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Columna
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Alfabetización digital

Emilio Ontiveros

Uno de los denominadores comunes que exhiben las economías más prósperas es la elevada difusión de Tecnologías de la Información y de la Comunicación ( TIC). Su contribución al crecimiento económico, a través de aumentos de la productividad, dispone de un amplio respaldo empírico. Lo hacen actuando de catalizadores de cambios en las organizaciones, públicas y privadas, en la dirección de una mayor flexibilidad, generadora de ganancias de eficiencia. Todas las áreas y subsistemas de la gestión, no solo de las empresas, son susceptibles de ese virtuoso desplazamiento. La explotación de nuevos canales de distribución, la creación de nuevos productos y servicios y, en definitiva, las posibilidades de diferenciación encuentran un valioso apoyo en esas tecnologías.

Con razón se asimila la modernización económica con el fortalecimiento de la inversión pública y privada en tecnologías de la información

Con razón se asimila la modernización económica de los países con el fortalecimiento de la inversión pública y privada en esas tecnologías y con la extensión de las mismas entre sus ciudadanos. También con la facilidad con que las administraciones públicas hacen uso de las mismas en sus procesos internos y, desde luego, en su interlocución con los ciudadanos. La síntesis de todo ello es lo que genéricamente podemos considerar la alfabetización digital. Las disparidades en los niveles de esa inserción en la sociedad de la información pueden ayudar a explicar las existentes en el crecimiento de la productividad de las economías nacionales y, en definitiva, en el progreso y bienestar de sus habitantes.

El World Economic Forum acaba de publicar la cuarta edición de su Global Information Technology Report, correspondiente a 2004-2005, en el que incorpora un índice que bien podríamos asimilar a la extensión de esa alfabetización. El Networked Readiness Index (NRI) mide el progreso en ese ámbito de más de un centenar de países destacando los obstáculos políticos, institucionales y estructurales que impiden que las naciones capturen completamente los beneficios de las TIC, así como el grado de preparación y utilización de las mismas por individuos, empresas y gobiernos. Se trata, por tanto, de un indicador del grado de extensión mundial de las mejores prácticas en ese campo, de especial utilidad para aquellos gobiernos seriamente comprometidos con el crecimiento de sus economías: en particular con la calidad del mismo, con la garantía de su sostenibilidad a largo plazo.

Ocho de los diez primeros países de la edición anterior repiten posiciones en la de 2004. Entre las seis mejores del mundo vuelven a estar cuatro países nórdicos, en los que sus gobiernos asumieron hace años un decidido liderazgo en esa alfabetización digital. Son países que también encontramos en las primeras posiciones por capacidad competitiva de sus economías, por la calidad de sus instituciones públicas y en el más relevante ranking de renta por habitante. España aparece, un año más, en la posición 29ª, detrás de Estonia y de Malta. Una posición expresiva de una escasa alfabetización digital; poco consecuente con su envergadura (la 9ª del mundo por PIB) y con las exigencias de modernización de su patrón de crecimiento; pero coherente con las carencias que denuncia uno de los mayores desequilibrios exteriores del mundo. A tiempo estamos de hacer de la alfabetización digital el catalizador de la modernización de la economía española.

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