Akáyev, de intelectual a dictador
Difícil hubiera sido prever en 1991, cuando Kirguizistán obtuvo su independencia al desintegrarse la URSS, que Askar Akáyev terminaría huyendo de la República debido a una revolución que lo acusaba de autoritario y de haber orquestado un pucherazo en las elecciones parlamentarias.
Akáyev, que en noviembre pasado cumplió 60 años, era el más demócrata de los líderes centroasiáticos; teóricamente debía terminar su mandato en otoño y había asegurado que no modificaría la Constitución para poder competir nuevamente en las elecciones presidenciales.
Típico representante de la intelectualidad que el régimen soviético había logrado educar en la periferia del imperio comunista, había comenzado a trabajar a los 17 años en una fábrica de la capital, Frunze, hoy Bishkek. Dos años más tarde ingresaba en el Instituto de Mecánica y Óptica de Leningrado (San Petersburgo). De regreso en su montañosa patria, fue profesor del Instituto Politécnico. Defendió brillantemente su tesis doctoral y a los 40 años se convirtió en miembro de la Academia de Ciencias de Kirguizistán.
En 1989 pasa a encabezar la Academia de Ciencias y al año siguiente es elegido presidente de la República por el Parlamento de Kirguizistán. Es precisamente el año en que, gracias a las reformas de Mijaíl Gorbachov, ese cargo se convierte en el principal; antes el dirigente máximo de la República era el primer secretario del Partido Comunista. Akáyev se declaró partidario de las reformas democráticas y fue el único líder de las repúblicas soviéticas -sin contar las bálticas- que desde el primer momento se opuso abiertamente al intento de golpe contra Gorbachov en agosto de 1991.
Ese mismo año, Akáyev gana las primeras elecciones directas. Pero con el correr del tiempo el líder kirguizo fue perdiendo su perfil democrático, comenzó a perseguir a los opositores y a censurar a los diarios críticos. Reelegido en 1995 y 2000, en octubre debían realizarse nuevas elecciones, en las que, según algunos analistas, se pensaba perpetuar en el poder a través de su hijo Aidar o su hija Bermet, ambos elegidos diputados en los últimos comicios, anulados el jueves por el Tribunal Supremo.
Akáyev reformó la economía soviética para convertirla al mercado, pero no pudo terminar con la extrema pobreza del país.
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