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Columna
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Metáfora

Nos llega del griego y su sentido literal es "llevar más allá". "Tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces en otro figurado, en virtud de una comparación tácita", nos asegura el DRAE, que ofrece, como ejemplos, "las perlas del rocío", "la primavera de la vida" y "refrenar las pasiones". El meollo del asunto -para recurrir a otra metáfora desgastada- está en la "comparación tácita" anterior al "tropo", percepción mental de una similitud entre objetos que normalmente no se relacionan, y que puede ser espontánea (algo así como una revelación) o consecuencia de una búsqueda. En Madame Bovary hay un "llevar más allá" que, cuando di con él hace cuarenta años, me hizo una impresión vivísima. Emma se va percatando de que se ha casado con un pelmazo que no tiene en la cabeza un solo pensamiento original. Y el narrador comenta en un momento de exasperación: "La conversación de Charles era plana como la acera de una calle. Por ella se paseaban las ideas de todo el mundo con su ropa cotidiana, sin provocar ni emoción, ni risa, ni ensoñación". ¿Cómo se le ocurrió al gran novelista tal comparación? ¿De repente, o tras un largo proceso de experimentación y elaboración (sabemos que trabajaba mucho su prosa)? ¿Empezó tal vez con otra superficie lisa, una mesa de billar, por ejemplo? Sea como fuera, el resultado es hacernos sentir, de manera punzante, la pobreza intelectual de aquel patético médico provincial.

Recordé a Flaubert mientras releía hace poco la conferencia de Lorca sobre Góngora, tal vez el texto teórico de la Generación del 27 que nos acerca mejor al espíritu de aquella época. Lorca, claro, es el poeta más intrínsicamente metafórico del grupo (al parecer incluso hablando prodigaba las ocurrencias más insólitas), y se nota mucho que, al analizar el lenguaje gongorino, está llevando a cabo una pesquisa sobre sus propias raíces líricas. Así lo confirma, además, el traer a colación las expresiones "buey de agua" (cauce profundo) y "lengua del río", oídas en la Vega de Granada, "dos imágenes hechas por el pueblo y que responden a una manera de ver ya muy cerca de don Luis de Góngora", poeta capaz de afirmar que conservan el recuerdo de la caída de Ícaro "los anales diáfanos del viento", de llamar "susurrante amazona" a la abeja reina, "cítaras de pluma" a las aves cantoras, "bostezo melancólico de la tierra" a una gruta o "verde lira" al chopo.

Los poetas auténticos -los versificadores son otra cosa- suelen ser dueños de la metáfora y de su compadre el símil, no porque son cazadores de tropos sino por percibir y saber expresar relaciones entre las cosas que al resto de los mortales se nos suelen escapar. El mundo entero es un escenario y nosotros somos los actores; la vida es un sueño, un valle de lágrimas, un camino (y nosotros los caminantes, peregrinos, viajeros); tu alma es un paisaje escogido, la luna un pozo chico, la Naturaleza un templo con columnas vivas... Hay que agradecer este poder metafórico que tienen los poetas, imbuido en el caso de Góngora de gracia popular. Poder que ayuda a volar nuestra imaginación y que nos hace vivir con más intensidad.

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