Profesión: ¿nuestras labores?
En plena semana de celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, me están empezando a sobrar declaraciones institucionales sobre la gran importancia de la mujer en nuestra sociedad y me faltan más compromisos concretos de cada quien en relación con el tema. En su espacio más cotidiano. En la intimidad del hogar. Recuerdo que era habitual referirse al trabajo de las mujeres en casa con el calificativo de "sus labores". Era esa la definición que figuraba, por ejemplo, en la casilla de profesión del documento de identidad de mi madre. Mi madre hacía eso que luego se ha calificado de "doble jornada". Trabajaba junto con mi padre en la tienda que tenían abierta en la calle del Hospital y trabajaba asimismo como ama de casa a lo largo de todo el día. Le ayudaba mi abuela (otra "sus labores") y juntas aseguraban tanto profundas dosis de sabiduría procedentes de su larga experiencia de trabajo y convivencia, como también comida, limpieza, cariño, caricias y consejos de todo tipo sobre los más variados aspectos de la vida. Mi padre, al margen del trabajo en la tienda y en el aprovisionamiento de la misma, aportaba esos retazos de autoridad, orden y gestión de la complejidad exterior al hogar que han ido caracterizando los roles tradicionales de masculinidad. La desigualdad de esfuerzos era, desde la visión del 2005, clara y diáfana, pero se entendía entonces como natural, y sigue siendo entendida así por muchos y muchas de sus protagonistas.
He partido de esta anécdota personal para mostrar mi extrañeza ante algunas de las declaraciones y perspectivas que se han abierto en esta nueva celebración del 8 de marzo. No tengo nada en contra, al contrario, de que se insista en la necesidad de reducir las evidentes desigualdades que existen en relación con la presencia de mujeres en puestos de responsabilidad administrativa o empresarial. Me uno a las protestas sobre la evidente desproporción existente entre hombres y mujeres con relación al salario que perciben por idéntico trabajo. Me parece muy pertinente la denuncia sobre la mayor incidencia del paro o la precariedad en las mujeres. Y comparto asimismo la perentoriedad de ir acabando con los estereotipos masculino-femenino en los procesos formativos, en el lenguaje de los medios de comunicación y en la forma de entender el ocio y la diversión. Nada de eso me parece innecesario ni superfluo. Mi problema es que todo ello requiere asimismo una transformación espectacular en la manera como funciona el núcleo vital básico: el hogar. Y de eso se habla menos, a pesar de que para que se operen los cambios necesarios no hay necesidad de grandes declaraciones o cambios legislativos, simplemente que cada quien decida compartir los trabajos domésticos en igualdad de condiciones, sin renunciar los hombres a ser hombres y las mujeres a ser mujeres.
En este mismo periódico, el martes 8, diversas mujeres que residen en España desde hace unos años comentaban sus impresiones sobre las relaciones entre sexos en este país. Desde mi punto de vista, en sus comentarios destacaba su sorpresa ante la poca presencia del hombre en las tareas domésticas diarias. Algunas frases eran relevantes: "En España las mujeres pagan un alto precio por su autonomía... la vida cotidiana las consume"; "en Francia los hombres colaboran más en casa"; "si una española se emancipa, hace falta una emigrante [para hacer lo que ella hacía]". En la página siguiente se reproducían algunos de los datos más relevantes de la reciente encuesta del CIS sobre el tema. Los datos aportados no hacían sino reafirmar muchos de los elementos ya conocidos sobre la distribución de tareas entre hombre y mujer en los hogares. Seis de cada 10 encuestados admiten que tener hijos es un obstáculo para su carrera profesional. La misma pregunta con relación a los hombres recoge un escuálido 7,6%. Ahora bien, una inmensa mayoría se manifiesta en desacuerdo con la afirmación que "el deber de un hombre es ganar dinero y el deber de una mujer es cuidar de su casa y su familia". Lástima que la encuesta no planteó la pregunta en los siguientes términos: "El deber de un hombre es ganar dinero, cuidando así de su familia, y el deber de una mujer es ganar dinero y cuidar de su casa y de su familia". Estoy seguro de que si se respondiera con sinceridad, y no con esa dosis de "corrección política" con la que los encuestados reciben habitualmente este tipo de encuestas, los resultados nos hubieran sorprendido. Y de hecho, la misma encuesta nos informa de que la realidad se aparta mucho de la filosofía y de las buenas palabras institucionales de estos días. Si dejamos al margen las tareas relacionadas con el bricolaje, el cuidado del coche, los temas relacionados con bancos y administraciones públicas y, en menor porcentaje, las tareas relacionadas con la compra, el grueso de las tareas domésticas (cocinar, lavar, limpiar, organizar los menús, pensar en la secuencia diaria de hijos e hijas) son un campo esencialmente femenino. La encuesta es terminante: en el 75% de los casos el grueso de las labores cotidianas es responsabilidad exclusiva de las mujeres.
Lo grave de esa situación es que no se modifica con gobiernos paritarios (pero desiguales en hijos), decretos sobre paridad en los cargos públicos, con vigilancia de los tribunales sobre la discriminación en los lugares de trabajo o con modificaciones sobre los currículos formativos. En ese bastión de la cotidianidad y la privacidad que es el hogar se pueden seguir manteniendo procesos invisibles de discriminación doméstica que parten de concepciones muy enraizadas en los imaginarios colectivos e individuales sobre el lugar de cada quien en el mundo. Y a esa situación contribuye decisivamente la organización económica de nuestra sociedad, que atribuye a las labores domésticas el último eslabón de la escala de valoración económica. En una disonancia cognitiva de primer orden, no paramos de hablar de amor, de cariño, de la importancia de nuestros hijos e hijas, de nuestros mayores, de lo mucho que apreciamos estar con la familia, y en cambio, cuando organizamos la escala social de prioridades económicas situamos las labores de limpieza, amor filial, amor paternal, lazos de convivencia y vecindad en los eslabones más bajos de la escala laboral o simplemente lo cubrimos con trabajo informal. No hace falta insistir en que ello es básicamente debido a que consideramos estas labores naturales (es decir, femeninas) y por tanto no susceptibles de ser valoradas. "El cariño no tiene precio", "el amor de madre no se paga con todo el oro del mundo", y a ti te encontré en la calle... Como decía el martes la sueca Annika Boman, en España "has de tener 25 años para siempre y ser estéril para ser la empleada perfecta".
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