Una huelga sin límites
114 de los 220 trabajadores de la firma alemana Pferd Ruggeberg, más conocida como Caballito, llevan 18 meses en huelga - Desde el principio han primado los caminos ajenos a la negociación
El primero de noviembre de 2003, los trabajadores de la multinacional alemana de herramientas de corte, Pferd Ruggeberg, más conocida como Caballito, decidieron emprender una huelga. El comité estaba formado por los sindicatos ELA (mayoritario), LAB, UGT, USO, y ESK. La empresa ubicada en Vitoria daba empleo a 220 trabajadores, todos o casi todos, eran fijos, y la media de los salarios en producción rondaba los 1.500 euros, por encima del sector. Caballito acababa de invertir 36 millones de euros en una nueva planta y como consecuencia de esa modernización la dirección planteó al comité que sobraban 25 trabajadores.
18 meses después, 114 empleados siguen en huelga. La empresa, que finalmente aceptó mantener todo el empleo a cambio de un convenio de seis años con subidas salariales por debajo del IPC, ahora considera inevitable un plan industrial elaborado por Ernst and Young, que prevé un excedente de 61 trabajadores.
Los huelguistas se enfrentan ahora a un excedente laboral de 61 empleados
La foto del inicio, y la del momento actual son bastante comunes en el País Vasco. Sin embargo, en medio de la huelga más prolongada de Euskadi, muchas personas a uno y otro lado de la verja de la fábrica sufren las consecuencias de una batalla en la que los límites se han superado hasta lo inaceptable.
- ÁNGEL GUEVARA. Lleva trabajado en Caballito 17 años. Casado y con un hijo, representa el trabajador medio de una planta que se ha ido nutriendo de los hijos y familiares de sus empleados. La media de antigüedad es de 19 años. En su opinión la estrategia de la huelga estaba tomada de antemano por el comité, y no por el excedente de personal, sino por un plus económico que se perdió al pasar a la nueva planta.
"Lo he pasado muy mal, sobre todo al principio, pero ahora ya me es indiferente, los huelguistas me son indiferentes y su presencia en la puerta de la fábrica también". Guevara denunció a un huelguista por coacciones y amenazas a un familiar suyo. La sentencia, que ha sido recurrida, le dio la razón: "La participación en piquetes violentos o coactivos excede los límites del ejercicio del derecho de huelga, porque no puede tutelar el ejercicio de la violencia", cita el Tribunal Superior vasco.
Recientemente fue objeto de un ataque peligroso, relata. Alguien arrojó contra las ruedas, al paso de su coche, puntas de acero. "Es muy duro vivir en esa situación", señala "pero insisto, ya no me afecta tanto como al principio. Sé que tengo la razón, esto no es una huelga en la que se están ventilando principios, sino pura estrategia", critica.
Las protestas, que comenzaron como un conflicto colectivo más, se fueron endureciendo, y de la batalla sindical se pasó a otra que cambió el curso de los acontecimientos. En marzo de 2004, tres huelguistas fueron detenidos en un piquete por proporcionar una "brutal agresión", según la nota policial, a un ertzaina que ayudaba a los trabajadores que no secundaban la huelga. Caballito se desbocó. Miembros de la dirección de la firma denunciaron que sus hijos habían recibido la visita de huelguistas para recordarles que sus padres eran unos "esquiroles". UGT y algunos de los dirigentes de LAB se desmarcaron del conflicto. ELA, poco a poco, gracias a la fortaleza de su caja de resistencia y a la duración del conflicto, fue dando de alta a la mayoría de los huelguistas. Cobran unos 1.200 euros mensuales.
- PEDRO BARRAGÁN. Tiene 40 años, está casado, tiene dos hijas y una hipoteca que pagar. Votó sí a la huelga hace 18 meses y pelea desde el sindicato mayoritario, ELA, para que todos los trabajadores vuelvan a la planta. "Hemos vaciado la mochila de propuestas", asegura el sindicalista, "pero si lo que quieren es la mochila, es decir nuestros puestos de trabajo, tendrán que venir a cortarnos las correas". Cansado y triste, pero todavía dispuesto a luchar, ni acepta el excedente propuesto por la empresa, ni se arrepiente de un segundo de la batalla sindical. Él responde que "los enfrentamientos han sido iguales en las dos partes, y el huelguista siempre es el eslabón débil".
El pasado día 15, un juzgado de lo social condenó a la dirección de Caballito a pagar una indemnización de 6.000 euros a los 114 huelguistas por vulnerar el derecho a la huelga. Era la segunda sentencia contra la empresa. "No hay buenos y malos y desde luego la empresa no son los buenos", dice Barragán.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.