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BODA REAL EN WINDSOR

Camila hace realidad su sueño

La nueva esposa puede convertirse en una inesperada ayuda para el príncipe Carlos

Durante los primeros tiempos de la princesa Diana, la monarquía inglesa se convirtió en un cuento de hadas. Desde que apareció en el escenario la madrastra, Camila Parker Bowles, se ha visto reducida a una telenovela. La pregunta ahora es si los Windsor recuperarán el prestigio y el afecto que los traumas, las infidelidades y las bufonerías de la última década han erosionado.

La respuesta está más en las manos de la ahora duquesa de Cornualles que en las de su consorte. El príncipe Carlos parece un caso perdido. Desde la revelación en la impúdica prensa inglesa de que Carlos no sólo fantaseaba con ser el tampón de su amante, sino que se lo decía por teléfono, la imagen del heredero a la corona ha caído en picado. Si tuviese un ápice de carisma se le podrían perdonar sus ataques de mala educación o sus grotescas exigencias a la servidumbre: la última función cada noche de su mayordomo era, según reveló la prensa hace años, la de ponerle pasta de dientes en el cepillo. Este detalle o las groserías que se le oyeron decir hace una semana a través de un micrófono que creía apagado no sirven para consolidar la imagen de Carlos como un príncipe alejado de la categoría que el puesto exige.

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Su nueva esposa es otra cosa. Ella sí tiene la posibilidad de recuperar su imagen, y a su vez la de la monarquía. Por dos razones: no se sabe casi nada de ella y las expectativas son muy bajas.

Lo curioso de Camila Parker Bowles -desde ayer, la segunda mujer más importante de la realeza inglesa- es que a pesar de que su nombre ha sido uno de los más conocidos en la última década, nunca ha dejado de ser (para el público) un enigma. Lo cual tiene su mérito en una época en la que los pormenores de las vidas de los personajes públicos son casi tan accesibles como los de los miembros de la familia.

Camila nunca ha concedido una entrevista y ha hecho todo lo posible para no posar ante los fotógrafos. A diferencia de Diana, los libros que se han escrito sobre su vida no han gozado de su visto bueno, y menos aún de su colaboración. Ayer, el día de su boda, tras lo que debe de ser uno de los noviazgos más largos de la historia, fue la primera vez que el público pudo observarla de cerca; la primera vez que no huyó ante las cámaras.

Y, según se pudo comprobar viendo la cobertura de la boda que ofrecieron la BBC y Sky News, el público se quedó gratamente sorprendido. La gente que acudió a Windsor a presenciar el evento y los comentaristas que hablaban desde los estudios se pusieron de acuerdo en un dato: Camila es un ser humano. Y que, por si eso fuera poco, era menos fea de lo que decían. (La fallecida princesa la llamaba la Rottweiler; otros, cara de caballo).

Se verá en unas semanas o en unos meses si tras este despegue prometedor Camila logra coger altura. Pero existen motivos para pensar que Camila caerá mucho mejor al público inglés de lo que uno se podría haber imaginado el día, por ejemplo, que murió Diana. Las biografías no autorizadas que se mueven por el mundo de la aristocracia británica coinciden, sin excepción, en que Camila es una mujer campechana, simpática, lista y que posee un gran sentido del humor. Le gustan el tabaco y los gin-tonic, se siente más a gusto en unos viejos vaqueros que en vestidos Versace, y ha soportado lo que para cualquier mujer sería la humillación de las crueles comparaciones que se han hecho entre ella y la bella Diana.

¿Quién sabe? Hasta es posible que su relación con Carlos sea vista un día no como una vil traición, sino como lo que es: una historia de amor romántico que ha superado todo tipo de obstáculos y dificultades a lo largo de 35 años y ha tenido un final feliz. Es posible también que, si esa historia cunde en el imaginario popular, salve a Carlos; que rescate y redima su figura, y permita que la historia lo juzgue no como un aristócrata inútil y frívolo, sino como el protagonista de un gran amor real.

Los príncipes Guillermo (derecha) y Enrique, hijos de Diana, conversan con Tom y Laura, hijos de Camila.
Los príncipes Guillermo (derecha) y Enrique, hijos de Diana, conversan con Tom y Laura, hijos de Camila.AP

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