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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La orgía perpetua

La sátira social de este dandi de traje blanco no conoce límites. Puso el dedo en la llaga del capitalismo de Wall Street en La hoguera de las vanidades (1987), crítica feroz de la fiebre del oro de los yuppies de los ochenta, para después arremeter contra la inmoralidad de los noventa en Todo un hombre (1998), lectura ácida de la especulación del negocio inmobiliario y seguramente su novela más lograda. Pertinaz en su particular empeño en reescribir La comedia humana a la americana, Wolfe llega ahora con su polémica Soy Charlotte Simmons al jugoso capítulo de la universidad, que convierte a lo largo de casi novecientas páginas de enloquecida soap-opera en la grotesca conjura de los necios estudiantes de sexo, alcohol, estupidez y deporte que no se forjan sino un pasado en la jaula de oro del campus ficticio de Dupont University, parodia de centros de élite como Duke, donde estudió su hija, disfrazada aquí de Charlotte Simmons, su heroína escindida en Cenicienta y Bovary. Una provinciana de clase media semirrural, puritana y soñadora, que enseguida se asomará a un mundo de chicos de Diet Coke y Britney Spears cuyo círculo íntimo lo forman empollones judíos, pijas de bofetada y niños de papá y de gimnasio, negros reyes de la cancha, listillas anoréxicas, fantoches de fiestas de fraternity, "techie alphabet toys", gadgets electrónicos reducidos a siglas como PC, TV, CD, DVD, WWW, y demás paraísos artificiales que entretienen sus cerebros, se queja Wolfe, mientras profesores chiflados y premios Nobel antiposneodarwinianos practican el onanismo intelectual en las aulas. Una caricatura que papá Tom, a quien se le ve el plumero, ha escrito con mala ralea para desacreditar a toda esa fauna progresista y avisar a otros papás de los desenfrenos morales que insiste en ver tras los monásticos campus neogóticos con sus anteojos de censor y de moralista burgués -y dicen que de voyeur de un peep-show de la vida real que en realidad no ve lo que existe sino lo que imagina-. ¿Pero cómo demonios puede haber dicho que pasó inadvertido, endomingado en su traje a medida, como pulpo en un garaje, en los campus que recorrió durante años, pásmense, para tomar apuntes de la vida estudiantil ("parecía primordial estar allí para captar los detalles del ambiente", señala en El nuevo periodismo), transcribir diálogos y jugar a las jergas, que siempre ha sido lo suyo, todo un virtuoso de las onomatopeyas y el habla oral? No parece haber logrado más que una galería de estereotipos muy bien descritos pero por cuyas venas no corre la sangre (en la medida en que Wolfe disfruta cayendo en la tentación de explicar sus criaturas, fracasa en la construcción de personajes convincentes). De otro lado, la visión del autor contamina de tal modo la de su personaje que alcanza a deslegitimar a este último en más de una escena en la que el lector advierte cómo Wolfe, o el titiritero de su narrador omnisciente, maneja a su antojo la actitud de Charlotte, suerte de 'Alicia en el burdel de las maravillas' que gobierna el autor cargando las tintas de lo que ve y recreando un mundo en technicolor pero con meros actores de reparto. El neonaturalismo de Wolfe despliega una vez más su asombrosa capacidad de observación obsesiva, pero en no pocos pasajes la novela se muestra pasada de vueltas, reiterativa y un tanto burda, y es una lástima porque resulta envidiable el trabajo con el lenguaje, las transcripciones fonéticas, parodias de letras de rap, dialectos, Fuck Patois y otros ejercicios de estilo que en general resuelve la traducción.

SOY CHARLOTTE SIMMONS

Tom Wolfe

Traducción de Eduardo Iriarte y Carlos Mayor

Ediciones B. Barcelona, 2005

897 páginas. 33,18 euros

El loro de Flaubert es de Bar-

nes que escribió esa ráfaga de guiños a la novela decimonónica, pero 'el mono de Flaubert' es Wolfe, pues lo imita hasta el extremo de haber remedado el célebre "Madame Bovary, c'est moi" con este "soy Charlotte Simmons", un trampantojo narrativo que da pie a más de una malicia. Allá por 1989 publica en Harper's su controvertido artículo Stalking the Billion-Footed Beast: A Literary Manifesto for the New Social Novel, vindicación vehemente de aquella novela documental, testimonio de su tiempo, que cultivó Flaubert, y también Thackeray o Balzac, con consignas morales y compromiso social. Hoy como ayer, la sociedad burguesa se guía por una ética pacata y una festiva hipocresía que delatan por igual la bella y provinciana Emma Bovary y su vago reflejo Charlotte Simmons que, en un guiño al lector, lee Madame Bovary en clase de francés. Sus legítimas aspiraciones de progreso social y de enriquecimiento las inducen a buscar un mundo mejor construido que el que les ha tocado en suerte, pero en cuya telaraña caen sin remedio, las dos se debaten entre inocencia y experiencia, y sueñan ambas con situaciones románticas que la vida social acaba por envilecer.

Dejó dicho Flaubert que "el úni

co modo de soportar la existencia es revolcándose en la literatura como en una orgía perpetua", pero Wolfe no ha sido capaz de seguir en esto al maestro, pues la orgía que aquí nos cuenta sin duda es más sexual que verbal. Esos relieves chillones de la edición americana de Farrar resultan más apropiados a un texto de trazo grueso como éste que las elegantes guardas burdeos de la británica de Jonathan Cape, pues esta vez el Wolfe reportero sensacionalista ha ahogado sin remedio al Wolfe novelista, y la entretenida y jocosa crónica de campus y cartón-piedra no da más de sí.

Tom Wolfe (Richmond, Virginia, 1930) visto por Tullio Pericoli.
Tom Wolfe (Richmond, Virginia, 1930) visto por Tullio Pericoli.

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