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Reportaje:IV CENTENARIO DEL QUIJOTE

Un hidalgo de la España rural

Miguel Ángel Villena

El historiador Manuel Fernández Álvarez, un experto en la España del XVI y del XVII, cita al maestro Pierre Vilar para sostener que "el Quijote era una obra de su tiempo y hay que entenderla en clave histórica". "A esta tarea nos hemos de aplicar los historiadores", agrega Fernández Álvarez que ha terminado de escribir una biografía de Cervantes (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616) que aparecerá en breve. El escritor vivió en un arco comprendido entre el final del reinado de Felipe II y el comienzo de la etapa de Felipe III en una época en la que el inmenso Imperio español, que se extendía por buena parte de Europa, casi toda América y regiones de África y de Asia, empieza a presentar síntomas de crisis tanto militar como política y económica.

Vive en una época en la que el inmenso Imperio español empieza a presentar síntomas evidentes de crisis

Se trata de un país donde la mayoría de sus habitantes viven en y del campo, aunque algunas ciudades experimentan un crecimiento que las convierte en urbes como Sevilla, que contaba con 120.000 habitantes, Valladolid, Barcelona o Lisboa, que en aquel tiempo forma parte de la Corona española, como el resto de Portugal. Campesinos, artesanos, criados, curas y pequeños comerciantes forman el entramado social de la Península y, en especial, de La Mancha, un cruce de caminos por donde desfilan personajes variopintos que aparecen en las páginas del Quijote. Desde la atalaya privilegiada de ventas y mesones, escenarios frecuentes en la novela cervantina, se observa La Mancha como "una gran encrucijada en la que se mezclan hombres y mujeres del norte y el sur que cuentan sus experiencias, que transmiten noticias, verdaderas o falsas, y que comentan los acontecimientos que se propagan hasta la aldea más pequeña", según cuenta el historiador Bernard Vicent.

La aparente contradicción entre un Cervantes urbano y un Alonso Quijano rural la explica Fernández Álvarez en clave de la identificación del escritor del paraíso con la naturaleza y a partir del diálogo constante entre el Quijote y Sancho Panza. "Cuando comienza a imaginar su novela, Cervantes piensa en su soliloquio del hidalgo, pero se da cuenta de que necesita establecer un diálogo y de ahí el riquísimo contraste entre los dos personajes principales de la novela", manifiesta Fernández Álvarez.

A juicio de Juan Gelabert, uno

de los coordinadores del libro España en tiempos del Quijote, otras obras de la época como Guzmán de Alfarache, El Buscón o El lazarillo de Tormes ofrecen muchas más fuentes de información para los historiadores. Ahora bien, Gelabert sitúa la universalidad de la obra cumbre de Cervantes en la ética, en la ideología y en las visiones del mundo que plantea. "Como documentación histórica, el Quijote tiene un valor muy limitado porque el radio de acción del hidalgo está prácticamente circunscrito a La Mancha, a Castilla la Nueva", comenta. Muchos historiadores coinciden en que la política está ausente de la novela, a pesar de que los avatares públicos y los vaivenes económicos y militares empujaron la vida de Cervantes por Alcalá, Valladolid, Córdoba, Madrid, Italia, Argel, Sevilla, Lisboa y Barcelona.

Pero el punto en el que coinciden los estudiosos se refiere a ese desencanto melancólico que ejemplifica el Quijote sobre la sociedad de su tiempo, una triste nostalgia teñida de humor, que sirve para todo tiempo y lugar, y que convirtió la novela en famosa y universal desde su publicación. "La mayor huella autobiográfica que nos deja Cervantes en el personaje de Alonso Quijano", dice Fernández Álvarez, "es su edad, similar a la que tenía el novelista cuando escribe la obra. Sobrepasada la cincuentena, una edad avanzada para la época, Cervantes ha vivido de un modo trepidante y hacia el final de su vida entra en crisis". Una crisis de lucidez, sin duda.

Fiesta en la Plaza Mayor de Madrid durante el siglo XVII.
Fiesta en la Plaza Mayor de Madrid durante el siglo XVII.

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