Periodistas, entre celda, 'zulo' o fosa
Cuarenta guerras más o menos larvadas, cuarenta tiranías más o menos censadas y decenas de semi, quasi o pseudo democracias asolan hoy el mundo de la prensa, que ha sufrido las bajas mortales de 70 periodistas desde el 1 de enero de 2004, mientras 103 siguen encarcelados, junto a 79 ciberdisidentes, y una treintena han sido secuestrados o "desaparecidos" en los últimos dos años. Y esos datos sólo son las puntas afiladas del iceberg de una represión constante basada, en dos tercios del globo, en la censura (622 medios censurados en 2004), las amenazas y agresiones (1.146), detenciones (907), procesamientos arbitrarios, multas ruinosas por "difamación", en virtud de leyes liberticidas, incluida la prohibición de órganos de expresión no oficiales.
La Comisión de Derechos Humanos funciona con el voto de regímenes autoritarios
Esa represión ascendente dosificada, oficial u oficiosa, corre a cargo de fuerzas del orden o militares, jueces dóciles, policías paralelas, sicarios de políticos corruptos, matones a sueldo, mafias del secuestro o bandas armadas, todos generalmente impunes. Los periodistas son asesinados, encarcelados, secuestrados, acosados no sólo allí donde imperan esas guerras y tiranías que desprecian e impiden toda libertad de prensa, sino en muchos otros países donde esa libertad, aunque reconocida, avanza o retrocede cada día, junto con las demás de las que es garante. Morir, ir a la cárcel, ser secuestrado o "desaparecer" misteriosamente: ésas son, a menudo, las opciones terminales que se les dejan a los periodistas; ésa es la otra cara lejana de la moneda de una profesión socialmente respetada en los países democráticos: la cruz sobre una fosa común o cerrando el ventanuco de una zahúrda, a menos que la moneda periodística caiga de canto, un canto al poder, a la corrupción o a la guerra.
Cincuenta y tres periodistas y 16 auxiliares (guías, intérpretes, chóferes) murieron en el ejercicio de su misión en 2004, el año más asesino desde 1995, en el que murieron 64 periodistas, la mayor parte en Argelia, y otros 17 periodistas murieron en lo que va de año 2005. Diecinueve de esos reporteros y 12 de sus auxiliares cayeron en Irak en 2004, y otros siete periodistas (cinco de ellos, kurdos) en 2005 en ese mismo país. Desde el comienzo de la guerra, 38 reporteros han muerto en Irak, que se ha convertido en el mayor cementerio acumulado de periodistas, después de Argelia y Colombia. En Irak, los informadores siguen viéndose entre dos fuegos, blanco de balas cruzadas, balas perdidas azarosas, disparadas con negligencia criminal, ¿y balas necesarias que los buscan y encuentran para acallarlos y cegarlos definitivamente y, así, acallar y cegar a la opinión pública formada por sus informaciones? Sigue imponiéndose una investigación internacional independiente, creíble y a fondo de esa alarmante cifra de periodistas muertos en Irak, un tercio de ellos bajo el eufemísticamente llamado fuego amigo estadounidense.
Aparte de Irak, la mortandad de profesionales de la información en el ejercicio de su misión prosiguió, o se agravó, en los últimos 16 meses: siete en Filipinas; cinco en Bangladesh y en México; dos en Brasil, Colombia, Haití, Nepal, Nicaragua, Perú, Rusia, Sri Lanka; uno en Arabia Saudí, Azerbaiyán, Gambia, India, Pakistán, Palestina, República Dominicana, Serbia-Montenegro y Somalia.
En este momento siguen encarcelados 103 periodistas (27 en China, 21 en Cuba, 13 en Eritrea; 8 en Birmania, Irán y Nepal; 2 en Argelia, Etiopía, Ruanda, Turquía, Uzbekistán; 1 en Corea del Norte, Egipto, Laos, Libia, Marruecos, Mauritania, Sierra Leona y Túnez), 79 ciberdisidentes (65 en China; 3 en Vietnam, Maldivas, Irán; 1 en Siria y Libia), y tres auxiliares (dos en Laos, uno en Pakistán), generalmente en pésimas condiciones de detención, al ser considerados como perniciosos enemigos del régimen autoritario de turno.
