Los 800
Los extranjeros siempre nos parecen más inteligentes. Si hablan en francés, más aún. Hasta Chirac, que pasa por ser, entre los franceses que le entienden y le soportan, un hombre de inteligencia roma y espesa, cobra en los periódicos españoles cierto aire de elegancia. Pero no hay que engañarse. Si Chirac fuera español estaríamos haciendo chistes sobre él. Ahora, el chiste chiraqueño es que ha reunido 800 intelectuales del globo para hablar de la diversidad cultural, o sea, los ha reunido para que le hagan la ola, porque todo el mundo sabe que de la reunión de tantísimo intelectual, comiendo langostinos dentro de una carpa a una temperatura ambiente sofocante, no pueden salir más que vaguedades. "La cuestión cultural" es el tema, el apoyo a las culturas propias contra el elefante globalizador que todo lo iguala. El tema es precioso, pero tengo la sospecha de que quien más hace por la cultura no son los 800 de la carpa, sino el resto que se ha quedado en su casa escribiendo novelas, ensayos, rodando películas, trabajando para provocar en los demás otras ideas, estremecimientos. Ahora, en cada acto público, hay que salpicar, adornar con su presencia, a unos cuantos intelectuales, como para que rubriquen la idea de que todos vamos en un mismo barco. Pero ¡800! Dios mío, ¿hay tantos? El número es tan redondo, tan elevado, que a uno le vienen a la cabeza aquellos chistes de "¿A que no sabes cómo se meten 1.000 chinos en un seiscientos?". Cómo se meten 800 intelectuales en una carpa, cada uno con su correspondiente vanidad, cada uno chupando su langostino, cada uno con un ego tan sofocante como la temperatura ambiente. Nunca los intelectuales viajaron tanto. De congreso en congreso, de feria en feria, de moqueta en moqueta. ¿No merecería más la pena que todo el dinero que se gasta en trasladarlos de un lado a otro se invirtiera en las instituciones públicas destinadas a la promoción de la cultura, o mejorando las bibliotecas, o no descuidando las escuelas públicas? Pero no, ahí es donde los gobiernos racanean; hasta los que defienden la excepción cultural, que la defienden airadamente, pero sin querer gastarse un duro, que es algo tan imposible como hacer un pan sin harina. Dicen que la cultura decae. No hay que descartar que sea en parte por el jet-lag; los intelectuales viajan tanto que las cabezas se resienten. Natural.
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