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Columna
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En la mano del PNV

Josep Ramoneda

Las elecciones generales han trasladado el debate político al seno del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Los nacionalistas vascos tendrán que afrontar el problema de su esquizofrenia, divididos entre un nacionalismo moderado y un nacionalismo soberanista. Ya antes de saber los resultados se dieron las primeras señales de conflicto interno inminente: Joseba Eguibar se encargó de preparar el terreno para poder otorgar un suspenso a Juan José Ibarretxe al fijar en 33 escaños el corte del aprobado.

El régimen que el PNV y Eusko Alkartasuna (EA) han montado en Euskadi se ha basado en la ambigüedad: hoy, moderados; mañana, radicales, y así sucesivamente. Así han ido maniobrando hasta conseguir siete victorias electorales consecutivas porque, algunos parecen olvidarlo, el pasado domingo el tándem PNV-EA volvió a ganar las elecciones. El PNV esta vez quiso dejar de lado la moderación y se lanzó por la vía soberanista con el plan Ibarretxe. Y las elecciones han repetido lo que llevan años diciendo: no hay una mayoría suficiente para imponer el modelo nacionalista a los demás, del mismo modo que tampoco hay una mayoría suficiente para que los partidos constitucionalistas puedan gobernar. No es nada nuevo porque, insisto, se repite en cada elección. La novedad es que al PNV le han dado un margen muy reducido para su estrategia favorita: la ambigüedad, al mismo tiempo que su electorado rechazaba la petición de plebiscitar el plan Ibarretxe. Si quiere demostrar que su espacio está realmente en la centralidad sólo tiene un camino: mirar al PSE.

Ibarretxe, como líder de la coalición ganadora de las elecciones, tiene la iniciativa. Sería lógico que el PNV intentara seguir entre las tres aguas. Pero sólo tiene una manera: gobernar en solitario. Es decir, con 29 escaños, a lo sumo con 32 si Izquierda Unida no impide que el hambriento Madrazo mantenga el coche oficial. El desgaste sería enorme porque para ganar cualquier votación el PNV tendría que pagar altos precios a uno y otro lado. Sin embargo, es casi seguro que empezará así. En cambio, es más improbable que aguante una legislatura entera salvo que teja algún pacto estable con el PSE o con los neobatasunos.

Queda claro por tanto que el futuro de la legislatura dependerá del lado por el que Ibarretxe se incline, en la pugna entre los nacionalistas tipo Eguibar (o Arzalluz, su mentor) y tipo Imaz. Para empezar, Ibarretxe ha llamado a José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Hay que entenderlo como una pista? El sentido común indica que lo razonable para Euskadi sería que Ibarretxe aceptara el reto de Zapatero y que se sentara a negociar un nuevo Estatuto que fuera aceptable, por lo menos, por los dos tercios de la Cámara. Las urnas le han facilitado la tarea al liberarle del plan que lleva su nombre. La derrota de ETA habría permitido cerrar el ciclo del enfrentamiento entre constitucionalistas y nacionalistas, y que socialistas y nacionalistas volvieran a reencontrarse en condiciones más favorables.

Naturalmente, esta opción pasa por no volver a las andadas, es decir, por no hacer la más mínima concesión a ETA y mantener toda la presión policial y judicial sobre ella. Pero chocará, sin duda, con la gran tentación que el sector soberanista del PNV se encargará de agitar desde el primer momento: un acuerdo con los neobatasunos apoyado en una promesa de ETA de tregua definitiva. Cuesta creer que el PNV -al que el electorado se le acaba de cargar el plan Ibarretxe- caiga de nuevo en una trampa como la de Lizarra. Y cuesta entender que el importante sector moderado de un nacionalismo tan conservador como el vasco pueda encontrarse cómodo con esta franquicia montada sobre el último partido marxista-leninista de Occidente. Pero el señuelo de la paz hace milagros, y hay indicios más que razonables de que el PNV ha tenido contactos con ETA en las últimas semanas. Esta es la disyuntiva ante la que se sitúa Ibarretxe: o renovación del Estatuto en negociación con el PSOE o huida hacia delante directamente independentista con los neobatasunos, aun a sabiendas de que no hay una mayoría social suficiente para forzar una ruptura de este calibre. La tercera vía, en este caso, es aguantar en solitario hasta que no pueda más, y volver a convocar elecciones cuando el juego se haga imposible. ¿Para qué? ¿Para recibir el mismo mensaje de siempre? El acercamiento Ibarretxe-Zapatero sería positivo para el tripartito catalán, que vería como su modelo estatutario sirve de referencia en el País Vasco; sin embargo, si el PNV pusiera la directa por la vía rupturista, las chispas de la radicalización podrían producir algún incendio en el Gobierno de Maragall.

Zapatero anunció el cambio en el País Vasco, y ciertamente el resultado, siendo globalmente el mismo de siempre, da, en su plasmación concreta, oportunidad a que las cosas vayan de otra manera. El problema de Zapatero es que la iniciativa la tiene el PNV. El presidente del Gobierno puede aportar buenas razones para que el PNV se incline de su lado, pero en última instancia dependerá de cuál de las dos almas del PNV se imponga para que los caminos se junten o se separen quizá definitivamente.

El penoso espectáculo del Partido Comunista de las Tierras Vascas, cuyos dirigentes eran incapaces de decir el mismo día de las elecciones ni siquiera cuál es su ideología, obliga a formular algunas preguntas: ¿Están seguros de que era mejor que estuvieran en las elecciones éstos y no Batasuna? ¿Merecía la pena tanto ruido -que ha sido campaña gratuita para los neoabertzales- para acabar así? Una vez más se ha demostrado que hacer una ley para ilegalizar un partido concreto es un error, porque aunque el partido no exista, el electorado sigue existiendo y está dispuesto a movilizarse, con lo cual acaba apareciendo por un lado u otro. Paradojas de la política, la presencia de esta nueva franquicia batasuna ha impedido al lehendakari legitimar su plan. ¿Era esto lo que buscaba Zapatero?

El juego ha empezado. El PNV tiene la mano. Con ETA amortizada a los ojos de la ciudadanía, es exigible a todos, y a Ibarretxe en primer lugar, la grandeza que requiere la situación. Sería incomprensible que para salvar al régimen peneuvista se salvara a ETA. Una alianza con los neobatasunos, con ETA como escudero con una tregua, sería lo que el lehendakari siempre ha dicho que nunca aceptará: pagar un precio político por la paz.

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