"Prefiero el reconocimiento de los colegas a los éxitos de ventas"
Durante un tiempo, era omnipresente en escenarios y en estudios, tanto que el actor-cantante Nancho Novo se permitió una broma a su costa en su debut: "En este disco no toca Andrés Calamaro". Sin embargo, a finales de los noventa, todo se torció. Andrés renunció a los directos y se lanzó a un frenesí de grabaciones caseras que produjo monstruos como El salmón, cinco cedés con 103 canciones (y otros mil temas crudos de los que, asegura, se terminará publicando una buena porción). Cuando se bajó de aquel tren a tumba abierta, ya no era el mismo. Musicalmente, reapareció en 2004 con El cantante, tres temas propios y esbeltos recorridos calamarianos por clásicas de la canción latinoamericana, hechos -y aquí se dobla la apuesta- con Niño Josele, Jerry González y otros músicos nada rockeros. En lo personal, también estaba transformado. Ya no era la delicia de los entrevistadores: de repente, cerraba la promoción de El cantante al publicarse un reportaje que le desagradó.
El Calamaro que abre la puerta de su piso bonaerense es hospitalario y locuaz. Su cordialidad, ay, se extingue si el visitante enciende un magnetofón pero vuelve a mostrarse torrencial cuando se apaga la máquina: "Hablemos y escribe lo que quieras pero no me pongas delante una grabadora. Me apunto a lo que dijo Jude Law: 'Yo haría las películas gratis pero cobraría por la promoción". Asegura que lleva semanas, meses sin componer nada pero la buena nueva es que ha vuelto al directo: en febrero, actuó en el Festival de Cosquín con el respaldo de Bersuit. "El Pelado
[Gustavo Cordera, vocero de Bersuit] me sacó de aquí, me llevó a una quinta donde ensayan y allí montamos mi repertorio. Lo bueno de la Bersuit es su capacidad de comunicación. De lejos, igual se parecen a los Mojinos Escozíos, pero son hipercríticos más que provocadores. Gustavo tiene una tremenda ética, un pensamiento revolucionario".
Eran seis años sin dar un concierto y hubo que empujarle: "Directamente, en las horas previas me enfermo: dolor de muelas, el estómago se me altera, me salen ampollas. Yo sé que vale la pena pero me abruma el cariño que me demuestran los compañeros, me asfixia la emoción del público. Luego están los problemas técnicos: recordar las letras, habituarme a los auriculares inalámbricos, atreverme a cantar con falsete. Sé que hacer una gira con, digamos, una empresa de telefonía, es un gran negocio, pero no estoy nada seguro de que sea mi negocio".
En circunstancias norma
les, lo de Cosquín sería el preludio de una gira, de una grabación. Pero Andrés tiene una causa judicial pendiente. Hace once años, actuando con Los Rodríguez en La Plata, soltó una frase que alguien interpretó como apología de las drogas. Dijo:"Estoy tan a gusto que me fumaría un porrito", una ocurrencia que la imaginación popular transformaría en "linda noche para fumarse un porrito". La denuncia fue desechada, hubo un recurso y el asunto ha ido transitando por los meandros de la justicia argentina hasta que ha reaparecido en forma de juicio oral que requiere su presencia.
El caso resucitó justo cuando Argentina se asombraba con el descubrimiento de una red de tráfico de cocaína que mandaba maletas a Madrid desde el aeropuerto bonaerense de Ezeiza, una ruta que exigía complicidades civiles y militares. La paradoja resulta tan sangrante que el proceso a Calamaro se ha convertido en una causa célebre y ha ocupado incluso la portada de revistas políticas como Veintitrés. El cantante encara la situación con firmeza: "La hipocresía argentina es tal que sólo se conocen dos personajes que reconocen haber consumido estupefacientes: Maradona y yo. El juicio me provoca sentimientos contradictorios: no me apetece que lo usen para criticar al Gobierno, Kirchner se está comportando. Debería servir para abrir un debate, pero aquí no se tolera discutir sobre el asunto; cuando vino Antonio Escohotado tuvo que salir corriendo. En términos legales, soy culpable. Podrían encarcelarme entre dos y seis años. Estoy preparado: tengo muchos amigos dentro y suelo visitarlos". El rancho carcelario, explica, es incomible y hay que llevar regularmente alimentos a los presos. "Ya no tomo narcóticos, pero siempre es útil seguir en contacto con la gente de la vida dura".
Ahora sorbe mate sin parar. Calamaro es un experto en las diversas formas de prepararlo y tiene teorías respecto a su uso: "Más que el sabor, es el proceso de cebarlo y consumirlo, como un ejercicio zen. Se lo he contagiado a amigos flamencos; a alguien tan ansioso como Diego El Cigala le viene muy bien. Se toma en Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil, en cada país de una manera diferente: en Montevideo puedes ver a la gente conduciendo a la vez que toman mate ¡y no hay accidentes! Durante un tiempo, fue el gran igualador social: en las haciendas, lo tomaba desde el último peón al propietario. No sé si hay algo hoy que todos los argentinos compartamos".
El discurso de Calamaro
zigzaguea como un rayo. Ha saltado a las formas en que la gente fina usa la música como modo de diferenciación social: "Es curioso cómo los de Córdoba llegan a Buenos Aires y comienzan por renegar de la música cuartetera, que es la que domina allí: 'Vos sabés, es buena para bailar pero no es lo que uno escucha'. Quiero decir, los caribeños no reniegan de la salsa, los brasileños no repudian la samba, ningún jamaicano rechaza el reggae. Buenos Aires está rodeada por un cinturón tercermundista, pero se resiste a aceptar las músicas que se hacen en nuestras favelas, la cumbia villera o el rock chabón. Igual que el Madrid cosmopolita tardó en asimilar la rumba de Vallecas o el rock de Carabanchel".
Se entera Andrés de que Los Chunguitos acaban de grabar su Sin documentos y casi levita. "Estoy en un punto en que los honores no se miden por las ventas, prefiero el reconocimiento de los colegas. Me emociona que Manolo García, a quien no conozco, me mencione en las dedicatorias de su último trabajo. Me resulta más importante que el hecho de que un grupo de periodistas porteños decida que El cantante ha sido el disco del año".
Puede tener en baja estima a los periodistas musicales, pero devora la prensa diariamente. "Me apasiona la política española: la furia de Aznar, la imperturbabilidad de Zapatero, las garras que ha sacado Esperanza Aguirre. Coincidía con Espe en días de votación, tenemos el mismo colegio electoral en Malasaña. No hicimos nada bien al reírnos de ella, las bromas de Caiga quien caiga terminaron por humanizarla y ocultar lo que llevaba dentro. ¿Y qué es eso de la cena de Sabina con Felipe y Letizia? Me parece bien: antes eran los toreros y no los cantantes los que se relacionaban con la Monarquía. En general, creo que ayuda más una conversación de Bono con Bush que un concierto de Manu Chao contra el FMI".
Dicen que hubo tiempos terribles en los que Andrés vivía enclaustrado, que ni siquiera respondía a un Joaquín Sabina de paso por Buenos Aires. Actualmente, atiende cortésmente al asedio cotidiano: cada poco, suenan sus teléfonos, llama alguien desde el portal. Cae la noche y ahora sí, ahora espera una visita. Y sigue hablando mientras se cierra el ascensor de descenso: "Al final, lo que podremos contar es que fuimos afortunados, que vivimos al mismo tiempo que Paco de Lucía y Maradona".
El cantante ha sido editado por Dro East West.
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