Aullad, vientos
Calixto Bieito es en sí mismo toda La Fura dels Baus junta, pero menos silvestre y más próximo a los humores de los clásicos, tan tornadizos. Basta con ver en este montaje cómo presenta a su protagonista para persuadirse de que no está para bromas. ¿No se trata de un rey anciano que decide repartir su reino entre sus hijas? Pues nada mejor que disfrazarlo de cocinero y salir a escena dispuesto a repartir el pastel literalmente. Es lo que haría Mortadelo disfrazado de Filemón.
Es lo que nunca haría el melindroso de Giorgio Strehler, tan reverente con las costumbres palaciegas. Se trata, por lo demás, de otro montaje de esta tragedia, y he visto ya unos cuantos, que deja sin resolver lo que quizás no está resuelto en el texto. Supongamos que se trata en origen de una versión del cuento del rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas, y las tapó con pez. Y que antes de disponerse a parcelar su reino -el pastel de Bieito- las somete a una demostración verbal de méritos y de cariño, o sea, de merecimientos para llevarse la mejor parte. Entonces, ¿por qué Cordelia, la hija menor y la que sin duda mejor ama a su padre, se niega a entrar en el juego? Es importante, porque al decir que nada quiere, Lear estalla en furia y le dice que quien nada quiere nada tendrá, y la condena poco menos que al exilio. Y es a partir de ahí donde una fiesta de despedida fingida se convierte en tragedia. Curioso.
El Rey Lear
De W. Shakespeare; traducción de Joan Sellent y dramaturgia de Xavier Zuber. Intérpretes, Josep María Pou, Santi Pons, Pep Ferrer, Pep Cruz, Carles Canut, Lluís Villanueva, Mingo Ràfols, Dani Klamburg, Boris Ruiz, Jorge Peña Miranda, Àngels Bassas, Victòria Pagès, Anna Ycobalzeta. Luces, Xavi Clot. Vestuario, Mercè Paloma. Caracterización, Toni Santos, Escenografía, Rifail Ajdarpasic, Ariane Unfried. Dirección, Calixto Bieito. Teatro Principal. Valencia.
Más allá de esas certidumbres interrogativas, hay un montaje muy personal y moderadamente arriesgado, que apuesta de entrada por el protagonismo incontestabe del gran Josep Maria Pou, impecable en la primera parte y sobrecogedor en el desarraigo de los sin techo en el que se desarrolla aquí la tragedia. Una tragedia que el director lleva hacia los desdichados vericuetos de una vejez irresuelta que no siempre vincula con el origen de la desdicha de un rey todopoderoso que yerra al designar a la persona que habría de ser bálsamo de su vejez. Y eso pese al reencuentro final con su hija más querida, aquí un tanto atenuado, y pese a una interpretación de estrépito donde brillan, además del protagonista, un glorioso Carles Canut, un Pep Cruz en horas altas y un Boris Ruiz que hace de hilo conductor en el siempre difícil papel del bufón. Las hijas del rey que desdeña una vejez tranquila (Goneril, Regan y Cordelia) están aquí más desaprovechadas que en el texto original. Lo que es mucho decir cuando se trata del cuento trágico de un rey que tenía tres hijas, las metió en un jardín y optó por resolver su vejez en la irresponsabilidad de la locura.
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