Agnósticos en misa
Como el 90% de los hombres, en el fondo quiero estar siempre donde no estoy, allí de donde acabo de huir". Ésta es una cita que me retrata, me define, me autobiografía. Yo me creía un poco más singular; pues no, soy como el 90%. La cita es de Thomas Bernhard, el desaparecido escritor austriaco, el enigmático musicólogo que vivía en Salzburgo, que huía de casi todos y que, de vez en cuando, buscaba refugio en Madrid. Entre nosotros podía disfrutar de su anonimato, le gustaba encontrarse solo rodeado de desconocidos. Nadie se fijó en él. No iba al Cock como Francis Bacon, como Marcos Giralt Torrente, que es quien rescata esa cita de Bernhard para encabezar su última novela. No era hombre de barras, de copas hasta la madrugada, ni de charlas con rubias de largas piernas. No era como nosotros, tenía talento, era raro. Bernhard huía de Salzburgo para añorar su ciudad de adopción.
De él, de esa frase, de ese espíritu de fuga permanente me acordé cuando me estaba alejando de Cuenca. ¿Por qué irme de Cuenca en lo mejor de la Semana Santa? ¿Dónde se puede estar mejor que entre las procesiones, las turbas, las misteriosas sombras de los hombres con capirotes? Desde luego, si a uno le gusta ese misterioso espectáculo callejero y noctámbulo, si además nos gusta esa música que llamamos religiosa y, por confesarlo todo, somos devotos de la barra del bar La Ponderosa, de las tradiciones culinarias que los hermanos Ángel y Rafa nos regalan desde hace ya bastantes años, ¿por qué huir de Cuenca? No tengo idea, somos misteriosos como una procesión del silencio. Pero antes de irnos, y no a cualquier sitio, sino a la dulce agitación de las Rías Bajas, donde no tengo piscina pública para uso privado, donde solamente tengo amigos -que tampoco tienen piscina, ni pública ni privada-, paisaje de bateas, tabernas donde siguen cocinando como antes de la deconstrucción culinaria y un clima que propicia seres felices con algo de melancolía. Nada mal estar rodeado de gallegos, esos pobladores de nuestro norte atlántico que.
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