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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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El capitalismo ebrio: beneficios récord

Joaquín Estefanía

MES DE FEBRERO PASADO: la mayor entidad financiera alemana, el Deutsche Bank, anuncia de forma simultánea un incremento de los beneficios del 87% y el despido de 5.000 trabajadores "para seguir siendo competitivo". La silueta del Deutsche no es excepcional, sino que marca una tendencia: el espectacular incremento de beneficios de las grandes empresas en todo el mundo durante 2004.

El pasado año no fue únicamente aquel ejercicio en el que la economía mundial creció más en las últimas tres décadas como media, sino también en el que las grandes compañías aumentaron más sus beneficios en los tres últimos lustros. En España, por ejemplo, las empresas del Ibex 35 vieron crecer sus resultados un 20% respecto a un año antes, con una peculiaridad: ese crecimiento se basó en la cifra de negocios y en los resultados operativos; apenas hubo atípicos. Las empresas que constituyen el índice S&P 500, en EE UU, también incrementaron sus beneficios un 20% en 2004, tras un 19% en 2003. Las que cotizan en el S&P Europe 350 presentaron un increíble crecimiento del 78% en sus resultados operativos. Los gigantes del CAC 40 (índice de la Bolsa de París) anuncian beneficios históricos. Este chaparrón cae también en Londres, Francfort, etcétera. El pasado ejercicio, los beneficios empresariales representaron casi el 40% del PIB de la zona euro.

El crecimiento de los beneficios empresariales ha sido extraordinario, los accionistas tienen mayores dividendos y los directivos ven crecer sus remuneraciones. Mientras tanto, el poder adquisitivo de la mayoría está estancado

El reparto de esta bonanza nunca ha sido tan desigual como ahora. Precisamente, uno de los puntos centrales de las reivindicaciones de la huelga general en Francia del pasado jueves (que empezó como una protesta en contra del aumento de la jornada laboral semanal de 35 horas) fue el incremento del poder adquisitivo de los salarios, después de una larga espera de un cuarto de siglo de moderación salarial.

Los incrementos extraordinarios de los beneficios empresariales van acompañados, al menos, de tres efectos paralelos. En primer lugar, la inversión y el empleo no crecen ni mucho menos en las mismas proporciones; la alegoría de Helmut Schmidt ("los beneficios de hoy conformarán las inversiones de mañana, y éstas, los empleos de pasado mañana") no se cumple. En segundo lugar, las empresas priorizan las atenciones a la creación de valor de sus acciones y al reparto de dividendos para sus accionistas. Por último, los salarios de los directivos se disparan (los emolumentos de los principales consejeros delegados en EE UU fueron 400 veces superiores al salario medio en los primeros años del siglo), mientras que los del resto de los trabajadores, en el mejor de los casos, suben unas décimas en su capacidad adquisitiva real. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), de los 2.800 millones de trabajadores que hay en el mundo, la mitad gana menos de dos dólares al día y 550 millones reciben menos de un dólar.

En su libro ¿El capitalismo sin proyecto?, el economista Patrick Artus afirma que muchas empresas disponen hoy día de cantidades considerables de efectivo que no pueden utilizar, ya que carecen de proyectos de inversión rentables. A la luz de esta situación se hace las siguientes preguntas: en vez de acumular tanta liquidez ¿no podrían aumentar los salarios de sus asalariados?, ¿no podrían bajar los precios de sus productos y sostener la demanda? Otro economista, Jean Paul Fitoussi, se expresa de este modo: la moderación salarial de las últimas décadas en Europa no ha logrado que el paro desaparezca, "hasta el punto de que numerosos observadores se ven tentados a dar la vuelta al diagnóstico original: tras un periodo tan largo de estancamiento ¿no será que los salarios son hoy demasiado débiles para permitir una vuelta al pleno empleo?".

El maná de los gigantescos beneficios está siendo repartido de modo desigual. Otras noticias menores, como la debilidad del dólar, la incertidumbre geopolítica o la reforma de las reglas del juego, han ocultado esta tendencia central de la economía de nuestros días.

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