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Reportaje:LA MISIÓN MÁS DIFÍCIL / y 2.

Las lecciones de Nayaf

Los combates en la base Al Ándalus significaron el fin de la misión en Irak. En conflicto con los radicales y en cierta discrepancia con EE UU, el repliegue no se presentaba fácil

Antonio Caño

Desde un principio, Estados Unidos supo, formalmente, que el compromiso de España en Irak era limitado. Así se lo comunicaron personalmente los responsables militares españoles al jefe militar de la coalición, el general Ricardo Sánchez, y así se lo transmitieron a sus superiores los generales que mandaron, sucesivamente, las brigadas Plus Ultra I y Plus Ultra II, Alfredo Cardona y Fulgencio Coll. Pero, sobre el terreno, cuando la situación militar se hizo más tensa en la zona bajo responsabilidad española, surgieron las discrepancias. Los norteamericanos exigían a los españoles un nivel de participación militar que éstos no podían y, en ocasiones, no querían aceptar.

Una de las operaciones en las que el mando español se negó a participar fue, a comienzos de la primavera de 2004, el cierre del tribunal de la sharía, puesto en funcionamiento por la autoridad religiosa de Nayaf con el fin de regir la ciudad de acuerdo a sus leyes islámicas. Cuando el Ejército estadounidense, que veía en el tribunal de la sharía un instrumento de poder del clérigo radical chií Múqtada al Sáder, pidió a los españoles que actuasen contra esa institución, éstos no solamente se opusieron, sino que advirtieron al propio general Sánchez de las graves repercusiones que esa decisión podía tener para la seguridad de la zona.

El día 2 de abril, la Brigada Plus Ultra II envió a la cadena de mando española y de la coalición el siguiente mensaje: "Respecto al radicalismo chií, concretamente en Nayaf, la situación permanece en calma y estable. Los líderes de las diferentes organizaciones armadas, políticas y religiosas, a través de diversas negociaciones, han alcanzado un equilibrio que podría ser roto con cualquier intento de injerencia por parte de las fuerzas de la coalición. Todos los líderes con los que se ha hablado desaconsejan cualquier acción de las fuerzas de la coalición que pueda suponer una escalada de la violencia".

La detención de Yaqubi

Un día después de este mensaje, en la noche del 3 de abril, sin informar previamente a las fuerzas españolas, un comando (oficialmente de la coalición, aunque se sabe que estaba integrado por soldados norteamericanos) detuvo en Nayaf al clérigo Mustafá al Yaqubi, lugarteniente de Al Sáder y miembro de la tendencia moderada de su partido. Esa detención daría lugar a la más sangrienta batalla en la que los españoles se vieron envueltos durante esta agitada misión. Y, de paso, al mayor desencuentro entre los mandos norteamericanos y españoles desde su inicio. La detención de Al Yaqubi suponía, en primer lugar, la pérdida de un moderado que actuaba como interlocutor de Al Sáder en las conversaciones con los nuevos militares iraquíes y con la brigada española. Pero, además, su pérdida significaba el final del precario equilibrio que los españoles habían conseguido en la zona, donde hasta ese momento se habían conseguido evitar actos de violencia como los que diariamente se producían en otras áreas del país.

Los mandos españoles pidieron explicación de por qué no se les había informado previamente sobre la detención de Al Yaqubi. El mando norteamericano les respondió que la operación había sido oportunamente comunicada a los superiores correspondientes por el procedimiento adecuado. "Fue muy importante carecer de esa información. De haberla conocido con antelación, habríamos tomado las medidas de seguridad apropiadas para hacer frente a lo que nos vendría inmediatamente", asegura el coronel Alberto Asarta, segundo jefe de la Brigada Plus Ultra II y máximo responsable de la base de Nayaf.

Lo que les vendría después, exactamente un día después de la detención de Al Yaqubi, fue una seria acción de represalia de parte del Ejército del Mahdi. En palabras del general Coll, la guarnición de las tropas de la coalición en Nayaf fue objeto de un ataque "premeditado, organizado y masivo" de parte de los radicales chiíes a las órdenes de Múqtada al Sáder, que consiguió movilizar a unos 700 hombres armados con fusiles, ametralladoras y lanzagranadas, y provistos de vehículos Jeep y otros.

