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I+D+i, entre la sociedad y las administraciones

Es un sentimiento generalizado y socialmente asumido la necesidad imperiosa de que se potencien la investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+i) en España. Para ello se han definido una serie de acciones que realizar por parte de las diferentes administraciones y al tiempo se han fijado los indicadores que sirven tanto de medidores del avance y de los resultados de los planes emprendidos como de objetivos de referencia y de competitividad frente a otras áreas geográficas.

Es evidente que los 5,5 investigadores por cada 1.000 habitantes de Cataluña en la actualidad están lejos de los 9,9 de Japón o los 10,6 de Suecia, e incluso de los 6,8 de Francia o los 8,6 de Estados Unidos. Es obvio también que la distribución de investigadores entre el sector público y privado no está ni siquiera en el 50% de la Unión Europea y que alcanzar esta ratio es un reto importante y difícil, aunque necesario. Sin embargo, las ratios son el resultado de una siembra que, en este caso, como en todos los de creación de condiciones de entorno e infraestructura, entiendo que corresponden a la Administración, pero que en su realización y culminación prácticas corresponden a la sociedad civil, que es la que debe internalizar y desarrollar a efectos prácticos la red de I+D+i creada.

El empresario debe entender que la prestación de servicios tecnológicos puede ser una fuente de beneficios

Las ratios no son el objetivo en sí mismos y no crean tecnología útil per se al tiempo que no podemos responsabilizar a la Administración de lo que son -y así lo pedimos- nuestras responsabilidades, pero para ello debemos encarar la realidad y buscar la coherencia más allá de la queja al gobierno y la búsqueda de subvenciones, al tiempo que todos debemos plantearnos que lo pretendido no es cumplir parámetros numéricos, sino conseguir que la I+D+i sea eficaz. A título de ejemplo, de nada sirve crear la carrera investigadora con un flujo constante de investigadores, tal como ha hecho el Departamento de Universidades, Investigación y Sociedad de la Información, si no fructifican las realizaciones aplicables a la realidad económica.

Por ello me he permitido plantear a quien tenga la paciencia de leer este artículo una serie de puntos que creo que deben ser asumidos por la sociedad civil de la que formamos parte, y que son, a mi modo de entender, esenciales para la implantación de un I+D+i fructífero y más allá de las ratios.

Empezaré por indicar que la utilización del tejido científico existente es una condición necesaria e imprescindible o, lo que es lo mismo, la utilización profesional por parte de las empresas del tejido universitario es un punto que resolver. En este campo, las empresas y los investigadores universitarios debemos hacer nuestros deberes; en suma, tenemos que encontrar las formas de trabajar más, y más conjuntamente, y este es un asunto básicamente de voluntad, método y capacidad de invertir en el medio plazo a la espera de la llegada de los resultados.

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Es necesaria una mayor utilización de los activos e instalaciones, por lo que es aconsejable la creación de institutos de temas determinados que estructuren personas, activos e instalaciones -sean públicos o privados- alrededor de un eje de investigación concreto, objetivado y asumido por empresarios y científicos. Es obvio que no debemos duplicar los institutos y recursos dedicados a un mismo eje de investigación.

La pequeña y mediana industria, por su parte, deben aprender que es más rentable estar interconectadas con centros de I+D+i que pretender desarrollar por sí mismo y de forma autárquica el conocimiento científico. En este

punto he de insistir en que más que investigar en una tecnología, como si fuera una apuesta, el empresario debe tener identificados sus proveedores de tecnología, pues es la única garantía de no quedar desplazado del mercado. En contrapartida, los proveedores de tecnología tienen que ser capaces de ofertar las tecnologías más adecuadas en cada momento de acuerdo con las exigencias de los mercados y las necesidades reales.

Las empresas y sus componentes deben ser conscientes en su conjunto de que el tamaño de las organizaciones es uno de los puntos que deberán ser tenidos en cuenta para el desarrollo del I+D+i. No se puede, o es una apuesta arriesgada, hacer I+D+i sin un tamaño empresarial mínimo y, por tanto, las concentraciones empresariales deben ser siempre favorecidas si el componente de la investigación es relevante. Negarlo es no afrontar la evidencia de la asunción de un mayor riesgo; a veces, el de la propia desaparición como empresa.

También el empresario debe empezar a entender que la tecnología es creadora de beneficio como actividad, y que incluso la prestación de servicios tecnológicos es y puede ser una fuente de beneficios económicos y sociales, pues la creación de compañías de alto valor añadido con lugares de trabajo de alto valor añadido es fuente de mayor estabilidad que la pura explotación de la simple hora humana.

En conclusión, la red de capacidades con una creación constante de investigadores júnior y sénior está lanzada. En consecuencia, la duplicación de los científicos deseados parece razonablemente impulsada, pero si no existe una utilización eficaz de esa red el esfuerzo será estéril aun cumpliendo los ratios objetivo. Y esa puesta en eficacia es tarea de la sociedad civil que es, en suma, la sociedad real.

Sergi Pastor es consejero delegado de Applus.

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