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Por un nuevo europeísmo español

Emilio Lamo de Espinosa

Cuando hablo de la España contemporánea me gusta siempre recordar el comentario de Hegel en su Fenomenología del espíritu, una idea que Toynbee gustaba de reiterar: los periodos felices de la humanidad carecen de historia, en ellos nada ocurre. Y recuerdo esta cita para contrastarla con la historia reciente de España, llena de noticias y acontecimientos, de historia. Pues pocos países han tenido un cambio social tan extenso, tan profundo y tan acelerado como el nuestro. Y sin embargo, el resultado, en contra de lo que creía Hegel, no es menos, sino más felicidad.

Hace 20 años éramos una de las economías más cerradas, casi autárquica; hoy somos de las más abiertas. Éramos uno de los países más centralizados; hoy somos uno de los más descentralizados. En poco más de cinco años hemos pasado de país de emigración a país de inmigración. De importador de capitales a exportador neto. De pedir seguridad a enviar nuestra tropas para que den seguridad a otros. De pedir ayuda a enviar ayuda (a Indonesia o Centroamérica). Y pronto pasaremos de ser los principales beneficiarios de fondos europeos a ser contribuyentes netos. Un inmenso cambio que ha sido posible, qué duda cabe, gracias a Europa y a través de Europa. No es de extrañar, pues, que los españoles seguimos siendo profundamente europeístas.

Ahora bien, si hemos sido y somos declaradamente europeístas, lo somos quizás por malas razones o al menos no por las mejores.

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Efectivamente, la manida cita de Ortega y Gasset, España es el problema, Europa la solución, era, más que un diagnóstico o una profecía, todo un programa político. Que fracasó durante la Monarquía de Alfonso XIII, volvió a fracasar en la República para triunfar definitivamente con la transición y en el reinado de Juan Carlos I. Pues el deseo de europeizar España, es decir, de modernizarla y elevarla "a la altura de los tiempos", no fue un elemento más del proyecto político de la España contemporánea, sino su núcleo central y su mejor resumen, un proyecto que anudaba por igual a izquierda y derecha, al centro y a la periferia, un verdadero proyecto de Estado. Europeizar era modernizar y modernizar era cambiar. Y "Por el cambio", recordemos, fue el eslogan con el que el PSOE obtuvo su primer y rotundo triunfo en 1982.

De modo que, tras la muerte del general Franco, los españoles hicimos nuestro como gran proyecto político nacional aquel consejo de la generación europeizadora del 14 (la de Azaña, Besteiro, Madariaga y, por supuesto, Ortega), de que los males de España se curaban europeizándonos, lo que significaba dos cosas. De una parte, no inventemos nada, imitemos a Europa. Pero de otra era tanto como decir: no hay vía española hacia la modernidad, que venga Europa a curarnos de nuestros demonios porque nosotros no sabemos bien cómo hacerlo. Nuestro europeísmo ha sido, pues, un europeísmo de venida más que de ida. Queríamos que Europa viniera aquí y nos abrazara, no tanto ir nosotros a Europa, queríamos "ser" Europa más que "hacer" Europa.

Nuestro europeísmo, el clásico y tradicional aquí, se parece así más al de los países nuevos del centro y este de Europa que al de Francia o Alemania. Para Alemania desde el principio, y para Francia desde el fiasco de Suez de 1956, la UE ha sido un trampolín para proyectarse hacia fuera; para nosotros era un camino para proyectarnos hacia adentro, para re-construirnos. Confiábamos en la UE, en buena medida, porque no acabábamos de confiar en nosotros mismos. Algo así como los británicos, sólo que al revés; ellos desconfían de la UE porque confían en sus instituciones. Aunque pueda parecer paradójico, hemos sido europeos por razones de política interior, no como instrumento de política exterior, hasta el punto de que nuestro principal objetivo político no ha sido construir Europa, sino ser como Europa, igualarnos, homologarnos.

Y lo hemos hecho. Durante los últimos 30 años España ha dejado por fin de ser diferente para ser un país europeo más, plenamente normalizado, e incluso en no pocas ocasiones, la vanguardia de Europa. En Reconstrucción y europeización de España nos decía Joaquín Costa que Europa era "escuela, despensa e higiene"; pues bien, tenemos escuelas, estamos bien alimentados e incluso somos uno de los pueblos más longevos del planeta. Todo un éxito histórico hoy agotado por consumación.

