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Columna
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El aperitivo

Hay quien toma el aperitivo y hay quien nunca lo hace. En el paisito, cualquier otra diferencia palidece ante esta clara división, que alude a dos estados del alma. Entre los renuentes al aperitivo se reúnen toda clase de seres lamentables: los muy trabajadores, los pobres, los nazis de la salud. Sólo una de ellas puede contemplarse con verdadero respeto: la de los pobres; al fin y al cabo, lo suyo no es por mala voluntad. El caso de los adictos al trabajo resulta mucho más grave, si bien nadie tiene noticia de que la Organización Mundial de la Salud o los europarlamentarios hayan decidido tomar cartas en el asunto con el rencor que practican frente a los fumadores. Será acaso porque esas buenas gentes nada saben del trabajo y no llegan a conocer, en consecuencia, sus diabólicos efectos sobre el organismo humano.

El aperitivo se oficia con cortesía, con la serenidad que proporciona la luz del mediodía y ninguno de los quebrantos a que es tan propicia la noche. Pocas cosas más saludables que darse al aperitivo, en este tiempo de gimnastas, que llevan su perversión hasta el extremo de disfrutar haciendo esfuerzo físico. Es uno de los grandes misterios de la modernidad que la gente no sólo no cobre, sino que pague por agotarse y sudar. Aún más misterioso resulta que muchos de los que se consagran a esos ejercicios (mover pesas, correr en la cinta como un hámster) hagan de ello un signo de mejor estatus social, cuando el único estatus que denuncia es el de su cerebro.

Mi padre era un obstinado practicante del aperitivo. Me temo, incluso, que el paseo hasta sus bares favoritos fue la única actividad vagamente deportiva que le vi nunca practicar. Por cierto, por mucho que frecuentara los bares, y sin que esta declaración suponga ninguna clase de exorcismo autobiográfico, mi padre no era un borracho. De hecho, creo que era la persona más equilibrada y feliz del mundo, ya que no sólo tomaba el aperitivo diariamente, sino que jamás llevó reloj en la muñeca. ¿Es posible imaginar ventura tanta, ahora que cualquiera llama por el móvil no importa la íntima tarea que te encuentres practicando? Hay que reconocer una virtud entre los practicantes del aperitivo: que se dan a la bebida sin caer en el alcoholismo, sin esa recurrencia que degenera en drogadicción. Son gentes que nada saben del ánimo bárbaro de los poteadores, ni de las conductas nihilistas de algunos automovilistas ebrios, ni del estrépito de brigadas juveniles que se cuecen de madrugada con tósigos odiosos. Quien practica el aperitivo tiene un ánimo sereno, irónico, respetuoso con el prójimo y trufado de valores civiles. De hecho, creo que lo más parecido que hay en el paisito al legendario espíritu británico está en los bares, en torno al mediodía.

Ésta es otra diferencia decisiva entre los que toman el aperitivo y los poteadores. Los poteadores son indiscriminados bebedores de sustancias presuntamente emparentadas con ciertos caldos riojanos. Ejercitan su afición sin ninguna clase de amparo comestible y a menudo pierden el control, de modo que son cantera para el alcoholismo y el maltrato doméstico. No he conocido un solo poteador que hubiera oído hablar de Kafka, del mismo modo que entre los del aperitivo se conoce a espíritus ilustrados. De los practicantes del aperitivo, como mucho, se puede decir que tienen tendencia a dormirse después de la comida, pero ésta es una costumbre altamente pacífica, civilizada, como saben todos los que practican la siesta.

Hay una última y melancólica diferencia conceptual: la de quienes toman el aperitivo y la de quienes lo echan en falta. Para desgracia del que escribe, su lugar se encuentra entre estos últimos. En esta sociedad hay gente que toma importantes decisiones y aparenta ser no menos importante, pero eso nada tiene que ver con el verdadero triunfo interior. Posiblemente no hay mejor victoria sobre el sistema que la de aquellos privilegiados individuos con tiempo para tomarse un vermú y unas aceitunas y, si la conversación lo merece, con tiempo para un segundo vermú. Todos los demás apenas engrosamos las masas del proletariado.

Por cierto, hoy es sábado, ¿no? Qué demonios hacer dentro de poco...

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