El papel del Ejército de EE UU

Los enfrentamientos comenzaron cinco minutos antes del mediodía del día 4, al término de una manifestación de protesta por la detención de Al Yaqubi, de la que la comunidad chií hacía responsables a las tropas españolas como representantes de la coalición en Nayaf. La propia esposa del clérigo preso se presentó ante los responsables militares españoles para protestar por su arresto y exigir su liberación, a lo que un portavoz del general Coll sólo le pudo responder que Al Yaqubi no se encontraba en manos de los españoles y que éstos no eran responsables de su detención.

La concentración de protesta derivó en un ataque contra el cuartel de Al Ándalus en el que murió un número nunca precisado de insurgentes, pero que se calcula en decenas. Entre las tropas de la coalición murieron un soldado norteamericano, otro salvadoreño y uno de los iraquíes que combatía junto a ellos. Los españoles sufrieron sólo dos heridos.

Las principales circunstancias del ataque y su envergadura fueron en su día recogidas por los medios de comunicación. Lo que nunca quedó claro fue el papel que el Ejército de Estados Unidos había tenido en aquel episodio, ocurrido poco antes de que se anunciase la fecha de la retirada española, pero después de que ésta se diera ya por descontada tras producirse la victoria del PSOE en las elecciones del 14 de marzo.

Los mandos españoles que vivieron aquellos momentos directa o indirectamente admiten que en el ataque de Nayaf se produjeron fricciones o diferencias -algunas, de cierta importancia- con los mandos estadounidenses, pero no observaron de parte de sus compañeros de la coalición una actuación premeditada destinada a boicotear la labor de los soldados españoles como acto de venganza por la decisión del Gobierno español. "La entrega y el espíritu de sacrificio de los soldados norteamericanos fue espectacular", afirma el coronel Asarta, que menciona un ejemplo: "Desde el 5 de abril, 10 hombres de la Unidad Especial de Comunicaciones de los marines norteamericanos (conocida en términos militares como Anglico) permanecieron 10 días en la terraza de un edificio que protegía la base de Al Ándalus sin moverse ni para cambiarse de ropa, siendo de grandísima utilidad para dirigir cualquier tipo de apoyo aéreo necesario, lo que nos proporcionó una gran seguridad".

Los reproches del general Sánchez

Los criterios sobre cómo proteger Nayaf fueron, en todo caso, muy diferentes entre españoles y norteamericanos. Cuando el general Sánchez llegó desde Bagdad en la misma tarde del día 4 a la ciudad santa chií para seguir en directo la evolución de los combates, reprochó a los mandos españoles que no hubieran utilizado los aviones de combate F-16, cuestionó otras decisiones militares tomadas en esas horas y llegó a poner en duda el nivel de compromiso de las tropas españolas en el combate. Los mandos españoles sí aceptaron, en cambio, el apoyo de helicópteros Apache para conseguir un apoyo más próximo y evitar daños colaterales. "Nosotros actuamos siempre de acuerdo a nuestras propias reglas de enfrentamiento, que eran muy restrictivas", dice el coronel Asarta.

El propio jefe de la guarnición de Nayaf explica qué significaban, en la práctica, esas reglas: "No disparábamos contra las ambulancias, aunque nos constara que estaban trasladando a combatientes sanos; no disparábamos contra los que se tumbaban en el suelo, aunque supiéramos que fingían estar muertos; no destruíamos edificios ni batíamos espacios en los se confundían combatientes y población civil".

Discrepancias por un bombardeo

La mayor discrepancia entre los métodos de los militares norteamericanos y españoles durante ese enfrentamiento del 4 de abril surgió en relación al hospital de Especialidades de Nayaf, desde el que se dominaba la base de Al Ándalus y en el que, durante horas, se apostaron francotiradores iraquíes. El personal de Estados Unidos, asignado principalmente a la protección de los representantes de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA), que formalmente no estaba bajo el mando de los españoles, pero a los que Asarta trató de integrar en la defensa de la base, solicitó inmediatamente que los aviones de combate norteamericanos bombardeasen esa posición enemiga. El coronel Asarta, en contacto con su superior, el general Coll, rechazó esa intervención aduciendo que el bombardeo del hospital no solamente ponía en serio riesgo las vidas del personal civil que pudiera encontrarse en el interior, sino que supondría la destrucción del mayor centro sanitario de Nayaf y, al mismo tiempo, la pérdida de un punto fuerte desde el que se podría defender mejor la base. Asarta ordenó la toma del hospital, lo que finalmente hizo un comando salvadoreño que, a un alto riesgo, aseguró el hospital planta a planta y redujo a los francotiradores. En ese momento, todos los enfermos habían abandonado ya el centro. "Fue una actuación ejemplar dentro del comportamiento ejemplar de las tropas salvadoreñas", recuerda Asarta.

