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Columna
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Placer

A pesar de las apariencias, en los temas económicos se tiende al victimismo. A juzgar por las opiniones de los empresarios, estamos en una época en la que la aspiración mayoritaria es mantener la velocidad de vuelo. Las expectativas empresariales mejoran. ¿Si no fuera por el precio del petróleo y los repuntes de la inflación? Es la pregunta que inquieta en el proceloso mundo de los negocios. Las incertidumbres se incrementan con los bajos niveles de productividad, que se ven acompañadas por la pérdida de competitividad y las dificultades que tiene la economía europea para recuperar su dinamismo.

La empresa valenciana ha hecho los deberes en Alicante, con las cámaras de comercio, y en Peñíscola, con mil empresarios como testigos. Ahora nos resta la tarea responsable de aplicar las brillantes conclusiones y hacer un seguimiento de cómo vamos progresando. Y no se trata de contemplar únicamente los resultados de la globalidad de nuestro aparato productivo. También sería un fracaso si al final del camino brindáramos con un ladrillo en la mano, cuando la agricultura -el sector alimentario y el hortofrutícola- agoniza ante nuestras narices sin conseguir una nueva orientación para afrontar el futuro.

Tampoco nos puede dejar impávidos que la industria autóctona haya sido incapaz, hasta los tiempos presentes, de reconducir su posicionamiento, a pesar de que los males que ahora le aquejan estaban avisados desde hace una década. ¿Quién se durmió en los laureles? Todos hemos fallado un poco, porque la trayectoria económica valenciana tiene un comportamiento, cuando menos conocido, y en el peor de los casos, previsible. Sabíamos de dónde veníamos y hacia dónde nos dirigíamos. Además, conocíamos nuestras deficiencias y no logramos situar nuestro posicionamiento en la bipolarización de los dos principales centros de poder en España. Para Madrid siempre hemos sido "ese Levante feliz" y con Cataluña no encontramos la posición adecuada para sopesar las ventajas que nos reportaría si consiguiéramos caminar juntos.

Carecemos de un sustrato social, cultural y formativo que nos permita cubrir nuestras necesidades para ser competitivos. El comercio exterior refleja rápidamente el diagnóstico. Proporcionalmente desciende nuestra capacidad exportadora y las importaciones acusan la debilidad de la producción industrial en materias primas y bienes de equipo. Un estudio riguroso de las cifras que reflejan los tráficos portuarios nos pone en sobre aviso. Necesitamos un Impiva inspirado y eficaz, junto a un Ivex que se ponga las pilas a todo meter. Tenemos unos institutos tecnológicos que habrán de demostrar cómo pueden ser más útiles y, sobre todo, las empresas deben estar dispuestas a ser el motor del país.

Y es preciso que los empresarios sientan el placer de serlo en su papel de líderes de la sociedad. Recientemente se han publicado dos libros brillantes: La mujer placer, de Lourdes Ventura y El placer de ser mujer, de Margarita Rivière. En ambos se trata de reflejar y potenciar el papel del ala femenina de la sociedad como corresponde a un mundo libre y equitativo. Sobre todo con satisfacción y de forma gratificante. Los empresarios deberían plantearse así la forma de expresar y asumir el inmenso placer de serlo, con todas sus consecuencias.

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