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Columna
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Autofraudes

En estos momentos hay, por lo menos, 12.000 españoles conduciendo sin haberse empollado la guía vial de la autoescuela. Qué envidia.

La Guardia Civil acaba de destapar un fraude en 17 provincias, incluida Madrid, donde personas analfabetas o sin tiempo para hacer tests aprobaban los exámenes de conducir soplados por las propias autoescuelas a través de los móviles. Un total de 84 implicados se verán las caras con el juez y unas 100 autoescuelas pueden ser clausuradas. Es innegable que resulta peligroso circular sin conocimientos sobre las reglas viales, pero uno tiene la sensación de que todos estos tramposos le están devolviendo el timo al Estado.

En realidad, las nociones imprescindibles para conducir ocupan la quinta parte del manual. La mayoría de los contenidos acaban resultando inservibles si es que el conductor, una vez aprobado y al volante, logra que sobrevivan en su memoria datos como el número mínimo y máximo de parpadeos que debe emitir el intermitente de un turismo por minuto.

Adquirir el carné de conducir en España, y especialmente en Madrid, es una tarea tan farragosa como aprobar una asignatura de Derecho, aunque mucho más cara. Enfrentarse a las más de 100 páginas del manual vial se ha convertido en un percance más tras la mayoría de edad como lo es la posibilidad de ir a la cárcel, de que tus padres te echen de casa o, hasta hace pocos años, de ser reclutado por el Ejército.

Memorizar las dimensiones del trazo vertical y el horizontal que conforman la L del signo verde de conductor novel o saber, entre las tres opciones ofrecidas, cuál es la correcta en el caso de que una avispa se introduzca en el habitáculo, le dan a uno la sensación de estar preparándose para competir en un concurso televisivo junto a otros freakys expertos en el insondable mundo del automóvil y su millón de insospechados dilemas. Dudar sobre cuánto puede sobresalir la carga de un vehículo tanto por la parte delantera como trasera de su carrocería en un viaje por autovía a Benalmádena puede costarte un dramático suspenso.

Es obvio que la seguridad en la carretera es crucial, pero quienes hemos lidiado en los últimos años con los tests del carné de conducir nos hemos sentido burlados. Tras ser instados a conocer el pesaje máximo de un camión de mercancías al cruzar un paso a nivel sobre la calzada de una población rural, hemos acudido con tantos nervios como rencor a responder los cuestionarios en una inhóspita aula de Móstoles zarandeados por el insoportable carácter de un señor calvo insultado hasta en los graffitis de las puertas del baño. La red de delincuentes cobraba entre 1.200 y 3.000 euros a cambio de ofrecer de antemano las preguntas del examen o por chivar las respuestas durante su transcurso. La Guardia Civil estima en 24 millones de euros las ganancias de los estafadores. El precio, pues, por aprobar fraudulentamente no era nimio, pero evitar el careo con muchos de los manuales en los que todavía los protagonistas son Seats 127 y ovejas de carretera, es casi impagable.

Probablemente la policía dé con los infractores y les acabe sancionando. Pero el castigo más doloroso será obligarles a obtener el cartón rosa como lo hemos hecho la mayoría. Las nociones de mecánica ya no les servirán porque hoy los motores son compactos, blindados e inmanipulables y los primeros auxilios seguirán siendo útiles si tenemos la memoria y la sangre fría para ejecutarlos ante un accidentado con quemaduras de tercer grado, desangrándose o con la columna rota. Pero, a la vez que hoy envidiamos a los conductores que evitaron el suplicio de ensayar cientos de tests y de acudir a clases sobre las diferencias entre aparcar y estacionar, experimentaremos una perversa gratificación cuando sean castigados y obligados, al fin, a pasar por el coñazo que tampoco merecimos nosotros.

Los que aún tenemos relativamente reciente la conquista del carné observamos con compasión a los jóvenes estudiándose en el metro el manual subrayado con fosforito. Fue tan desproporcionado el desgaste económico y mental que nos supuso, que hoy nos alegramos de que alguien haya intentado sabotear un sistema absurdamente escabroso y caro. Mucha gente, desde luego, evita sacarse el carné en Madrid para hacerlo en alguna otra ciudad o pueblo donde las exigencias y las tasas son menores. Que detengan a ésos también.

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