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Columna
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El beso

José Luis Ferris

Uno de los besos más sonados, profundos y enmarcables de todo el siglo XX es, sin duda, el que Robert Doisneau capturó con su cámara en 1950. La imagen, tan universal ya como El beso de Rodin, recoge el instante en que dos jóvenes de sexo contrario se entregan con energía y laboriosidad a la estampación de un ósculo histórico, contundente y eterno. Y lo debieron hacer tan bien que, aunque ella, una estudiante de arte dramático, sea ahora una venerable septuagenaria, el beso sigue ahí, en el epicentro de una fotografía que ha dado la vuelta al mundo en millones de copias. Lo digo porque imágenes de esta magnitud no deberían perder nunca su cualidad de símbolo, su íntima capacidad de sugerencia y su lección de vida. A nadie le importa saber que ese joven con aire de James Dean que toma a la muchacha por el hombro y la aproxima a sus labios se llamaba Jacques Carteaud, estudiaba en la Sorbona y se fue por donde vino, es decir, en sólo unos meses se olvidó de la chica, de la historia de amor y, por supuesto, del beso. Tampoco resulta edificante el origen de esa instantánea que todos creíamos espontánea y natural como la vida misma. Al parecer, Doisneau tenía que realizar un reportaje sobre París para la revista Life y se fijó en aquella pareja de estudiantes que flirteaba en un café. Ni siquiera los siguió como un sufrido paparazzi. Al parecer, los asaltó sin más y les propuso un posado de película ante el Ayuntamiento, labio con labio, ignorando que la tierna transgresión de aquella imagen se anticipaba en casi dos décadas al mayo francés y al "faites l'amour, pas la guerre".

Sucede que detrás de la leyenda hay muchas veces una vertiente oculta de miseria y realidad (jamás olvidaré la foto de esa niña vietnamita quemada por napalm que huye aterrada y sin rumbo). El beso que captó Doisneau en 1950 lo subasta ahora en el hotel Dassault de los Campos Elíseos la misma protagonista del flash. Por 20.000 euros y sin nostalgia que valga, Françoise Bornet pone en sus manos el original que le dedicó el difunto fotógrafo. Pero usted ni caso. Quédese con la imagen que le sedujo la primera vez y póngale la historia que más le guste. Es mi consejo.

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