Soledad estéril
Posiblemente no hay error mayor en política que quedarse solo frente a todos los demás. Es un error incluso cuando se dispone de mayoría absoluta en el parlamento y, en consecuencia, se pueden adoptar decisiones políticas y crear normas jurídicas sin tener que contar con los demás. Jurídicamente la mayoría parlamentaria, todavía más si es mayoría absoluta, es condición necesaria y suficiente para gobernar. Pero, políticamente, no lo es. Es condición necesaria, pero no suficiente.
Y no lo es porque la mayoría parlamentaria, incluso cuando es una mayoría abrumadora, es siempre minoría social. No ha habido ni una sola ocasión en España desde la recuperación de la democracia en que una mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados haya sido mayoría social. Ni siquiera en las elecciones de 1982, en las que el PSOE, como consecuencia de la crisis simultánea de UCD y PCE, compitió prácticamente sin contrincantes y en las que alcanzó la mayoría superabsoluta de 202 escaños en el Congreso de los Diputados, su mayoría parlamentaria fue simultáneamente mayoría social. El PSOE obtuvo en 1982 menos votos que todos los demás partidos juntos. Los superó a todos juntos en número de escaños de manera abrumadora, pero no en número de votos. Si a eso le añadimos el número de ciudadanos que se abstuvieron, el carácter socialmente minoritario de la mayoría parlamentaria se acentúa todavía más. Si así fue en 1982, saque la conclusión el lector en todas las demás.
La rebelión contra el Parlamento del PP es, en realidad, una rebelión contra el resultado electoral
Quedarse solo parlamentariamente es quedarse en minoría y acabar perdiendo más pronto que tarde. Ésta es una de la leyes no escritas que preside la vida política en todas las sociedades democráticas.
Lo que se acaba de decir vale todavía más cuando quien se queda solo no tiene mayoría parlamentaria. La soledad de quien se encuentra en minoría en el parlamento es una condena a la subalternidad cuando no a la irrelevancia. El poder difícilmente se puede ejercer en solitario y nunca de manera duradera, pero la oposición no puede ejercerse en solitario nunca. No hay tarea más urgente para un partido que se encuentra en la oposición que buscar aliados para enfrentarse al partido que está en el Gobierno. Hasta que no lo consiga será imposible que los ciudadanos lo reconozcan como un partido con posibilidad de ganar las elecciones y volver a ocupar el Gobierno.
En esta posición parece haberse instalado el PP tanto en el sistema político español como, todavía más, en el sistema andaluz. Empezó a instalarse en la soledad en su segunda legislatura de Gobierno, en la que se quedó únicamente con la ayuda de Coalición Canaria, perdiendo el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes, pero parece haberse instalado de manera definitiva en ella tras la pérdida de las elecciones el 14-M De 2004. No ha habido ni una sola ocasión desde el 14-M en que el PP haya conseguido que los demás partidos coincidan con él frente al Gobierno. La única coincidencia se ha producido en la votación de devolución de los presupuestos en el Senado y no porque los demás coincidieran con el PP, sino porque el PP se sumó a la enmienda de devolución del PNV. La estrategia que está siguiendo el PP contra el Gobierno está consiguiendo que los demás partidos, a pesar de las discrepancias que puedan tener con el Gobierno, no estén dispuestos a hacer un frente con el PP contra él. El último episodio sobre la presentación de conclusiones provisionales por la comisión del 11-M es el mejor ejemplo de lo que estoy diciendo.
En Andalucía, la soledad del PP es más dramática, porque su minoría parlamentaria es todavía más acusada. El PP en España todavía puede jugar la baza de que su concurso es indispensable para la reforma de la Constitución, pero en Andalucía no dispone de ninguna baza, ya que su concurso no es indispensable para la reforma del Estatuto. Los ciudadanos andaluces decidieron en las últimas elecciones que el PP no dispusiera de una minoría de bloqueo en el Parlamento de nuestra comunidad. Ésa fue la voluntad del cuerpo electoral andaluz y contra esa voluntad el PP no puede hacer nada, excepto intentar que la modifique en las próximas elecciones.
La conducta que está protagonizando el PP en Andalucía, además de estéril, es profundamente antidemocrática, en la medida en que supone en la práctica la no aceptación del resultado arrojado por las urnas. Formalmente el PP acepta el resultado, porque no puede no aceptarlo, pero materialmente no lo ha aceptado.
Únicamente de esta manera se puede entender la posición de automarginación parlamentaria permanente en la que se ha situado el PP en nuestra comunidad. No ha habido ni una iniciativa relevante en la que el PP se haya mostrado dispuesto a participar. Ocurrió con las medidas de impulso democrático, que acabaron siendo aprobadas por todos los partidos menos por él y ha vuelto a ocurrir con la reforma del reglamento parlamentario que ha vuelto a contar con el consenso de los demás partidos y con la impugnación frontal del PP, que además se ha descolgado solicitando la dimisión de la presidenta de la Cámara.
¿Nadie se da cuenta en el PP de Andalucía que ésa es una política suicida? ¿Cómo es posible que se pida la dimisión de una presidenta por la aprobación de una norma que cuenta con el apoyo de más de tres quintos de los parlamentarios andaluces? ¿Con base en qué legitimidad democrática se puede formular tal petición? El PP está donde está porque los ciudadanos andaluces así lo han querido. No puede, desde su minoría, pretender convertir su apoyo a una decisión parlamentaria en criterio de legitimidad de la misma. La rebelión contra el Parlamento que está protagonizando el PP es, en realidad, una rebelión contra el resultado electoral. No es por ese camino por el que podrá conseguir el apoyo ciudadano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.