El fútbol como una batalla
Javi Navarro sólo sabe vivir su trabajo desde el límite, donde hace y se hace daño
Para Javi Navarro el fútbol es una profesión como otra cualquiera, una vía abierta por su espléndida genética y que le ha permitido ayudar a su familia y tirar de ésta hacia el bienestar. Fuera del terreno de juego, su actitud con los que le rodean no suele recibir más que elogios. Sobre lo que hace como profesional, los análisis acumulados en las hemerotecas y los fríos registros de las estadísticas se combinan en un retrato muy diferente, el de un futbolista que reside voluntariamente en el filo de lo permitido por el reglamento, que vive el fútbol como una batalla. Hace daño y se hace daño.
Uno de los entrenadores que le dirigieron durante su paso por los equipos inferiores del Valencia, Pepe Balaguer, recuerda que Navarro siempre se ha distinguido por el uso de la fuerza a la hora de ejecutar su papel en el juego. Balaguer también destaca que su potencia a la hora del salto o la carrera venía acompañada de una gran nobleza. Javier Subirats ocupó el puesto de director deportivo del Valencia cuando Navarro aún estaba en el club y también menciona la fuerza como principal valor futbolístico del central y añade la "valentía" a la definición de Balaguer. Subirats también asegura que a Navarro ya le costaba controlar su fuerza en aquella etapa, informa Cayetano Ros.
Balaguer no quiere que se deje de resaltar que la intensidad y, hasta se podría decir fatalidad, con la que Navarro concibe su profesión le ha hecho mucho daño al propio central. En la temporada 1994-1995, jugó cedido en el Logroñés y acabó con el malar izquierdo roto tras disputar un balón de cabeza. En enero de este año, en un lance similar, acabó con la nariz rota en Albacete.
Tras llegar a la que se puede considerar la cima de su carrera al ser elegido en la selección de fútbol par los Juegos de Atlanta, en 1996, a Navarro se le rompió una rodilla. De joven promesa pasó a tan sólo ser noticia por las operaciones que sufría. Su fuerza le ayudó entonces a recuperarse y, tras jugar en Segunda B con el filial valencianista, fichó en 2000 por el Elche, en Segunda, del que pasó al recién ascendido Sevilla al siguiente curso.
Con el Elche, Navarro vio 17 tarjetas amarillas y dos rojas. Su juego había entrado definitivamente en la amedrentación y la fuerza. Navarro cometió 80 faltas, una cada 38 minutos, de media. Ya en el Sevilla, no ha pasado de las 55 faltas por curso. La temporada pasada vio 12 amarillas y no fue expulsado nunca. Nunca ha encabezado la lista de los más sancionados, aunque sus acciones sobre el campo, castigadas o no, no dejan lugar a la duda sobre su apuesta por la intimidación y el exceso con el que la mayoría de las veces actúa.
Navarro fue castigado con cuatro partidos en 2001 al pegarle un puñetazo al entonces españolista Rotchen que el árbitro, Muñiz Fernández, no vio. En enero de 2003, fue expulsado en el Bernabéu por pisar a Ronaldo, aunque el Comité de Competición se dio cuenta de que fue involuntario y le sancionó con sólo dos partidos. Fue uno de los protagonistas de la tangana final en el último partido de la temporada pasada contra Osasuna en el Pizjuán, que acabó con puñetazos, mordiscos y arañazos, y que dejó la imagen de Navarro, en el suelo, metiéndole una mano en el ojo a Webó, que le muerde la otra. Siempre es el encargado por Joaquín Caparrós -el que le dice cómo jugar- para meter miedo y en este curso se ha peleado con Aganzo, al que pisó en los riñones, y Torres. Hay muchísimos más ejemplos, sancionados o no, que deberían lograr al menos que el central se cuestione si merece la pena trabajar así.
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