Béisbol bajo sospecha
Una comisión en EE UU investiga por dopaje a las grandes estrellas
Cuando los grandes mitos vivos del béisbol acuden a Washington suele ser para una recepción presidencial, dado que la capital todavía no tiene equipo propio. Cuando ayer llegaron los más grandes, como McGwire, Sosa, Canseco o Palmeiro, su gesto era poco festivo: estaban citados a declarar ante un comité de la Cámara de Representantes que investiga el uso de esteroides en este deporte. Los testimonios fueron contradictorios, pero las conclusiones parecían claras: la historia reciente del béisbol está plagada de jeringuillas con sustancias prohibidas.
Hubo un tiempo en el que las grandes leyendas del béisbol eran tipos de una delgadez casi enfermiza. Su tamaño les daba velocidad y su fuerza nacía en el uso correcto de su cuerpo a la hora de batear y correr. Cuando hace casi siete años Mark McGwire logró batir el récord de home runs (una vuelta completa al campo tras un solo batazo, la jugada estrella del béisbol) que había establecido Roger Maris en 1961, cada uno de sus brazos tenía un diámetro comparable al torso de un jugador delgado. Su complexión física era imponente, aunque la explosión de los músculos de sus brazos contrastaba con la relativa atrofia en la parte inferior de su cuerpo.
José Canseco admite el uso de esteroides en los Texas Rangers; el dueño del equipo era George W. Bush
La Liga Profesional de Béisbol era consciente del aspecto artificial que estaban adquiriendo muchas de sus estrellas. Pero en lugar de investigar el pasado decidió establecer hace dos años unas sanciones irrisorias contra las sustancias prohibidas. Dar positivo por esteroides puede ser sancionado como máximo con 10 días sin jugar o 10.000 dólares de multa, auténtica calderilla para estrellas de este calibre. Además, el nombre del infractor permanece siempre en secreto.
Hace unos meses, una de las grandes figuras retiradas del béisbol, José Canseco, publicó un libro en el que reconocía haber usado esteroides de manera habitual; su aspecto físico es más parecido al de un luchador de sumo japonés que al de un atleta de élite. En ese libro, Canseco también asegura que él mismo inyectó esteroides a McGwire cuando ambos jugaban en Oakland. Y también inyectó la misma sustancia a Rafael Palmeiro, Juan González e Iván Rodríguez cuando todos estaban en los Texas Rangers. El dueño del equipo en esa época era un tal George W. Bush.
Un grupo de congresistas, molesto con las falsas promesas de la Liga sobre la severidad de sus castigos, ha decidido llegar hasta el final. Ayer comenzaron unas sesiones públicas que inicialmente debían haber contado con testigos invitados. Dado que ninguno de los invitados aceptó la propuesta, el comité cambió las invitaciones por citaciones parlamentarias.
"Hay una pirámide de uso de esteroides en nuestra sociedad. Hoy nuestra investigación empieza donde debe empezar: con los dueños y los jugadores en la punta de esa pirámide", dijo al inicio de las sesiones el demócrata Henry Waxman.
El comité carece de potestad para imponer multas o establecer políticas. Los congresistas quieren simplemente tirar de la manta y hablar en voz alta de algo que todo el mundo da por hecho en un deporte que nadie se atreve a criticar. El senador Joseph Biden se consoló con la perspectiva de "poner a esta gente en la situación más embarazosa posible".
Un estudio reciente del Centro para el Control de las Enfermedades ha revelado que al menos 500.000 niños y adolescentes de EE UU consumen esteroides para tratar de adquirir la envergadura muscular de sus héroes del béisbol. También van a comparecer los padres de dos muchachos que se suicidaron víctimas de una depresión, cuando un médico les obligó a dejar de tomar esteroides.
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