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Feminidad y religiosidad

Terminó el plazo en que la opinión pública mundial fue atrapada en la plaza de San Pedro, en Roma. Un despliegue de autoridad, temor, y masculinidad. Todo un foco de atención mediático gracias al carisma del catolicismo romano -que nadie niega- y que ha juntado en un mismo escenario al imperio y a sus enemigos. Una cita, en fin, que reivindica el tremendo poder que floreció mil setecientos años atrás en Nicea con Constantino el Grande y que renace con la elección de su sucesor ¿Es hoy liberador, y desde el punto de vista humano, este renacimiento que cíclicamente se da en las orillas del Mediterráneo?

El Mediterráneo ha sido el fundidor de los más formidables instrumentos de esclavitud intelectual del ser humano, condenado por el dogma a una permanente minoría de edad. Pero es también el origen de mil y una herejías que de una manera o de otra han creado las condiciones para la conquista de la libertad. Lo ha estudiado con detalle Raoul Vaneigem en un libro imprescindible, La rèsistance au christianisme, publicado por Fayard en 1993. Constituye un documentado estudio de cómo durante veinte siglos ha existido una resistencia que ha militado en favor de las libertades naturales contra la opresión cristiana, y también una denuncia de cómo sus iglesias oficiales, desde Constantino, han construido una historia a su medida sobre la mitificación de personajes legendarios (Jesús, Pedro, Pablo) y el flagelo de la Inquisición inspirada por Domingo de Guzmán. Es esta obra la reivindicación de la disidencia como emanación de un espíritu libre y un reconocimiento a la deuda de la humanidad con los herejes y también con las herejes, cuya doble osadía, el pensar libremente y atreverse a hacerlo siendo mujeres, finalizó con su muerte en la hoguera después de ser condenadas por los inquisidores.

El cristianismo y el islam, la otra religión mediterránea, su inmediato competidor, se caracterizan por la ausencia de simbolismo femenino referido a la divinidad. En ello se diferencian de las demás tradiciones religiosas de su tiempo, como la egipcia, la babilónica, la judía, la griega y la romana con sus cultos a la fertilidad. La Tierra era femenina, el Sol, masculino; y la fertilidad, la Gran Madre, es la Isis de los egipcios, la Artemisa de los griegos, la Astarté de los hebreos o la Diana de los romanos. Sólo los heterodoxos se salen del rígido corsé de la retórica religiosa que considera exclusivamente a los hombres como integrantes de la jerarquía que rige la comunidad de creyentes generando, con ello, un poder masculino. En el cristianismo, son los evangelios gnósticos los que parecen configurar un "Padre" y una "Madre" divinos, incluso una versión de la Trinidad formada por la Madre, el Padre y el Hijo, y se atreven a configurar un poder femenino. Pero, como es sabido, ninguno de los textos gnósticos fue aceptado como canónico en Nicea y los manuscritos permanecieron ignorados durante casi dos mil años. El islam es igualmente misógino, justificando el poder masculino y las miserias del presente con las felices y sensuales promesas de ultratumba.

Sus divinidades y los reinos fundados bajo su invocación son masculinos. Con la Revolución Francesa, la libertad, la igualdad y la razón son femeninas y aparecen, a menudo, representadas por mujeres con el pecho descubierto, lo que enlaza con los primeros mitos femeninos de la fertilidad. La España totalitaria define su esencia nacional como viril, ruda, fuerte, sana, opuesta al afeminamiento de lo europeo, como en el Canto del cosaco de Espronceda en el XIX, o como en el nacional-catolicismo de la dictadura franquista en el XX. La España liberal es una mujer bella y joven, con gorro frigio, envuelta con una bandera tricolor bordada con las palabras libertad-igualdad-fraternidad. La bandera republicana que al rojo y gualda añade el morado, el color del tafetán aprehendido a Mariana de Pineda en su taller de costura, con un triángulo a medio bordar y las palabras de la trilogía libertad-igualdad-ley, terrible delito que la condujo al garrote el 26 de mayo de 1831. La República era femenina, no lo olvidemos hoy, 74 años después de aquel glorioso 14 de abril.

La historia de la libertad es la historia de los herejes y de los heterodoxos, de ellos y ellas. Pienso en mi hija y espero que algún día el Mediterráneo deje de ser un feudo masculino, propiedad exclusiva de divinidades terribles y vengadoras. Un Mediterráneo femenino, iluminado por el recuerdo de Isis y Diana, por la leyenda de una María Magdalena capaz de amar y de ser amada por Jesús, por el recuerdo vivo de todas las herejes quemadas por la Inquisición y de todas las mujeres libres lapidadas por el intolerante fanatismo de los hombres, cúbranse estos la cabeza como quieran. ¿Hasta cuándo cualquier tímido avance del espíritu en algún país mediterráneo será contestado por una inusitada violencia integrista sobre los cuerpos o sobre las almas de los hombres y de las mujeres en especial?

Las religiones se menosprecian a sí mismas cuando pretenden prevalecer sobre el espíritu de la libertad personal, cuando confunden el derecho positivo con las instrucciones del clero, cuando usan la violencia para imponer sus costumbres, cuando introducen en el Código Penal el adulterio -sempiterna emanación del miedo masculino a la libertad de la mujer-, cuando excomulgan a los que se comprometen con el avance de la ciencia o del pensamiento, cuando restringen las opciones sexuales, cuando niegan la autonomía del derecho civil de familia, cuando segregan a sus fieles del resto de la ciudadanía, cuando niegan el acceso femenino a la jerarquía eclesiástica y, sobre todo, cuando menosprecian a la mujer o la reducen a la invisibilidad tras el shador. La total igualdad de género es un valor occidental y sin la igualdad total entre hombre y mujer, el derecho humano básico, nuestra sociedad malvivirá dividida y amenazada por el miedo a los ejecutores de la masculina venganza divina.

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Josep María Felip es profesor de la Universitat de València.

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