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Columna
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Cómo mola el 'Quijote'

Abrumador lo del Quijote. Habré recibido en un par de meses no menos de una docena de productos de diversa calidad cultural con esa etiqueta: desde notables ediciones literarias hasta cómics, puntos de libro kitsch y una pulsera que llama a la solidaridad del clan quijotesco. Las radios, con la excusa de tal conmemoración y la gran ayuda de los oyentes, hacen, día sí y día también, cábalas sobre la conducta sexual, las aficiones culinarias y los delirios del pobre caballero cervantino, quien, tras el continuo y mareante paseo mediático, acaba manoseado como un muñequito de Walt Disney, versión que, por supuesto, es uno de los souvenirs de éxito. El Quijote mola. No sé si es lo peor que le podía haber pasado.

Es raro que a nadie se le haya ocurrido presentar a Eurovisión una canción basada en el icono, aunque ya hay alguna ópera, comedias musicales y montajes teatrales en marcha hasta provocar un empacho de música, letra y tics quijotescos. Pocas veces funcionó tanto aquí el todos a una como con el Quijote.

Las citas -no sé si falsas- del libro de Cervantes proliferan en discursos políticos, presentaciones literarias y pláticas de humoristas: ponga usted su poquito de Quijote y será recompensado con el sobreentendido de que estamos ante alguien que está plenamente al día. Así, el Quijote puede aparecer al lado del 3%, el talante, el plan Ibarretxe y hasta la boda de Carlos y Camila, también muy de moda ahora mismo. El Quijote es plato fuerte de la pomada y lo políticamente correcto: nadie se atreve a discutirlo, ¿quién va a levantar la voz contra el Quijote?, ¿quién se confesará indiferente ante la historia más sublime, por férrea convención, de la literatura universal?, ¿alguien quiere quedar como un cateto?

He escuchado a feministas, a banqueros, a curas, a inspectores de Hacienda, a representantes de ONG, incluso ¡a nacionalistas catalanes! haciendo reverencias al héroe de la triste figura. Toca. Y todo el mundo lo sabe. El Quijote une y reúne a peperos y sociatas. Si una obra pública, una planta vulgar, un sarao cualquiera se ubica -aunque no sea cierta, ¿quién va a ir y comprobarlo?- bajo la protección de la referencia quijotesca, parece adquirir una nobleza y qualité incontestable. Nadie tose al Quijote. Todos predican su buena nueva y se apuntan al resplandor creado. Unas vacaciones sin un toque quijotesco son ya inimaginables: ahí está la oferta, el Quijote es la postal de la temporada.

De este año abrumador se harán sesudos balances, editoriales, prédicas, páginas web, blogs, extraordinarios y carísimos libros conmemorativos: con ello han florecido los expertos en mercadotecnia más que los literatos. En los balances se hablará del gran éxito: la divulgación de la obra de Cervantes. Es un hecho: el Quijote es actual superventas. No tener hoy un Quijote es peor de lo que, en su momento, significó no exhibir el Guernica en el comedor. La gran diferencia entre aquello y esto es que con el Guernica se protestaba y con el Quijote se asiente. ¡Es tan confortable asentir, sobre todo en algo tan inocuo y vistoso! ¡Mejor un Quijote que cien Mickey Mouse!

Ni siquiera los catalanes han dicho ni pío: el hidalgo elogió Barcelona, le otorga la sublime cualidad de ser una ciudad culta. Ni han propuesto cambiar a Rocinante por un catalanísimo burro. Una lástima: hubiera sido celebrado como una imaginativa aportación. Con Don Quijote no hay quien pueda. Creo que esta conmemoración tan exitosa es la expresión perfecta del poder supremo del papanatismo contemporáneo: más homogeneidad, imposible. Pero me temo que esta saturación puede acabar con el encanto que pudiera tener un hidalgo menos vedetizado. Dos meses y todo parece déjà vu. Repe, dicen los niños. Mal síntoma.

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