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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Viaje al corazón del agua

Abrir un grifo en Barcelona y ver cómo sale el agua es hoy en día una acción de lo más vulgar, un acto cotidiano puramente maquinal que no tiene por qué provocar ninguna admiración. Lo raro sería lo contrario. Sin embargo, si lográramos convertirnos por un momento en el increíble hombre menguante, para así poder penetrar en el grifo, nos quedaríamos asombrados del complejo entramado de conductos, tuberías, bombas, válvulas y llaves de paso que hace posible que el agua salga del grifo. Si fuéramos perseverantes en nuestro avance y no cesáramos hasta llegar al final de todo el laberíntico proceso -es decir, al punto donde el agua es captada del subsuelo-, llegaríamos a Central Cornellà, un parque de 11 hectáreas que cuenta con 12 pozos que son los que abastecen de agua a toda el área metropolitana de Barcelona.

El Museo Agbar de Cornellà concentra toda la actividad que permite abastecer de agua a Barcelona y a otros 23 municipios

"Antiguamente, la ciudad de Barcelona se abastecía de agua por medio del llamado Rec Comtal, que traía agua del río Besòs", explica el jubilado Josep Maria Miralles, ex subdirector de Aguas de Barcelona. "Aquél fue el primer abastecimiento de la ciudad medieval. No era agua apta para beber, pero sí para lavar o para mover molinos. Para beber, la gente recurría a los pozos y a las fuentes; el abastecimiento de agua potable no llegó a las casas de Barcelona hasta finales del XVIII o principios del XIX, y es a partir de 1850 cuando empiezan los grandes abastecimientos públicos a las ciudades. La Revolución Industrial y el descubrimiento de la electricidad aceleraron sin duda este proceso".

Emi Turull, directora del Museo Agbar; Luis Ángel Gutiérrez, director general de la Fundación Agbar, y el ya citado Josep Maria Miralles me acompañan en la exploración de Central Cornellà, un inmenso parque de apariencia bucólica, con una alta chimenea como bandera y una antigua central reconvertida en museo, que concentra en su subsuelo toda la actividad que permite abastecer de agua a Barcelona y a otros 23 municipios del área metropolitana.

El primer pozo de la central data de 1909 y capta el agua del acuífero del río Llobregat, a treinta y pico metros de profundidad. De allí enviaba el agua, en el pasado, a un depósito con capacidad para 450 metros cúbicos. Es evidente que con el tiempo las necesidades de agua del área metropolitana de Barcelona se han multiplicado, por lo que en 1955 se construyó un segundo depósito, de 5.000 metros cúbicos, y en 2003 un tercero, de 15.000 metros cúbicos. Ahora, además, el agua ya no proviene sólo de los pozos, sino también de la planta que potabiliza el agua del río.

El edificio de la antigua central, que acoge desde el pasado mes de junio el Museo Agbar, es una joya arquitectónica proyectada en 1905 por Josep Amargós i Samaranch que alberga una maquinaria de época tan bien conservada que parece a punto para volver a funcionar. Se trata, de hecho, de una pequeña central eléctrica que funcionaba con vapor. Por medio de la electricidad se captaba el agua de los nueve pozos del recinto y por medio del vapor se bombeaba a Barcelona. En lo que ahora es el aparcamiento se acumulaba el carbón que alimentaba las enormes calderas, preparadas para obtener 3.000 kilos de vapor de agua en una hora.

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En la sala contigua, dedicada a la electricidad, pueden verse todavía cuatro grandes grupos electrógenos capaces de alimentar los motores eléctricos de las bombas de extracción de los pozos. "Hemos procurado reproducir el olor y el sonido de la época, gracias a la memoria de los trabajadores", señala Emi Turull. "En esta sala hacía mucho calor y olía a grasa. Solían tener las ventanas abiertas, por lo que de vez en cuando se oía el canto de algún pájaro, que también hemos querido incluir en la cinta de ambiente. Debía de ser un lugar muy duro, pero ahora todo ha cambiado y sirve de vez en cuando como escenario de conciertos organizados por la fundación".

"En el sótano es donde están las entrañas de las calderas", apunta Luis Ángel Gutiérrez. "Han pasado 100 años y todo ha cambiado mucho, pero allí todo se conserva como entonces". En efecto, el claustrofóbico subterráneo con aspecto de búnker es otra muestra de arqueología industrial en perfecto estado de revista. En el pasado debió de ser un horno con unas condiciones de trabajo infernales, pero hoy es tan sólo una interesante muestra de cómo se movía el agua en Barcelona.

En el resto del museo puede seguirse un recorrido didáctico que, partiendo de la molécula de agua, pasa por los acueductos romanos y el esfuerzo para conseguir agua que se ha hecho a lo largo de los tiempos. En una de las instalaciones puede verse en directo cómo varía el consumo del agua los fines de semana en los edificios de oficinas y en las viviendas particulares. Las cifras de consumo son tan altas que uno teme que los pozos no sean suficientes. "¿Restricciones?", se ríe Josep Maria Miralles al oír mi pregunta. "De momento no las ha habido. Bueno, recuerdo que en 1973 estuvimos a 15 días de empezar a tenerlas, pero al final, por suerte, empezó a llover y desapareció la alerta".

Bendita lluvia. ¿Qué haríamos sin ella?

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