_
_
_
_
FUERA DE CASA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Esperando a Gabo

Hasta hace poco, aquí, a Gabo, a Gabriel García Márquez, no le esperaban ni las putas tristes; ni las alegres, si las hubiera. Ahora me llegan algo más que rumores. Además estoy notando que Joaquín Sabina tiene una sonrisa como la de un camarero cuando se entera que Ángel González está a punto de llegar a la ciudad. Espero que esta vez no sea como la llegada de Godot. Que venga aunque sea sin papeles, sin visado, sin dinero, todo se puede arreglar entre Carmen Balcells, Felipe González, Carmen Calvo y unos cuantos millones de lectores que estarían dispuestos a subvencionar lo que haga falta por ver a García Márquez en nuestras calles nuevamente. Aunque nos tengamos que disfrazar de flamencos como en una película de Berlanga. Y, puestos a pedir, nos gustaría verle en una lectura en la Residencia de Estudiantes. No estaría nada mal para demostrar que seremos un burdel, pero un burdel abierto. En la Residencia todos deberían tener su asiento. Los que están al lado de Raúl Rivero, que el otro día en aquellos salones de la Colina de los Chopos supo leer sus nostálgicos, dolientes y hasta irónicos poemas, muy bien presentado por Alicia Navarro, por Carmen Calvo y por Luis Antonio de Villena.

Lo Rivero no quita lo García. Estuvimos en su lectura gentes de todo pelaje, clásicos de la Residencia y algunos destacados de la contra. Y no hubo en esa tarde Abril ni guerras civiles, ni anti-Españas, ni comandantes, ni carceleros. No, allí estaban varias Españas que escuchaban tranquilamente al poeta que salió del calor. La poesía lo hizo posible. Rivero, con la emoción de ese lugar en la tierra, de ese espacio civilmente abierto de la Residencia, que fue una isla para la poesía y otras prosas, se encontró amparado por sus amistades mediáticas, por poetas y editores afectos ma non troppo y por algunos políticos que han facilitado el regreso del poeta anticastrista. Significativo que la salida de la isla se haya producido en los días de celebración del primer aniversario del Gobierno de Zapatero. Al lado de la mujer del poeta, y de su pequeña hija, como cariñosa niñera, estaba Trinidad Jiménez, la imagen más rubia del universo Zapatero.

Antes, y sin permiso de Houellebecg ni de Arrabal, nos fuimos a Lanzarote. Y no fuimos para ampliar el campo de batalla, ni para presumir de turistas del ideal, fuimos para visitar a un poeta que nos había permanecido mucho tiempo secreto. El poeta se llama José Saramago -con perdón de Ignacio Vidal-Folch- y nos recibió en su casa para enseñarnos eso que estaba demasiado oculto, su poesía. Y está para todos y en edición bilingüe. El poeta no es un fingidor. Este poeta dice lo que piensa, aunque tantas veces no piense como nosotros. Y nos acerca a otro que no conocíamos, más interior, más cercano. "En la isla a veces habitada de lo que somos, hay noches, mañanas y madrugadas en las que no necesitamos morir". Disfrutamos en su isla, con un vino que nunca conoció Shakespeare, con unos peces que tampoco comió nunca. Y lo recordamos con el poeta ibérico, con el escritor vigoroso de más de ochenta años que anda espantando a la muerte con las indagaciones de su próxima novela. La muerte puede esperar. Recordamos a Shakespeare por la visita del irónico físico, de Hawking, que en su último libro recoge aquella frase de Hamlet: "Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito". ¡No es un mal eslogan para la propuesta de viviendas de la ministra Trujillo!

De regreso a esta isla llamada Madrid, la fiesta continúa. Nuestra vida fuera de casa muchas veces es un canapé literario, una fiesta de escritores, periodistas y farándulas varias que se mezclan, se tocan, se besan -como decía mi admirado Paquito Clavel, ¡qué falsas somos!-, se hacen citas y se dicen hermosas mentiras. Es decir, todo lo contrario de una reunión de intelectuales inglesa. Allí, Canetti dixit, nadie se toca. Nosotros aprovechamos la fiesta del Premio Alfaguara para tocar, poco, la verdad, a Charo López. Y para tocar, menos, y por ver si algo se nos pega, a José Manuel Caballero Bonald, jurado y portavoz de este insólito premio que estamos deseando leer a dos ojos de dos escritoras argentinas -give me two- capaces de escribir bien a cuatro manos. Tocamos a muchas y muchos más, pero hay tocamientos que no caben en una crónica.

Empezamos la semana deseando la llegada del rey de las letras, la terminamos brindando por la República. Cada uno por la suya, la verdad. La nuestra, lo confieso, es menos roja que la de Llamazares. Pero acudimos a su cena, entre proletaria venida a más y reunión festiva de salón de bodas y bautizos. No seré tan rojo, pero sí tan sinceramente republicano como para fallar en otra cena a la que tengo fidelidad hace muchos años, la de las bodegas Gurpegui Muga y sus premios Gonzalo de Berceo. Un premio al que me gustaría hacer oposiciones. Su peso en vino. Aún mejor que su peso en miel que el otro día recibió Vargas Llosa. Tengo claro lo que se puede hacer con más de noventa kilos en vino, ¿pero con noventa kilos de miel? Demasiado dulce para mi régimen. Claro que notados los premiados que consiguen pasar de los noventa; es más, alguno como Fernando Tejero verán que tampoco es bueno estar en los huesos. Siento no haber podido brindar con Jesús Flores, uno de los grandes de nuestra cocina. Y me da igual lo que pese Iker Casillas. Uno es republicano y del Atlético de Madrid, nadie es perfecto, aunque se pueda ser dual como una escritora -o dos- argentina. Seguimos esperando a Gabo.

Gabriel García Márquez.
Gabriel García Márquez.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_