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Reportaje:LA LUCHA CONTRA EL GRAN ATASCO

El experimento de Lavapiés

Los vecinos denuncian la congestión que sufre el barrio por culpa de la carga y descarga y la estrechez de las calles

Oliver es un perro que sale a la calle atado por una correa. Sus amos, los galeristas Luis Valverde y Pepe Martínez, le llaman "el perro callejero". No conoce parques, sólo las aceras de Lavapiés. Mari Ángeles Cuenca dejó hace unos años su Cádiz natal para emprender una aventura empresarial en Embajadores. Es muy "echada p'alante", pero está harta de que el ruido de los cláxones la despierte a las cuatro de la mañana. El problema de Tipú, un comerciante treintañero procedente de Bangladesh, es otro. Cuando regresa por las noches a su casa, en la calle de la Fe, tiene que dar "vueltas y vueltas" con el coche hasta que encuentra sitio.

Todos trabajan o residen en un barrio, Embajadores, que vive en el atasco continuo. La zona está ahogada por la carga y descarga (hay más de 600 comercios de venta al por mayor), por las obras, por la estrechez de sus calles y por los bolardos. Este barrio -mucho más conocido por una parte de él, Lavapiés- se mueve en torno a ejes tan importantes como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la estación de Atocha o el Rastro.

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El Ayuntamiento tiene un plan para peatonalizar parte del barrio de Embajadores y con el que pretende, así, aliviar los problemas de tráfico de la zona. Comerciantes y vecinos acogen con escepticismo una medida que, aunque muchos consideran positiva, no creen que vaya a terminar con los atascos. También está su miedo a ver qué va a pasar con la carga y descarga de sus negocios.

"¿Hacer parte para los peatones? Eso es empezar la casa por el tejado", comenta Santiago Stañ, de 34 años, que tiene una tienda de fotocopias en Lavapiés. Comparte sobremesa con unos amigos en un bar de la calle Argumosa. ¿Qué cambiarias de Embajadores? "Yo, al Ayuntamiento". Para él, la idea de peatonalizar es "una bobada". A su lado asienten Natalia Villolta y Zuriñe Langarika, dueña y camarera del bar: "Y acuérdate de las obras del metro. El verano pasado ya estuvo cortado. Este verano lo van a volver a cortar". "Primero, que no den más licencias a mayoristas, y luego, que hagan garajes. Después, que piensen ya en peatonalizar", argumentan. Si acaso, no verían mal que se cerrase al tráfico la calle de Argumosa, pero con un buen proyecto "que la convierta en bulevar".

Cerca del bar donde se encuentra este grupo de amigos, la plaza de Lavapiés y sus alrededores están colapsados por las obras. Una furgoneta para en la calle de Valencia y empieza a descargar mientras de fondo suena una sinfonía de Piiiiii procedente de una larga hilera de coches. La plaza se hace intransitable.

"Yo los fines de semana me piro de aquí, no lo aguanto", dice Miriam Lara, de 25 años, que vive y trabaja en Lavapiés. Su madre, además, es propietaria de un bar en la zona, así que presume de conocer bien los problemas del barrio. "Mi calle, la del Olivar, por la noche parece el París-Dakar, algunos aprovechan para acelerar, se pican entre ellos", cuenta. ¿Cerrar las calles al tráfico? "Buf, no sé. Si peatonalizan, los ladrones podrían salir del barrio más fácil, no tendrían obstáculos".

De obstáculos y de bolardos sabe bien Mari Ángeles Cuenca, dueña de un bar con aroma gaditano que hay en la calle de la Fe. "Que quiten los bolardos, vas con la compra y te vas dando golpes".

El bangladeshí Tipu tiene su propia teoría, que reconoce egoísta mientras se ríe: "Donde yo tengo el negocio, que no aparquen los coches, pero fuera sí". De todos modos, para Tipu y para otros muchos no es el atasco el principal problema del barrio, sino la seguridad. Al preguntarles por los problemas de tráfico, la mayoría contesta: "¿Tráfico, pero de qué? ¿El de drogas, los trapicheos?" . A Tipú le han asaltado varias veces, siempre dentro de su negocio de comestibles.

"Lavapiés no es como el barrio de Salamanca, que cierran las tiendas y queda muerto. Aquí el barrio está 24 horas abierto", comentan Luis Valverde y Pepe Martínez, dueños de la galería Espacio Mínimo. Su perro Oliver reposa a su lado. Ahora que empieza a hacer sol, la gente mayor está tomando el barrio. "A veces ves a cinco ancianos en un banco, no tienen ni sitio", protestan.

Lavapiés apenas tiene parques, ni zonas para practicar deporte. Sólo hay que darse una vuelta a partir de las cinco de la tarde por los alrededores del museo Reina Sofía. Su plaza está atestada de niños que juegan al fútbol y de turistas que esquivan los balonazos. Síntoma de los problemas de un barrio donde los críos no tienen ni sitio para jugar.

Luis y Pepe dicen que necesitan la carga y descarga para cuando montan una exposición. Ellos tienen coche, y plaza de garaje alquilada. "El día que no podamos tener plaza, vendemos el coche", admiten. A los dos les parece bien que peatonalicen algunas calles.

Una vez les intentaron abrir la puerta, romper el cristal. Pero nunca les han asaltado por la calle. Hacen una última petición: "Que dejen de maquillar las fachadas del barrio y que actúen por dentro de las casas".

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