Creo que ello explica esa paradoja, casi ambivalencia, de que los españoles somos declarados europeístas, pero nos interesa poco, o más bien nada, la política europea o sus instituciones. Lo veíamos estos días al hilo del debate sobre el referéndum. ¿Ha leído usted la Constitución? No ¿Va a leerla? Por supuesto que no. ¿Le parece bien? Por supuesto que sí, me parece excelente. Lo mismo ocurría hace un año con la ampliación y de nuevo está ocurriendo ahora con algo tan importante como la directiva Bolkenstein, objeto de debate intenso en media Europa, proyecto central de los objetivos de Lisboa, pero casi ignorada en España.

Sería incorrecto decir que nuestra postura ha sido simplemente pasiva, pues no son pocas las dimensiones de la actual UE que se deben a la iniciativa de gobiernos españoles, desde el Proceso de Barcelona al principio de cohesión y solidaridad, pasando por la ciudadanía europea o temas de justicia y seguridad. Pero la ciudadanía española no se ha sumado a ese proyecto y no le interesa la UE. Es más, cabe abrigar la sospecha de que el reciente referéndum sobre el Tratado Constitucional, en el que sólo 3 de cada 10 españoles se molestaron en votar a favor, más que acortar la distancia entre la UE y los españoles puede haber contribuido a explicitarla.

Creo que hemos entrado, pues, sin solución de continuidad, y como resultado de un enorme éxito colectivo, en una nueva fase europeísta para España. Nuestra tarea no puede ser ya la de europeizar España, sino la de salir fuera para construir Europa. Si se me permite la expresión (y la digo con cierto temor), se trataría de españolizar Europa, que es, sospecho, el modo verdadero de ser europeo, un modo generoso que pretende más bien dar que recibir, con la ilusión de construir un experimento político nuevo para todos, un experimento que es, como bien sabemos, otro brillante éxito histórico. Pues jamás ha sido Europa tan segura, tan libre o tan prospera.

¿Qué Europa ¿Con qué contornos? Lo tenemos que discutir entre todos recuperando aquel consenso de Estado, pues la UE tiene hoy serios dilemas: sobre sus límites y fronteras, sobre su modelo económico y social o en temas de política exterior o de seguridad. Pero en todo caso Europa sigue siendo hoy, igual que ayer, el más importante proyecto político español. Y así, frente a la tentación de mirarse al ombligo para encelarnos en el narcisismo de las pequeñas diferencias regionales y en juegos de suma cero (o incluso negativa), debemos encelarnos en las grandes semejanzas continentales (e incluso en las intercontinentales). El futuro de España, cada vez más, no está en España, sino fuera de ella, y el portaaviones que debe servirnos de base se llama Europa.

Nosotros, en el Instituto Elcano tenemos fama de pro-americanos; ya se sabe, cría fama y échate a dormir (o que hablen de uno, aunque sea bien, como decía Benavente). Pero lo cierto es que nunca hemos tenido la menor duda de la vocación europea de España. Nos pareció siempre obvia, tanto que no era necesario resaltarla. Y no otra cosa opinan los españoles, quienes, al ser preguntados en nuestros sondeos, siempre dicen lo mismo: la primera prioridad de la política exterior, con más de un 80% de acuerdo, es Europa. Por lo demás, ¿quién ha dicho que Europa debe construirse contra nadie? No fue ésa, desde luego, la política de Felipe González cuando lanzó ahora hace diez años la Nueva Agenda Transatlántica, ni la de Javier Solana, hoy cuasi-ministro de Exteriores de la UE, pero ayer secretario general de la OTAN y antes de ayer ministro de Asuntos Exteriores en los gabinetes socialistas de España. De modo que sí, España debe estar en el centro de la construcción europea, debemos ser su vanguardia. O dicho de otro modo: no podemos permitir que otros nos construyan Europa.

Con el nuevo Informe Elcano Construir Europa desde España, coordinado por Charles Powell, J. I. Torreblanca y Alicia Sorroza, recientemente presentado, hemos pretendido nada menos que iniciar esa segunda fase del europeísmo español. Un europeísmo de ida y no sólo de venida, activo, más que pasivo, de proyección hacia fuera y no tanto de proyección hacia adentro, de política exterior más que de política interior. Más "ser" Europa que un simple "estar" en Europa. Por volver a Ortega, "somos cisterna", decía, o al menos lo hemos sido; "pero debemos ser manantial".

Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología. Real Instituto Elcano.

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