Gritos y luces al final del túnel
"Son tantos los casos en que percibo incapacidad de comprensión, deliberada voluntad de no entender o pura y simple tergiversación de mis afirmaciones", se lamenta Juan Aranzadi, "que creo inútil una detallada aclaración de cada punto, y me parece preferible remitir al lector interesado, para que juzgue nuestras respectivas posiciones, a los artículos citados". Good-bye, ETA es, en resumidas cuentas, el resultado de esa remisión. Al recoger escritos aparecidos en distintos medios desde 1999, además de una larga entrevista concedida a una revista especializada -materiales en algún caso ya utilizados en El escudo de Arquíloco-, Aranzadi ofrece al lector las claves para aproximarse a la agria polémica que le enfrentó a sus antiguos amigos, entre los que se cuenta gran parte de los intelectuales vascos que hoy encabezan organizaciones cívicas como ¡Basta Ya! Y entre esas claves conviene destacar dos que recorren expresamente, como un insistente estribillo, la totalidad de los textos y que, sin embargo, no han sido suficientes para desmentir las acusaciones más injustas dirigidas contra el autor tras la publicación de El escudo de Arquíloco: con sus posiciones, Aranzadi no defiende ni disculpa los crímenes de ETA, ni tampoco suscribe ni menos aún pacta con los proyectos del PNV, partido al que acusa de conformarse con la eliminación social de quienes considera no-vascos frente a la eliminación física que practican los terroristas.
GOOD-BYE, ETA
Juan Aranzadi
Editorial Iria
San Sebastián, 2005
243 páginas. 16 euros
Los principales puntos de desacuerdo con los intelectuales vascos que militan en lo que Aranzadi siempre denomina, haciéndose eco de la expresión generalizada en los últimos años, "frente constitucionalista", se refieren a aspectos que nada tienen que ver, pues, con la condena del terrorismo y de la ideología nacionalista, puesto que en eso todos coinciden. Son puntos que guardan relación, en cambio, con la manera en que se lleva a cabo esa condena, en el entendimiento de que es en la manera de condenar, en los análisis y argumentos que se emplean para hacerlo, donde reside la posibilidad de establecer políticas más eficaces contra la violencia.
Así, en Good-bye, ETA se encuentra una severa autocrítica de un intelectual que, como algunos de los miembros de ¡Basta Ya! con los que Aranzadi polemizó y polemiza, estuvo, "en un día más o menos lejano, en las filas de quienes justificaban, comprendían, callaban e incluso militaban en ETA". La reflexión biográfica de Aranzadi intenta explicar la paradoja de que, justo cuando la organización terrorista se encuentra en abierto declive, justo cuando su final parece más próximo, se haya extendido, sin embargo, la sensación de que la amenaza es mucho mayor que cuando caían asesinadas decenas de personas cada año. ¿No será, apunta Aranzadi, que "aunque haya disminuido el riesgo de ser víctima de ETA, se ha inaugurado o intensificado nuestro riesgo personal de serlo"? Y si esto fuera así, si algunos de los análisis políticos más frecuentes obedecieran a este motivo, entonces cree necesario señalar: "Sería deseable, no obstante, que, aun en esta difícil situación, conserváramos la misma calma y frialdad política que les pedíamos a los policías y militares cuando ETA les mataba, sobre todo, a ellos".
Un segundo punto de desa
cuerdo con el grupo de intelectuales vascos del que el propio Aranzadi procede radica en la posibilidad de identificar la estrategia de ETA con el propósito de contrarrestarla y, al cabo, derrotarla. Aranzadi no participa de la idea de que explicar el terrorismo equivalga a justificarlo, y de ahí que dedique numerosas páginas a interpretar las razones de la tregua y, posteriormente, de su ruptura que, según reconoce, le cogió por sorpresa. A juicio de Aranzadi, cuando ETA anunció en 1999 que dejaría temporalmente de matar no se estaba dirigiendo al Gobierno central ni al Estado; se estaba dirigiendo al nacionalismo vasco, al que, convirtiendo la debilidad en arrogancia, "concedía" la oportunidad de demostrar su voluntad y su capacidad de alcanzar la independencia por medios pacíficos. Desde el momento en que este movimiento de ETA era, siempre según Aranzadi, una prueba fehaciente de que sus expectativas se habían rebajado desde la pretenciosa exigencia de firmar la paz con el Ejército español hasta aceptar como interlocutor al nacionalismo vasco, no se debería criminalizar al PNV, puesto que, a fin de cuentas, lo decisivo es acabar con la muerte y la extorsión, no sacralizar la Constitución y el Estatuto. Y es aquí donde Aranzadi chocó con los intelectuales vascos incorporados a ¡Basta Ya!; es aquí donde, tras la publicación de El escudo de Arquíloco, la discusión alcanzó un grado de virulencia y de agresividad que, al cabo, hizo que se perdiera de vista que, en realidad, se trataba de una diferencia política acerca de la mejor manera de acabar con el terrorismo de ETA, no de una diferencia ética o moral sobre el recurso a la violencia.
Las heridas que han dejado los centenares de páginas escritas acerca de la mejor estrategia para combatir el terrorismo de ETA son profundas, y quien se adentre en la lectura de Good-bye, ETA tendrá ocasión de comprobarlo, no sin cierta pesadumbre, puesto que esas heridas se han abierto, contra toda lógica, en el campo de quienes repudian la violencia. A cambio, ese mismo lector apreciará en Good-bye, ETA que es, a la vez, una constatación y un vehemente deseo de ver la luz al final del túnel.
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