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Columna
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Los pilares de la tierra vasca

El clan del oso cavernario es una novela que trata de prehistóricos, de esos seres humanos admirables que inauguraron el pensar y, seguido, la imaginación, es decir, el pensamiento siempre pensando en otra cosa. En lugares como Altamira se comprende lo que ellos entendieron para empezar: que son siameses humanidad y creatividad; que no hay humanidad sin hipótesis de transformación, sin sueño de alteridad, sin reto/rito de belleza. Porque considero que la Prehistoria es el más largo y más auténtico siglo de las luces, he empezado la columna de hoy con esa evocación admirativa. Aunque para abandonarla enseguida, porque lo que me ha recordado el título de esa novela es otra: Los pilares de la tierra, y antes (cosa de las asociaciones libre) el Partido Comunista de las Tierras Vascas. Su nomenclatura que suena a anacronía, a destiempo. Y su paso de la sombra a la luz de los focos, como rasgo de la vida política de Euskadi en que tanto se confunden las posiciones, lo que tiene que estar en primer plano con lo que pertenece al fondo; lo principal con lo accesorio, lo sustancial con la guarnición decorativa.

Y abandonarla también, porque se hace difícil compatibilizar esa imagen luminosa con Euskadi. Aquí la versión de lo prehistórico que primero viene a la cabeza es la cavernícola, la troglodita que no cubre precisamente de arte las paredes sino de insultos y amenazas (de dianas en la frente de algunos candidatos a lehendakari, como tuve la desgracia de comprobar el primer día de carteles electorales). Porque aquí, además, la habitual referencia del nacionalismo a nuestro origen en "la noche de los tiempos" remite propiamente a la nocturnidad, a la oscuridad convivencial y democrática. En el sentido de que en Euskadi sucede lo que hace mucho que no pasa a nuestro alrededor. Los pilares de nuestro juego político difieren de los de los países que esperanzada, y tantas veces imprecisamente, llamamos "nuestro entorno".

Para empezar, las dianas en la frente. La oposición vasca va escoltada a su Parlamento, a sus Juntas, a sus ayuntamientos. Instituciones que, sin embargo, no han modificado sus nombres. Se siguen llamando igual, aunque no sean lo mismo que en otras partes. En eso, como en tantas otras vertientes de nuestra vida pública, el label de normalidad etiqueta lo que no es normal en absoluto, esconde una ano(r)malía fundamental. A los vascos/as nos toca llamar con un nombre entero a una democracia amenazada, esto es, parcial; a la que siempre le falta ese trozo esencial que es la libertad, la facilidad, la alegría de movimientos, de presencia y de expresión de la oposición al Gobierno tripartito. Y estoy convencida de que las cosas ya hubieran cambiado en Euskadi si los nombres públicos dieran cuenta cabal de lo que pasa, si se adjetivaran para representar esa cruda realidad. Escuchar a menudo y multi-públicamente "Parlamento amenazado" produciría su efecto; como su impacto tendría reconocer, igual, que el nuestro es un "Parlamento defendido" por la oposición con un plus de esfuerzo, de compromiso personal; con un nivel de riesgo que en cualquier país de nuestro mal llamado entorno sería considerado no sólo insoportable sino intolerable. Convencida también de que hubieran cambiado las cosas, desde hace mucho si lo que vimos el otro día en el debate de candidatos, esa presencia directamente plural en la televisión de todos, lo hubiéramos visto en ETB cientos de veces. Si cientos de veces, delante de las cámaras, al lehendakari actual se le hubiera recordado el catón: que el poder no es un monopolio; que ni las banderas ni las lenguas son suyas en exclusiva; que a él no le corresponde definir ni decidir la identidad de los demás; que criticar su acción de gobierno no es hablar mal del país. Que "nuestro entorno" considera pilar de la democracia precisamente el evitar ese tipo de pretensiones; evitar apropiaciones privadas de lo público; confusiones entre lo institucional y lo partidista; tentaciones de presentar como desahucio la saludable alternancia en el gobierno. Tan saludable que en cualquier parte se tiene por definición y prueba de lo democrático.

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