El Madrid se deja llevar al fracaso
El grupo de Luxemburgo, contemplativo y apático, cae frente a un Juventus plano y sin argumentos futbolísticos
Por segundo curso consecutivo, llegado el mes de marzo, el Madrid está al borde del abismo. En Turín, frente a un Juventus tan enérgico como ramplón, el equipo de Luxemburgo selló otro episodio nefasto en la era de los galácticos. Y no tanto por su eliminación ante un noble del fútbol europeo, lo que no resulta descabellado, sino por su pálida respuesta ante una cita que se suponía bien subrayada en el calendario de una plantilla tan meticulosa a la hora de medir sus envites. Frente a un rival que asusta más por su escudo que por su ecuación futbolística, el Madrid no expuso nada, se dejó llevar hasta que se vio en el hoyo. Fútbol no hubo en toda la noche, sólo una función tan empachosa y vigorizante como la propia Juve, a la que contribuyó un Madrid inesperado, plano, apático y demasiado contemplativo. Ante un equipo empeñado en negociar lo que fuera menos poner en peligro el 0-0 inicial, el conjunto español jugó al filo de la navaja sin motivo alguno. Puestos a negociar un resultado un equipo italiano siempre lleva ventaja. Es un axioma tan viejo como el fútbol, pero este Madrid hace tiempo que desprecia los códigos más simples de este juego. En ningún momento sacó provecho de su superioridad técnica y su infinita mayor pegada. La partida de Capello estaba marcada: la persiana abajo, el cronómetro en marcha y un arreón final. Dicho y hecho: nada de fútbol, mucho sudor, un asalto final, gol de Trezeguet -reservado hasta el órdago de última hora- y a la ruleta de la prórroga, en la que apareció un secundario como Zalayeta para enterrar al Madrid. Un secreto a voces amplificado por toda la jerarquía del Juventus, desde Capello hasta el utillero. Pero nada hizo inmutarse al Madrid, que firmó de forma incomprensible el borrador de su oponente. A falta del andamiaje colectivo, que ya se sabe que no se estila por el Madrid, resulta que el equipo no encontró una estrella que le redimiera.
El Juventus es un equipo en rebajas y con algunos futbolistas más que discutibles para una escuadra con tanta alcurnia. Capello ha alistado a una tropa tan enérgica como incapaz de tejer el juego con sentido. Cierto que en Italia siempre ha primado más el fin que los medios, pero sin Nedved y con Trezeguet gripado, este Juventus no tiene otro argumento que el destajo. Y eso fue lo que le condujo a la victoria ante un Madrid anémico. Un Madrid que, ante la dimisión de sus figuras, fue sostenido hasta el varapalo final por sus centrales y un último empeño de actores de reparto como Guti y Solari.
De entrada, inopinadamente, Capello empasteló a dos laterales por la izquierda. Pessotto se situó por delante de Zambrotta. Puro barbecho. Con el zurdo Raúl Bravo como taponador postizo por esa orilla y Beckham una vez más fuera de foco, todo hacía presagiar que por ese costado el Madrid sufriría. Nada de nada. Al Juventus le importan un rábano las bandas. Cegado por fuera, por dentro el equipo juventino no tiene otro recurso que el punterazo a Ibrahimovic, un jugador con una chistera en los pies, pero al que se le exige recibir de espaldas, acunar la pelota, aguantar aguijón del defensa, darse la vuelta y marcar. Un imposible. Sólo la aparición final de Trezeguet le dio peso ofensivo al equipo.
La respuesta del Madrid al emborronado guión juventino fue decepcionante. Le faltó decisión, valentía para desnudar por completo a un rival que tiraba confetis con el 0-0. Una temeridad. El equipo de Luxemburgo aceptó el combate nulo que le propuso la Juve y quedó expuesto a cualquier accidente. Ni quiso ni supo explotar la veta de Ronaldo. Pocas veces un jugador ha generado tal grado de pánico en un campo rival. El griterío de la hinchada blanquinegra en cuanto Ronaldo tocó la primera pelota reveló el mero significado de su presencia. Pero Luxemburgo no parece tenerle tanta fe. A Ronaldo es a quien más perjudica su galáctico dibujo: el brasileño necesita ser lanzado y sin Guti, el equipo carece de pasadores. Figo, plantado ahora como enganche, es un gran conductor de la pelota, no un mensajero. Zidane queda como única alternativa, aunque incrustado en la izquierda su radar no es tan efectivo. Intrascendente Raúl, a Beckham sólo se le puede esperar a balón parado, porque su peso en el juego es cero. Pese a todo, una vez más, le dio más carrete que a Guti, y que a Solari, desterrados sí o sí, por razones que nada tienen que ver con lo que sucede jornada tras jornada en la pradera. En el actual modelo institucional su suerte está echada, lo mismo da que algunos estén pachuchos, caso de Raúl y Zidane, en la caseta en el último tramo. Fracasadas las estrellas entonces les tocó a ellos intentar la remontada final.
Hasta que Guti puso el cartabón y Solari percutió por la izquierda, fue Ronaldo, quién si no, el único puñal. Él fue el autor de la mejor jugada visitante. Una arrancada desde medio campo, en la que esprintó más que Cannavaro y Thuram, dos velocistas de primera, y que cerró con un magnífico disparo con la zurda que desvió Buffon. Exhibida su superioridad sobre los defensas juventinos, el Madrid no se dio por enterado. Se limitó a contemplar las deficiencias del contrario y ni siquiera necesitó a Casillas, porque, salvo en los goles de Trezeguet y Zalayeta, el portero español sólo se calentó con un tiro de Ibrahimovic en la apertura del partido. De Buffon tampoco hubo noticias, salvo en el mencionado disparo de Ronaldo y en un zapatazo final de Roberto Carlos. Un retrato de la apuesta juventina y la pasividad madridista. Dos aristócratas del fútbol europeo que despacharon un partido sin más chicha que la discusión por el resultado. Y en ese debate, nadie como los italianos, por más que el Madrid se crea que vive en otra galaxia. La cruda realidad dice que tres entrenadores después, con un nuevo central en nómina y un medio centro como barrenador, está donde estaba hace un año: a punto de cerrar otra travesía en el desierto. Maquillada la plantilla y retocado el puesto de jefe de banquillo, algo sigue fallando.
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