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DON DE GENTES
Columna
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Sueños húmedos

Elvira Lindo

MI SANTO HA APRENDIDO a hacerse el nudo de la corbata. Sé que esta noticia no puede competir con la muerte del Papa (bueno, en un terreno meramente personal a lo mejor sí, porque a mí concretamente me ha cambiado la vida). Sé que no puede competir con la muerte de Raniero y sus extraordinarias consecuencias: una podría ser que reinara Alberto, lo cual encuentro que está excitando sobremanera al mundo petardo, que matarían por tener un príncipe de los suyos. Por cierto, que el año pasado me llegó un cuento para niños en el que un príncipe gay se casaba, en contra de su propia corte, que estaba compuesta por unos peligrosos heterosexuales, con el príncipe del reino adyacente. Me indignó la falta de realismo de la historia porque, conociendo el terreno del petardeo, el sueño de todo príncipe gay no sería otro príncipe gay, sino el chulazo más chulazo del reino, el que levanta a pulso el puente levadizo del castillo o ese campesino que con el torso desnudo al sol mueve la azada para arriba y para abajo y hace trabajar todos los músculos de su poderosa espalda, lo cual no pasa inadvertido al príncipe, que montado a caballo experimenta tal excitación que no sabe el pobre cómo ponerse porque hay posturas fatales cuando el miembro está totalmente enhiesto. O sea, lo que quiero decir es que si hacemos un cuento de príncipe gay y tal, por favor, entremos en el tema a saco, no con paños calientes. Yo le leí dicho cuento a la niña de una amiga, porque me intereso por la educación de los hijos de mis amigos, ya que hace muchos años que decidí pasar de la de los míos, y la niña se me echó a llorar, mira, con un desconsuelo... Es lo que tienen estos niños que tienen padre y madre y una familia estructurada, que se están quedados obsoletos. Es una crítica que lanzo desde esta tribuna a las familias superestructuradas. Y con esto no quisiera entrar en polémica con mi admirado Juan Manuel de Prada, al que el otro día encontré en mi Madrid y me dijo, un poquito ofuscado, que no paraba de meterme con él: para nada, Juan Manuel, que sepas que yo a un escritor que se atreve a dedicarle un artículo entero a la Primera Comunión, lo tengo en un altar, y valga la redundancia. Con respecto a la sucesión al trono en Mónaco, ya sé que mi opinión no le interesa a nadie, pero yo le daría el puesto a Alberto, que es como el más normal, porque el niño Cashiragi vive en una permanente resaca, no digamos Hannover, y no hablemos de Estefanía, que habiéndose casado ya con todo tipo de artistas de circo, trapecistas, equilibristas, contorsionistas, etcétera, ya sólo le quedan por probar los enanitos, lo cual sería una versión actualizada del mítico cuento Blancanieves: Blancanieves come la manzana de la madrastra y cae en su terrible sueño. Los enanos esperan un día, dos días, tres días, y el príncipe que no aparece. Tal vez es que el príncipe está excitado mirando al campesino y le duele el miembro y le es imposible de todo punto cabalgar al trote. Pero no mezclemos los cuentos. El caso es que los enanos, aburridos, hartos de esperar, rotos de dolor, empiezan a besar a la bella Blancanieves. Primero la besa Dormilón, que, como su propio nombre indica, se queda dormido con los labios pegados a los de Blancanieves; los otros enanos lo echan a patadas; luego la besa Tímido, que ni carne ni pescado; luego Mocoso, que el muy cerdo la besa mientras se sorbe los mocos; luego Bonachón, Bonachón la besa en la frente, un sosoman; Sabio empieza a comprender qué es lo que necesita la muchacha y es el primero que le mete un poquillo la lengua; luego Mudito, que es un salido, saca una lengua de vértigo, que para hablar no servirá pero que no veas cómo funciona a nivel ósculo; pero entonces Gruñón, comido por los celos, febril, indignado porque Mudito se está pasando tres pueblos, le pega una patada en el culo, y es él, Gruñón, ese macho que toda mujer espera, rudo por fuera pero tierno por dentro, quien remata el asunto. Blancanieves despierta jadeando de placer porque acaba de despertar no sólo a la vida, sino también al sexo puro y duro. Fin. Como versión del cuento la encuentro rompedora, pero ni yo ni Peñafiel quisiéramos que las monarquías entraran en esa dinámica. Excitante para la gleba, pero nada propia de las personas de sangre azul. Aunque eso no quita, claro, que Estefanía no haya tenido alguna vez dicha fantasía sexual. Todas tenemos las nuestras. Decía que mi santo ha aprendido a hacerse el nudo de la corbata. Sé que esto no es tan importante como la pretensión del Tripartito de cambiar el sistema de retribuciones al Estado. Tripartito dice que está bien ser solidarios, pero que, qué coño, primero tienen que ser solidarios con los propios catalanes. En el fondo es lo mismo que dice Donald Trump, que la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo. Que ya está bien de dar, dar y dar. Pero retomando el tema: sé que no es tan importante que un hombre, que frisa la cincuentena, haya aprendido a hacerse un nudo de corbata, el nudo más simple. Pero yo, con esta noticia pretendo dos cosas: primera, que este hecho que ningún periódico reseñaría nos sirva para que no idealicemos a determinadas personas, aunque escriban bien, aunque tengan unos probados recursos intelectuales; segunda, que de alguna forma me siento liberada de una actividad estúpida que se repetía a diario: ese hombre me despertaba todas las mañanas con esta frase: "¿Me haces el nudo?". Yo, sonámbula, completamente desnuda, le hacía el nudo, y seguía aferrada a mi sueño. Sin abrir los ojos me sacaba la corbata, se la entregaba y él se marchaba. Y yo, entre las sábanas, como Blancanieves, soñaba con Gruñón.

Raniero de Mónaco, con sus hijos Alberto y Carolina.
Raniero de Mónaco, con sus hijos Alberto y Carolina.AP

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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