Velintonia, 3
Parece que al fin el Ministerio de Cultura y la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid están decididos, no a comprar, pero sí a comprometerse a comprar la casa en que vivió el poeta Vicente Aleixandre, y en la nota en la que se da noticia del acuerdo ya aparece mencionada como Casa Velintonia. Éste era el nombre que tuvo la calle del Parque Metropolitano en la que se encuentra el mítico hotelito hasta que recibió el nombre del poeta cuando le dieron el Premio Nobel. A Aleixandre, que agradeció al Ayuntamiento el honor, no le gustó el cambio: ya había mostrado él su rechazo a que a una calle próxima a la suya se le cambiara el de un árbol por el de un general. Me contaba lo incómodo que iba a resultarle ver en los sobres que le llegaban a casa su propio nombre repetido en el de la calle, debajo, con un 3 al lado. Pero Velintonia, gracias a la casa de Aleixandre, que fue una verdadera casa de la poesía y de los poetas, es el nombre de un lugar, de un espacio de la poesía en el que fueron acogidas varias generaciones de poetas, como muy bien ha recordado aquí Molina Foix. Allí se encontraron Lorca y Cernuda, en sus jardines saltaba como un chiquillo Miguel Hernández; ladraba Sirio, el perro del poeta (tuvo varios con el mismo nombre); con gran olfato para los versos, según Claudio Rodríguez, ladraba a los malos poetas. No a la buena gente de la poesía: José Hierro, Carlos Bousoño, Leopoldo de Luis o el incondicional José Luis Cano, siempre junto a Aleixandre. O Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma, el ya citado Molina Foix, Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas o Marcos Ricardo Barnatán, por poner sólo algunos nombres, entre los que no puede faltar el de su incondicional Dámaso Alonso.
Cuando llegábamos allí los entonces nocherniegos, dispuestos a contarle a Aleixandre alguna peripecia nocturna reciente, ya tenía noticia él de lo que fuéramos a contarle, hubiera ocurrido en Bocaccio, en Oliver o en un lugar más secreto. Era el hombre mejor informado sin moverse de una chaisse longue. Cuando hablé con Pablo Neruda en Tenerife, años antes de conocer a Aleixandre, me dijo que había dos cosas por las que deseaba volver a Madrid: el marisco de Cuatro Caminos y Velintonia. Es verdad que Neruda amaba las casas, como bien lo prueban las suyas, pero Velintonia era para él un especial e inolvidable recinto de la poesía y de la amistad. No sé a quién habrá resultado más difícil explicarle, a lo largo de estos años, el valor simbólico de aquella casa, no sólo para la poesía española sino para nuestra historia; quiero decir que no sé si a las autoridades les ha costado más entenderlo que al heredero, un primo de Aleixandre, que heredó la casa una vez murió la única hermana del poeta, y que sin conocida devoción por la poesía es posible que se haya dedicado más a sus intereses, como es lógico, que a cultivar la memoria de su primo. Pero las autoridades, con sus indecisiones y sus tardanzas, le habrán procurado al heredero una sustanciosa plusvalía y a las arcas públicas un coste mucho mayor después de tanto tiempo.
Ahora, en realidad, por lo que leo, tampoco es que hayan decidido comprar Velintonia, sino que tratan de "buscar fórmulas de adquisición de la casa", es decir, "estamos en ello". Cabe esperar que encuentren las fórmulas y que, una vez las hayan encontrado, decidan un destino vivo para lo que fue siempre una casa llena de vida. En este sentido, me ha tranquilizado el joven Rafael Morales (hijo del poeta del mismo nombre, tan amigo de Vicente), que pertenece a esa Comisión de Amigos de Aleixandre en la que se reúnen gentes con entusiasmo pero sin pelas. Morales me habla de becarios de la Universidad que trabajarían allí en la poesía, no sé si investigando y viviendo o sólo investigando; pero, en cualquier caso dando vida a lo que no puede ser una caja vacía. Cajas vacías llama con mucho acierto el pintor Eduardo Arroyo a esos edificios restaurados y dedicados a fines culturales que, después del relumbrón de las inauguraciones, carecen de contenidos culturales y de personal que las cuide y las mantenga. Y casas mausoleos son esas fundaciones destinadas a dar gloria a un autor que terminan apolillándose y apolillándonos. No parece que vayan por ahí los deseos de los amigos de Aleixandre, y supongo que algún caso les harán los que terminen encontrando las fórmulas para comprar la casa, pero cuando Morales me contaba que no sabían aún cómo llamar a la nueva residencia en cuestión le sugerí que lo único que está claro es su nombre: Velintonia. O Casa Velintonia.
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