“Hay que cambiar el modelo de turismo en las Galápagos”
Las Islas Galápagos están acostumbradas a recibir visitas. Las especies continentales han logrado de vez en cuando superar los mil kilómetros que separan el archipiélago de la costa ecuatoriana, y durante millones de años se han transformado en las asombrosas variedades -tortugas gigantes, pinzones con picos extraños, iguanas nadadoras, cormoranes incapaces de volar- que en 1835 inspiraron a Darwin su teoría de la evolución. Pero las islas no están preparadas para acoger a sus últimos visitantes: gatos, perros, cabras, burros y plantas de cultivo. Y 120.000 turistas al año.
En 1959, al cumplirse un siglo de la publicación de El origen de las especies, Julian Huxley (nieto del bulldog de Darwin, Thomas Huxley) y otros científicos crearon la Fundación Charles Darwin para colaborar con el Gobierno ecuatoriano en la conservación del archipiélago. La entidad emplea hoy a 130 personas. Su actual director ejecutivo, el zoólogo guyanés Graham Watkins, de 41 años, ha recibido este mes en Madrid el premio a la conservación de la biodiversidad de la Fundación BBVA.
"Si las islas Galápagos pierden su peculiaridad natural, se acabó el negocio"
Pregunta. ¿Qué hace tan especiales a las Islas Galápagos?
Respuesta. Que es el mejor conservado de todos los archipiélagos del mundo, pese a que, como todos los demás, ha sufrido las consecuencias de la depredación humana y de la introducción de especies ajenas.
P. ¿Cómo eran las Galápagos antes de la llegada del ser humano?
R. Es difícil saberlo, porque el archipiélago tiene una larga historia de interacción con los humanos. Suele considerarse que fue descubierto en 1535 por el obispo de Panamá, Tomás de Berlanga, pero es probable que ya estuviera poblado antes por nativos llegados del continente. Las islas fueron utilizadas después por los bucaneros ingleses y por los cazadores de ballenas y focas peleteras.
P. ¿Qué efecto tuvieron los seres humanos?
R. Un efecto doble. Por un lado, se alimentaron de las especies autóctonas, sobre todo de las tortugas gigantes, fáciles de cazar y muy nutritivas. Segundo, trajeron animales y plantas ajenos a las islas.
P. ¿Cuáles de ellos suponen un mayor problema?
R. Las cabras, porque llegan a todas partes y comen de casi todo, causando daños increíbles. Sólo he visto daños semejantes en los lugares donde hay grandes manadas de elefantes. También son muy perjudiciales las ratas y algunos insectos, como el mosquito del dengue, que es un problema sanitario.
P. ¿Algunos de estos daños son irreversibles?
R. Sí, algunas especies introducidas son casi imposibles de erradicar -por ejemplo, una rana que ha colonizado la isla de Isabela-, y algunas especies autóctonas, de cuya existencia sabemos a través de sus restos, han desaparecido.
P. ¿Cuántas?
R. Alrededor de un 3%, pero todavía estamos completando los estudios. Que no hayamos encontrado algunas especies no quiere decir que no estén.
P. ¿Cuál es su primer objetivo?
R. Entender la biología de las islas, estudiar los posibles métodos para erradicar las especies introducidas por los humanos y decidir si esas acciones son costeables. Erradicar una especie suele ser muy caro. Un hecho curioso es que las propias especies introducidas parecen estar experimentando procesos evolutivos: hay perros y gatos que han evolucionado de forma natural.
P. ¿Cuál es el resultado más notable que han logrado?
R. La recuperación de los galápagos de la isla Española. El número era muy bajo, pero los recogimos y los criamos en Santa Cruz, en colaboración con el Parque Nacional. Al mismo tiempo erradicamos las cabras de la Española, y gracias a eso los galápagos están volviendo a prosperar en esa isla. Ambas especies competían por los mismos alimentos. Es un buen ejemplo de la doble acción que se requiere: gestionar a la vez la especie amenazada y la introducida por el hombre.
P. ¿Qué es lo más urgente ahora?
R. El mayor reto es trabajar con la comunidad local para compatibilizar la conservación natural con el desarrollo sostenible. En los años cincuenta vivían en las Galápagos unas 2.000 personas. Ahora hay 27.000, y la población crece exponencialmente por migración desde el continente, de manera que se dobla cada siete años.
P. ¿Por qué?
R. En gran parte se debe a las oportunidades que abre el turismo. A principios de los ochenta visitaban las islas 20.000 turistas al año, y ahora son 120.000. No digo que haya que limitar esa cifra, pero sí hay que cambiar el modelo. Hay que extender un turismo respetuoso con el medio ambiente, de impacto mínimo, con pequeños barcos que lleven a los viajeros a las islas, senderos bien marcados y guías que controlen las visitas, un tipo de ecoturismo que ayude al desarrollo y a la conservación. Ya hay empresas que lo hacen, pero hay que trabajar con las demás compañías. Y las demás actividades económicas (servicios, pesca, agricultura) deben vincularse a la conservación.
P. La idea no es devolver el archipiélago a su pasado virgen.
R. No es un objetivo realista. Pero hay que mantener la ventaja comparativa. Si las Galápagos pierden su peculiaridad natural, se acabó el negocio. Un buen ejemplo es el café. Se trata de un cultivo introducido con fines comerciales, pero es muy valioso, porque en las islas no hay plagas que lo ataquen, y por tanto se cultiva sin pesticidas. Mientras las plagas no entren al archipiélago, seguirá siendo un buen negocio, y compatible con la conservación.
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