La sacudida de la duración
"La sacudida de la duración, / ella, por sí sola, entona ya un poema". En estos versos de su libro Poema a la duración, el austriaco Peter Handke expresó, quizá, el sentido último de la poesía. En El mar de ánforas, César Antonio Molina construye una constelación de sacudidas de la duración, de fragmentos de vida redescubierta, de apelaciones a la perduración, a través del lenguaje, de un sujeto poético que se sabe mortal: "lo fugaz / que permanece / siempre / en las pupilas". Las ánforas que duermen en el mar contienen tiempo. Aunque sólo contengan agua. El significado es el ánfora en sí, su corporeidad de barro o de metal, lo que configuró el oficio de un ser humano que ha muerto y de cuyo paso por el mundo ese recipiente es el único vestigio. Eso es, en esencia, el lenguaje poético. Por ello, en este libro hay memoria ("cosas de la historia // cosas de la infancia"), hay amor, hay muerte ("y morir así // de muerte seca"), hay huellas de la pintura ("naturalezas muertas / que se vuelven vivas") y hay una desecación de la experiencia, una depuración extrema de la percepción del mundo, visible y no visible. Y hay un sustrato nihilista en el que, no obstante, se advierte un límite: la confianza ciega en el valor del idioma como vía de indagación (y salvación) en el ser frente a la muerte.
EN EL MAR DE ÁNFORAS
César Antonio Molina
Pre-Textos.
VALENCIA 2005
204 Páginas.
17 euros
En sus poemas, delgados, de verso corto, se advierte una voluntad decidida de aislar cada expresión, de convertirla en unidad autónoma. De ahí que la mayoría de los versos se compongan de una o dos palabras y que el lector tenga la sensación de asistir a una ceremonia en virtud de la cual cada uno de ellos, leído/contemplado entre los silencios que establece el doble espacio dominante a lo largo del libro, cobra la calidad de un poema. Autónomo (no independiente), con vida propia al margen de los versos que lo acompañan, con sentido en sí mismo aunque otros sentidos lo iluminen cuando es relacionado con el resto. El ritmo, sincopado, muy musical, nos proyecta hacia una nueva dimensión del lenguaje y, por ello, de lo real.
César Antonio Molina da un
paso más en su evolución -en su ahondamiento- desde sus orígenes culturalistas de raíz clásica (en cierto modo paralelos al primer momento novísimo a finales de los sesenta) hacía una poesía desnuda, esencialista, metafísica y no por ello desvinculada de las grandes incógnitas de la existencia humana (léase a este respecto el poema zumbido especular). Una apuesta lírica que evidencia una relectura del Juan Ramón posterior a Piedra y cielo y que, como toda opción que contesta al realismo, presenta riesgos no desdeñables, entre ellos el del hermetismo. Sin embargo, los ha conjurado con inteligencia e intuición, avanzando, en cada poema, por el filo donde lo visible y lo oscuro se interrelacionan, hacen de las palabras fuentes de emoción (y no sólo estética): "ruinas / juncales / amapolas / setos / secos / las colinas / cosas de la infancia". En el mar de ánforas está, también, la vida. Porque no otra cosa nos ofrece el lenguaje cuando el poeta descubre en él nuevos, y no siempre racionales, sentidos.
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