Una treintena de periodistas han sido secuestrados, bajo amenaza permanente de muerte, o han "desaparecido" en los últimos dos años. Veinte, locales o extranjeros, fueron secuestrados en Irak (12 en 2004; uno de ellos, el italiano Enzo Baldoni, finalmente ejecutado) y dos desaparecieron en ese país desde el comienzo de la guerra en marzo de 2003. El resto de secuestrados o desaparecidos lo fueron: cuatro en Nepal y uno en Colombia (Hernán Echeverri, liberado el 17 de abril), Costa de Marfil, Ingusetia, México (Alfredo Jiménez, desaparecido desde el 2 de abril). El secuestro de periodistas como moneda de cambio en reivindicaciones de todo tipo, pero especialmente monetarias por parte de mafias y bandas armadas, parece haberse puesto de moda rentable. En Irak, tras la difícil liberación de los franceses Georges Malbrunot y Christian Chesnot, y la costosa y accidentada de la italiana Giuliana Sgrena, tomaron el macabro relevo en la ocupación de zulos la francesa Florence Aubenas y su guía iraquí, Husein Hanun, seguidos por los rumanos Sorin Dumitru, Marie-Jeanne Ion y Eduard Ovidin. Los cinco siguen en poder de sus captores en el momento de escribirse este artículo.
Pese a estas cifras terroríficas, que convierten al periodismo en la profesión más peligrosa, los periodistas deben seguir desempeñando su misión irremplazable, incluso con riesgo de perder su vida o su libertad en aras de la libertad de prensa. Hay que seguir informando, incluso a riesgo propio, para que en el siglo de la comunicación la sociedad global no quede cegada, enmudecida, ensordecida, desinformada ante la peor barbarie diseminada que amenaza al milenio, tanto como el terrorismo internacional: las 40 auténticas guerras inciviles, y las 40 falsas paces despóticas, que conducen a los periodistas a la fosa, la celda o el zulo, por haber intentado arrojar la luz sobre la oscuridad cómplice. Porque los depredadores de la libertad de prensa saben que la guerra y la tiranía son como los champiñones, que se agostan cuando la luz del día penetra en las cavernas donde, en la propicia oscuridad, proliferan.
¿Soluciones? Para los muertos o secuestrados en zonas de conflicto armado: cartas de seguridad ampliada, convenciones de Ginebra actualizadas, movilizaciones de protesta generalizadas. Pero eso no basta. Ni bastan los chalecos antibalas, cascos protectores, preparación ad hoc, experiencia en conflictos bélicos, seguros de vida ni libertad de asunción de riesgos por los reporteros de guerra, medidas paliativas que no podrán evitar, sino acaso disminuir algo, las bajas. El respeto de las convenciones de Ginebra, al que hoy se falta en general, no se verá incrementado precisamente en virtud de una más estricta definición y ampliación de responsabilidades.
Habría, in extremis, que poner freno a esas 40 tiranías en que hoy operan impunemente los depredadores de las libertades de sus ciudadanos y periodistas. Y también a esas 40 confrontaciones armadas y a veces genocidas, mayoritariamente impulsadas por motivaciones ultranacionalistas, étnicas, raciales, tribales, religiosas, ideológicas, cuando no de rapiña o de control geoestratégico de recursos naturales.
Una ONU reavivada y democratizada, libre del poder de veto y voto de los regímenes autoritarios y sus satélites, y de las componendas paralizantes de los poderosos, como quiere Kofi Annan para su Comisión de Derechos Humanos (CDH), tendría campos de intervención, incluso armada, al respecto, apelando al derecho de injerencia democrática y humanitaria. Pero hoy por hoy, hay que decirlo, la CDH, que debería proteger, entre otros, el derecho a la libre expresión e información, no es sólo que no funcione, sino que funciona a menudo al dictado de países que ni siquiera han firmado los tratados, pactos y convenciones que protegen los derechos humanos, como es el caso de 25 de sus 53 Estados miembros. Cuatro de los países que forman parte de la CDH "acogen" en sus cárceles a dos tercios de los 103 periodistas encarcelados en el mundo: China (27), Cuba (21), Eritrea (13) y Nepal (8). Sigue vigente en esa Comisión la cláusula grouchomarxiana de "no acción", a petición de parte, que ha permitido que China no sea condenada desde la matanza de Tiananmen, y Cuba ha sido benignamente condenada a recibir ¡la visita de un emisario de la ONU! (visita que ha rechazado reiterada e impunemente La Habana).
Habrá que esperar a la reforma, si es que llega, de la CDH para confiar en su acción protectora. Pero, entre tanto, es en esos conflictos armados y en esas tiranías depredadoras que Reporteros sin Fronteras denuncia permanentemente donde más periodistas mueren, son encarcelados, secuestrados o "desaparecidos". Y ello sin que las organizaciones ni gobiernos se conmuevan demasiado ante la suerte de quienes no pretenden ser más que los vigías avanzados de la opinión pública, en un mundo donde sin información alerta no puede haber libertad real ni otra paz que la de las celdas, los zulos y las fosas. Desde esos tres tipos de reductos siniestros, los ojos, antes vigilantes, hoy desesperanzados, aterrados o vacíos, de los 203 periodistas, 20 auxiliares y 79 ciberdisidentes encarcelados, secuestrados o matados en los últimos 16 meses, nos contemplan.
Fernando Castelló es presidente de la organización internacional Reporteros sin Fronteras, con sede en París.
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