la Orquesta de los Campos Elíseos -formidable el concertino-, se quintaesencia, se hace vehículo de todo el contenido no sé si decir espiritual o humano de la obra. Y así hasta el final. Ya no hay miedo. El timbal llama a la acción y se desemboca en un Dona nobis pacem precioso. ¿Más ejemplos de lo excelente? Metales y maderas en el arranque del Sanctus y, para que no se diga, el Qui tollis del Gloria.

Hemos dicho que la orquesta de Herreweghe es espléndida. Las cuerdas tienen carne pero son, sobre todo, los vientos los que le dan su personalidad propia, con un timbre que es una hermosura. El coro -el Collegium Vocale Gent- estuvo sensacional: ni un grito, ni un destemple de esos que aquí suelen afligirnos. El equilibrio que el maestro consigue entre voces e instrumentos resultó admirable en todo momento. Los solistas cumplieron como un grupo bien abrochadito. Pertenecen a ese pequeño formato que hoy se lleva pero son buenos cantantes, jóvenes y prometedores.

Philippe Herreweghe.
Philippe Herreweghe.BERNARDO PÉREZ
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