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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La semana del asesino

Marcos Ordóñez

No he visto a Zucco. Lluís Pasqual dice: "Para hacer Roberto Zucco hay que encontrar al actor justo. Si lo tienes, tienes a Zucco". El Zucco de Pasqual en el María Guerrero se llama Iván Hermes. Un actor joven, un chico muy guapo, una "gran presencia", como se decía antes. Pero esencialmente física, a mi juicio. Con chispazos de verdad muy aislados. Siento tener que decir esto: no he visto a Zucco, y apenas le he oído. Un solo ejemplo: su monólogo en la cabina, alucinando por un teléfono sin línea, es de una artificiosidad que espanta. Para eso sirven, a veces, las pantallas como la que le regala Pasqual: un primerísimo plano, con el rostro cubierto de sangre, cosa de amplificar lo que no llega, lo que no pasa barrera. Nada que ver con Edu Fernández cuando Pasqual montó la obra de Koltès en las ruinas del Palau de la Agricultura, el pre-neoLliure, en un acto de okupa teatral. La comparación es siempre odiosa, pero muy sencilla, muy clara: Edu Fernández tenía peligro, punto. No digo que Iván Hermes no sea bueno o que no pueda llegar a serlo. De momento se esfuerza demasiado. No me ha interesado, no me ha atravesado. Y si Zucco no atraviesa... Aunque, si les soy sincero...

A propósito de Roberto Zucco, dirigida por Lluís Pasqual en el María Guerrero de Madrid

La verdad es que lo que le pase a Zucco en el fondo me importa un pimiento. Nunca me he creído todo ese rollo del criminal "poético". A los intelectuales les encantan esas cosas. El Pierre Rivière de Foucault, el Saint-Genet de Sartre

... ¡La de cosas que se han llegado a escribir acerca de Roberto Zucco, sobre todo en Francia, el país perfecto para atar esas moscas por el rabo! "Criatura cósmica", "filosófica", "mítica"... "fuerza de la naturaleza", "un héroe como Sansón o Goliat"... Y, claro, "síntoma de una sociedad enferma". Siempre ha habido asesinos. Y sociedades enfermas. Y el mal en estado puro, sin explicaciones. Pasqual remacha: "Un personaje completamente amoral, portador de la amoralidad que caracteriza a nuestra época". Yo veo a un pobre loco, a un cabrón asesino que, entre otros, se carga a un niño a sangre fría. Muy bien rebozado por Koltès, por así decirlo. Grandes imágenes. El rinoceronte que quiere ser invisible, que repite su propio nombre porque teme olvidarlo. El tren que descarrila. La gota de agua que se desliza entre las piedras. Muy bonito también lo de ir hacia el sol, ser el sol, ser el origen del viento. ¡Ah, si pudiera creérmelo! Yo creo o entiendo otras cosas. ¿Cómo no entender a Koltès fascinado por ese bello rostro entrevisto en el metro de París, el beau ténebreux coronado por un "se busca"? Koltès ya enfermo de muerte, "entre dos grandes viajes". Un Koltès que quisiera soñar con lagos helados en África, salir pitando, hacia el sol o hacia el otro lado de la luna, llevárselo todo por delante. En fin. Para mí, Zucco es un catalizador. Dicho de otra manera: me interesa mucho más la gente con la que se encuentra. Los solitarios, el inspector melancólico (Paco Lahoz), el viejo del metro (Walter Vidarte), perdido en un laberinto de túneles y estaciones que cubre su vida entera; los inicuos, el macarra (Patxi Freytez) que vende a su hermana como puta; los casi fools shakespearianos, los guardianes de la prisión, y el inspector y el comisario (Manuel Millán, Cesáreo Estébanez), quizás estereotipados en exceso por Pasqual; el coro de curiosos del parque. Hay algo en Roberto Zucco que no supe ver antes, bien porque miraba hacia otro lado o porque me lo ha hecho ver Pasqual ahora. Las mujeres. Las mujeres de Zucco. ¡Ellas son los grandes personajes de la obra! Y, amor con amor se paga, lo mejor de la función. La madre del asesino (Celia Bermejo), la mujer que fijó su vista en él "sin desviarla jamás, vigilando cada cambio de tu cuerpo, hasta ser incapaz de verlos". La esencia de ser madre en esa sola frase terrible: "No quiero olvidar que has matado a tu padre, y tu dulzura me haría olvidarlo todo". La chiquilla sin nombre (Aida Folch), harta de ser rebautizada con apodos de animalillos: la amante de Zucco, la que le traicionará, justo, revelando su nombre. La madre de la chiquilla (Teresa Lozano, imbatible en el desgarro cómico). La hermana soltera, la "virgen perenne" que interpreta la impresionante Carmen Macchi. Debería hablar de la escenografía, con sus ideas sencillas y efectivas (la columna móvil) y sus abstracciones incomprensibles (la montaña de arena en el Pequeño Chicago), no está mal, nada de eso está ni demasiado bien ni demasiado mal, pero se olvida. Lo que permanece son las grandes escenas, los grandes momentos, y siempre están protagonizados por mujeres. Volvamos a Carmen Macchi, no me la quito de la cabeza. El monólogo de la solterona enloquecida, buscando a su hermana, a su palomita, bajando al patio de butacas como una fuerza desatada, una Ofelia de Barbès, vomitando sobre todos los machos del mundo, sobre el olor de los machos. Y Mercedes Sampietro. La mujer del parque. Una gran dama indigna, gloriosa en su desesperación. La mujer que no tiene miedo ni lo ha tenido nunca, que está harta de gilipollas, su marido, la gentuza que la rodeaba en el parque, periodistas, policías, la mujer que odia todo "menos a los mocosos como mi hijo, al que tú has matado". Y sin embargo está dispuesta a huir con Zucco, a ayudarle a recordar su nombre. A perderse, juntos. Ésas son las historias que realmente me interesan de esta obra, las que se abren casi al final. Seguir a la mujer del parque. Seguir a la virgen enloquecida. Seguir al viejo en su laberinto cotidiano. Volverían a encontrarse en una nueva obra, la mejor de Koltès. Un nuevo Quai Ouest. No hubo tiempo, una lástima. Roberto Zucco no es el testamento de Koltès, ésa es otra idea recibida. El testamento de un gran artista siempre es la obra que iba a escribir después, la que se anunciaba. Dejémoslo aquí. Dos cosas más. Una alegría: el retorno de María Asquerino, en el breve rol de la dueña del burdel. Espero que el próximo sea más largo: se lo merece. Y una perplejidad: ¿quién firma la traducción de la obra? No aparece en los anuncios. Ni en el programa de mano. Ni en el dossier de prensa. Misterio.

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