La batalla de Nayaf es también el escenario de pequeños gestos de heroísmo, vividos con tanta discreción que nadie se ha hecho eco todavía, por ejemplo, de la acción del alférez Jacinto Guisado -que consiguió con sus hombres rescatar a un grupo de militares iraquíes e instructores salvadoreños y hondureños que se encontraban cercados por milicianos de Al Sáder-, pero que sirvieron para que el propio Guisado, el coronel Asarta y otros fuesen condecorados con cruces rojas.

La convivencia en el interior del cuartel de Al Ándalus no era fácil en aquellos días de tensión y combate, no con los centroamericanos, con los que los soldados españoles alcanzaron a crear un clima de gran confianza, ni siquiera con las tropas regulares norteamericanas, sino de forma particular con el personal de Blackwater Security Consulting, una de las firmas privadas de seguridad que opera en Irak.

Los hombres de Blackwater, una decena aproximadamente, responsables de la protección de los miembros de la CPA -cuyas oficinas estaban en el interior del cuartel de Al Ándalus- , tenían sus propias reglas de actuación, por lo general mucho menos rigurosas que las del Ejército español. Su fiereza y capacidad de combate, en las horas más difíciles del enfrentamiento con los militantes islámicos, llamaron la atención de los mandos responsables de la protección de Al Ándalus, que reconocen, no obstante, que su comportamiento resultaba incompatible con la misión que los militares españoles tenían encomendada en Irak. "Mis órdenes siempre fueron defensivas", insiste el coronel Asarta.

La presencia de mercenarios, como los de Blackwater y otras compañías similares, había escandalizado desde el primer día a los generales españoles que participaron en el despliegue en Irak. El teniente general Luis Feliu, representante militar en la Autoridad Provisional de la Coalición, recuerda, por ejemplo, que en su momento, a poco de acabada la invasión propiamente dicha, llamó la atención a sus colegas en Bagdad sobre el peligro que representaba dejar la seguridad de áreas importantes de la administración y de la economía en manos de personal que no estaba sujeto a las normas de control exigibles a los militares de uniforme.

"Nuestra gente dormía 4 horas"

Para la fecha en que ocurrieron los sucesos de Nayaf, la vida diaria de los soldados españoles había cambiado ya considerablemente. La instrucción de militares iraquíes había sido reducida al mínimo; las labores policiales, la convivencia con la población, fueron drásticamente restringidas también. Se mantenían las escoltas de los convoyes de combustibles y alimentos y algunos patrullajes, pero la preocupación de las tropas españolas era ya a mediados de abril del año pasado la autoprotección. El sentido de la misión había cambiado. Nuestros soldados empezaban a ser vistos como tropas de ocupación, y la mayoría de los que antes acudían voluntariamente a recibir instrucción a los acuartelamientos españoles dejaron de hacerlo por miedo a que los insurgentes tomaran represalias contra sus familias.

En esa situación se hizo cargo del mando de las fuerzas el general José Manuel Muñoz. "Salimos de España el 5 de abril como Brigada Plus Ultra III", recuerda, "y el día 18, en pleno relevo, se produjo la orden de repliegue. Entre el día 18 y el 21 pasamos de ser Brigada Plus Ultra III a Contingente de Apoyo al Repliegue Español (Conapre)". "Supuso un giro de 180 grados y un enorme esfuerzo", añade Muñoz. "Tuvimos que simultanear algunos de los objetivos iniciales de la misión, como la protección de los convoyes de combustible, con la preparación del repliegue. Nuestra gente dormía cuatro horas al día". El repliegue en sí mismo -bautizado como Operación Jenofonte- se presentaba "extraordinariamente difícil", como dice el general Muñoz, "por la urgencia, por las amenazas a la seguridad y por las pésimas condiciones climatológicas, con temperaturas nocturnas de 40 grados y diurnas superiores a los cincuenta".

