El huevo contra la cáscara
Totalmente neurótica, la exposición que propone Llucià Homs aleja al visitante del reino de la tierra y lo alía con los monstruos de las profundidades, lo que Freud llamó "novela familiar", conjuros y complejos nacidos de la perversión de nuestro entorno. En principio, no es nada agradable entrar en una galería de arte -desde la impasibilidad de la calle- y encontrarse absolutamente ajeno a esa rutina del horror, en medio de una escenografía forzada hasta lo abyecto, con protagonistas que sobreviven o mueren en el límite de lo soportable. Enrique Marty (Salamanca, 1969) provoca con la facilidad del que saca el hígado de un cerdo y observa sus líneas y fisuras. No hay nada malo en ello, si no fuera porque existe un pretencioso engrandecimiento del asco y el miedo de los fantasmas interiores que nos habitan, tan indigestible como un resumen de El exorcista. La infancia y la familia, el dios único o diosecillos de la religión, la desmedida lujuria del fascismo, las confesiones que nadie jamás oyó en un diván... el huevo contra la cáscara. Todo es repugnante, es el doblez o dobladillo de nuestras vidas correctas, hechas jirones sólo en la ficción o en las páginas de sucesos.
ENRIQUE MARTY
Galería Llucià Homs
Consell de Cent, 315 Barcelona
Hasta el 14 de mayo
Las bestias que Marty recrea en sus escenarios de cartón piedra tienen malos, muy malos modos. Se han caído de algún guión de serie B que trata sobre la perfidia de los guardianes de las SS a la hora de practicar sus experimentos con mujeres, obsesionados en la búsqueda de la súper-raza. Pero el resultado deseca la última ciénaga de nuestras vidas: un homúnculo con forma de cochinillo de Segovia que agoniza justo en la entrada de la galería, menuda bienvenida, con semejante felpudo. La instalación sigue en otra estancia que simula una cámara de tortura, donde una pobre niñita es sometida a todo tipo de torturas, incluida una violación, por así decir, "performativa", donde los grititos son de plástico y el arma de la violación un largo cilindro hecho con cartón y cinta adhesiva. Memorable.
Pero lo que de alguna ma-
nera salva toda esa plástica saturnal es el conjunto de pinturas que Marty hace de los "juegos familiares" copiadas a partir de fotografías de gentes de su entorno, frente a las que el espectador se somete al escrutinio moral de su propia mirada. Se presentan como un retablo de figuras sumidas en su insignificancia y que se mueven en un escenario y un tiempo vacíos prestos a que los llene el espectador con su ojo "contaminado". Claro que, frente a ellas, y viniendo del plató del horror, uno no puede evitar sentirse víctima o verdugo. ¿Cómo salir de la cáscara cuando el huevo ya se ha roto?
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