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Columna
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Resaca post-electoral

Hay gente para todo. Cuentan que un senador norteamericano llamado Foot encontró apasionante su propia muerte, tanto que cuando se disponía a dejar este mundo gritó eufórico: "¿Y qué, es esto la muerte? ¿Ha llegado la cosa tan lejos? ¡La veo, la veo! Las puertas están abiertas, ¡Admirable, admirable!". Hombre ya sé que algunos atribuirán la situación al apellido del senador que le obligaba a entrar con buen Foot allí donde fuere, pero lo que trato más bien es de atraer su atención hacia el hecho de que la gente encuentra apasionantes las cosas más raras. Sabido es que a muchos les apasionan los buñuelos de viento, tirarse de puentes, acechar al zarapito aullador o defender unos colores, pero lo que ya me parece un poco más retorcido es encontrar apasionante el resultado de las elecciones del 17-A. Abría uno los periódicos la semana pasada y lo primero que decían los comentaristas era que se iniciaba un periodo apasionante, y a continuación se dedicaban a la aritmética electoral y a la combinatoria más sutil para convencernos de que, en efecto, acabamos de entrar en una época excitante. ¿Y qué puede haber de apasionante, me pregunto, en una situación donde lo político va a seguir metiéndosenos hasta en la sopa?

La política no es ningún fluido vital ni tampoco un oligoelemento imprescindible -¡que alegría cuando descubrieron que el selenio era bueno para el champú!-, sino el arte, mejor la tecnología, de gestionar los asuntos ciudadanos; y no, que se sepa, la vocación de tener a los ciudadanos cogidos por esos lugares políticamente incorrectos que riman equivocadamente con soluciones -o con calvarios- para que estén todo el día pendientes de asuntos que no les conciernen. Y así, en lugar del arreglo de una carretera, que es lo que de verdad interesa a los ciudadanos usuarios, el interés se desplaza a cómo no se pusieron de acuerdo la sigla tal con la sigla cuál porque eran incompatibles con el olor de la brea. Y ahí es donde se abre la puerta a la melancolía.

Cierto, la buena noticia es que el PNV ha perdido las elecciones al perder escaños y expectativas, pero no es menos verdad que está en condiciones inmejorables para formar gobierno tal vez apoyándose en EHAK y que, de ser así, recibirá todo el impulso necesario por parte de esas Tierras Vascas de la hoz o la hez para cuanto tenga que ver con avances soberanistas. Otra cosa es que el PNV no pueda seguir el ritmo que traten de imponerle tanto los comunistas de pacotilla como las huestes de Errazti. Y todo esto supone una mala noticia.

Como, sobre todo, la supone el hecho de que no haya manera de desbancar al PNV de su condición de fuerza más votada. Hay una voz interior en mí -a menos que se trate de las hormonas que se están volviendo locas por esta primavera que no arranca- desgañitándose por decirme que no conviene abandonarse a la melancolía, ya que al ritmo de erosión que lleva el PNV y el que llevan el PSE y el PP, dentro de 20 años estas fuerzas políticas podrían sumar en conjunto los cinco escaños que ahora les separan de la mayoría absoluta. Eso, si es que pueden sumarse entre sí, ya que a lo largo de la campaña se han tirado más los trastos una a la otra que contra Ibarretxe. Ignoro cuántos años deberían transcurrir para que una de ellas en solitario pudiera superar a los descendientes de Sabino, pero me temo que estaré antes con el señor Foot que aquí para verlo. Porque lo más gracioso es que los incrementos de una u otra fuerza se producen en gran parte por trasvase mutuo.

Lo dicho, que no veo qué hay de apasionante en que Zapatero convoque a Ibarretxe olvidándose de que Patxi podría ser lehendakari. Ni en la situación que se plantearía si EHAK decidiera no apoyar al PNV y sí al PSE, o en la posibilidad de un tripartito PNV, PSE y PP como imagina Rodríguez Ibarra. Más bien me dan ganas de apuntarme a lo que decía uno de Fustiñana a su mujer (se lo debo a unos buenos amigos de mi tierra navarra): "Sarica, ¿vamos a reírnos un rato sin más ni más?".

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