Sobre la oportunidad política de la retirada, Muñoz, por supuesto, no tiene nada que comentar, y sobre su propia frustración profesional al encomendársele una misión que no suele ser la preferida de los militares, este general, actual jefe de la Legión, manifiesta que su único empeño fue cumplir las órdenes recibidas con la mayor diligencia posible, y su única frustración, la de interrumpir en dos meses el trabajo de una tropa mentalizada para una misión de seis meses. Entre las razones de esa frustración, existe una menos castrense, pero no desdeñable, como es la pérdida de la prima que comporta una misión en el extranjero, algo más del doble de los escuálidos sueldos militares.

Los 600 kilómetros hasta Kuwait

Enfrascada en un acalorado debate político, la opinión pública española fue, quizá, poco sensible a las dificultades por las que tuvieron que atravesar los soldados en ese repliegue. La clase política hablaba en aquellos días con cierta ligereza de dejar, traer o volver a llevar las tropas, sin reparar en el esfuerzo que todas esas decisiones representaban sobre el terreno: el recorrido, siempre nocturno para disminuir riesgos, entre Nayaf y Diwaniya por una carretera de 80 kilómetros que los soldados habían apodado Camino de Santiago por la frecuencia de las peregrinaciones religiosas; los 600 kilómetros hasta la frontera de Kuwait, "con material pesado, bajo las amenazas, en medio de la tensión, con alto riesgo de accidentes...", tal como recuerda el general Muñoz.

Afortunadamente, la mayor parte de las veces aquellos recorridos se realizaron sin incidentes. Sólo en una ocasión, el 20 de mayo, el convoy español fue objeto de un ataque de importancia en las proximidades de la localidad de Al Hamsa, donde los insurgentes tuvieron un muerto, un herido y un prisionero. "Este ataque demostró que nuestra petición de dejar fuerza combatiente sobre el terreno hasta el último momento era correcta", afirma el general de Ejército Luis Alejandre, jefe del Estado Mayor del Ejército en aquel momento.

En muy pocas ocasiones, durante su estancia en Irak, las tropas españolas hicieron prisioneros, apenas unas decenas en los 10 meses de despliegue en la zona. En todos los casos, según la versión de los responsables militares, los prisioneros permanecían un par de días en el acuartelamiento español y eran entregados a los norteamericanos, que los ponían en libertad o los enviaban a la prisión de Abu Ghraib, en Bagdad. Los españoles no tenían capacidad de inspeccionar las condiciones en que se encarcelaba a sus detenidos ni tenían información de la situación que, meses después, se denunciaría en la famosa cárcel iraquí.

A su regreso, las tropas fueron recibidas por la autoridad política, y algunos de ellos condecorados por el propio presidente del Gobierno. Pero el eco del trabajo hecho en Irak se borró pronto. Las discrepancias políticas privaron a esta misión de la resonancia y orgullo ciudadano que habían alcanzado otras anteriores, como las de los Balcanes o Centroamérica. Algunos -y no sólo algunos opositores a la guerra- quisieron mantener en un plano discreto, cuando no oculto, la misión militar en aquel país de Oriente Próximo. Baste recordar el funeral secreto del anterior Gobierno a los siete agentes del CNI asesinados en la carretera que une Nayaf y Bagdad.

Para los militares, sin embargo, Irak fue uno de sus mejores trabajos. Los cuarteles españoles guardan cientos de recuerdos traídos por los soldados desde aquel país. Confiesan haber aprendido mucho sobre lo que significa actuar en medio de un clima hostil, y no se refieren sólo al aspecto meteorológico.

Un legionario español saluda desde el vehículo que le transporta antes de cruzar la frontera entre Irak y Kuwait, cerca de Safwan.
Un legionario español saluda desde el vehículo que le transporta antes de cruzar la frontera entre Irak y Kuwait, cerca de Safwan.ZOHRA BENSEMRA (REUTERS)

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