"Cuanto más hablas de ti menos te conocen"
En el arranque de El placer por la danza (Editorial Síntesis), su autor, el coreógrafo y bailarín Nacho Duato (Valencia, 1957), afirma: "Siempre he sido consciente del poder de expresión de mi cuerpo. No recuerdo el momento de una revelación en ese sentido. Desde siempre fue así. Un millonario puede poseer un Rolls-Royce en el garaje. Yo, sin embargo, y lo digo con toda humildad, tengo mi cuerpo". Hoy, el Rolls de Duato lleva vaqueros y cazadora de motero. En su pequeño despacho de la Compañía Nacional de Danza, que dirige desde hace 14 años, responde a las preguntas mientras advierte de que ni él es escritor ni éste es un libro sobre su vida.
Pregunta. Se trata entonces de reflexiones en torno a su relación con la danza...
"¡Cómo me van a hacer un teatro a mí! No, yo lo que pido son otras cosas, por ejemplo, mayor presencia en el teatro Real"
Respuesta. Sí. Como me resistía a escribir un libro porque hoy todo el mundo lo hace, propuse a la editorial una entrevista compaginada con muchas fotos. A la gente de la danza lo que nos gusta es ver fotos. Yo de joven me moría por las de Nureyev, la danza es un arte muy plástico. Así que finalmente quedó como un libro de fotografías con textos míos sobre mi experiencia.
P. Habla de sus recuerdos.
R. Sí, pero que nadie se engañe. Con este libro no me conocerán mejor. Quien se crea que me conoce más por saber que en el año 79 me fui a Londres a trabajar en un McDonald's se equivoca. Cuanto más hablas de ti mismo menos te conocen. Son sólo capas y capas para tapar lo que es uno de verdad. Quería sólo escribir sobre la danza, sobre lo que le ocurre a alguien que decide ser bailarín.
P. Usted incluye alguna página de su diario.
R. Yo escribía un diario desde los 17 años. Lo dejé cuando murió mi hermana, no sé por qué, ya no quería escribir. No soy muy apegado a los objetos, pero guardo todos mis diarios. Ha sido divertido releerlos para refrescar la memoria.
P. ¿Sin nostalgia?
R. La verdad es que no. Me encuentro mejor ahora. Aquella fue una época de mucho tumulto interior. Mis padres no estaban muy contentos conmigo... Ahora estoy mejor.
P. Y usted insiste en que cuando empezó, España era un solar para un bailarín, sin tradición.
R. Y es verdad. A pesar de lo que muchos críticos argumentan... Cuando yo me fui de aquí, no había nada de nada. Por no haber, ni había vestuarios para chicos.
P. ¿Y qué ha cambiado?
R. Pues algo ha cambiado. Hoy un adolescente que quiere ser bailarín por lo menos puede utilizar mi nombre como referencia. Por muchas tonterías que diga en mi libro, al menos he hecho algo y puedo ser útil.
P. ¿Es verdad que ha pedido a la ministra un teatro estable para la compañía?
R. No, eso fue un malentendido con una periodista muy guapa en París. Tengo una cita con la ministra el día 23. ¡Cómo me van a hacer un teatro a mí! ¿Estoy loco o qué? No, yo lo que pido son otras cosas; por ejemplo, mayor presencia en el Teatro Real. La programación de ballet del Teatro Real es un desastre. Nos meten con calzador. ¿Por que en París o Nueva York tenemos 10 días y aquí no? El señor [Emilio] Sagi decía que era porque no llenábamos, y yo le digo que nosotros no estamos aquí con ánimo de lucro, que el Reina Sofía tampoco llena sus salas y no importa. Pero todo lo que digo lo toman como algo personal. Cada vez que entro en el Real me miran con horror. Pero yo sólo digo lo que pienso. Y no es por mí, es por la compañía, por el público.
P. Usted compara su cuerpo con un Rolls. ¿Cuándo tomó conciencia de ese cuerpo?
R. Desde que empecé a bailar. Ser consciente de ese poder me ha salvado de muchas cosas. Saber que mi cuerpo es mi instrumento de expresión. Así como para Jordi Savall su instrumento de expresión es la viola de gamba, el mío es mi cuerpo. La diferencia es que la viola de gamba de Savall funciona mejor con los años; en cambio, mi cuerpo se deteriora con el paso del tiempo. Mi cerebro madura pero mi cuerpo va cada vez peor. Esa lucha, esa paradoja entre la madurez y el deterioro del cuerpo, esas dos fuerzas opuestas, te mantienen alerta. Creo que la danza me gusta tanto por esa terrible contradicción.
P. También será doloroso...
R. Bueno, la danza es muy intelectual. No es el circo. No es salir y bailar. Yo exijo a mis bailarines que antes que nada tienen que ser personas que viven en este mundo, conscientes de su época y el mundo; si no, no te puedes subir a un escenario a expresar nada.
P. Entonces, ese talento natural no basta...
R. No. El talento te lo tienes que buscar. Cuando vivía en Holanda, mis amigos se iban de discotecas cada fin de semana. Yo me quedaba estudiando. También iba a las discotecas, claro, pero menos. Los bailarines dejamos los estudios muy pronto y por eso tenemos que esforzarnos mucho más. Tenemos que prepararnos. Quizá tengo talento para la danza, pero lo más importante es que ese talento no se te escape. A veces es preferible la convicción al talento.
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