Objetos apareados
Tal vez con el ánimo inconsciente de exorcizar los diversos frentes de acoso que tiene abiertos, el Museo Es Baluard ha acudido a un prestidigitador para conmemorar su primer año de vida. No le molestaría a Joan Brossa (Barcelona 1919-1998) esta denominación, pero bien es cierto que tampoco acaba de hacerle justicia. Porque reducir a travesuras inteligentes este conjunto de 63 piezas (37 poemas objetos; 26 poemas visuales) sería intolerable. Como ejemplo valga citar la que posiblemente es la obra central de esta exposición, Paz Pánfila (1994). Aislada del resto en un espacio ad hoc, se trata de una instalación formada por un inmenso montículo de dados coronado por una calavera. A su alrededor, un enigmático círculo de sillas vacías. Como si fuera la escenografía de una obra de Beckett o de Ionesco, esta pieza, la más teatral de toda la muestra, evoca de inmediato los inescrutables vericuetos por los que el perverso azar se entrecruza inopinadamente en el camino de la vida, de cualquier vida. Brossa no jugaba a los dados con su arte, irreductible a una saga de frívolas sagacidades, valga el juego de palabras, aunque en ocasiones incurriera voluntariamente en ellas.
JUEGOS Y CAMINOS DE JOAN BROSSA
Museo Es Baluard
Plaza de la Puerta de Santa Catalina, s/n
Palma de Mallorca
Hasta el 3 de abril
Provenientes de cinco colecciones, las piezas que configuran Juegos y caminos de Joan Brossa han sido dispuestas en un espacio diáfano, que casa bien con el lenguaje transparente del artista, habitualmente volcado hacia la dualidad: un objeto multiplicado por otro objeto, o bien un objeto multiplicado por una letra del alfabeto, dan lugar a la obra artística. La esencia de su trabajo está en que Brossa nunca se limita a sumar en sus ensamblajes, ya que el producto de los mismos es una multiplicación de sentidos, deudora de aquel encuentro entre el paraguas y la máquina de coser que tanto entusiasmó a los surrealistas.
Al hilo de Foucault en Las palabras y las cosas cabe decir que, en Brossa, los signos (las letras) abandonan el espacio vicario de la representación y adquieren el espesor propio del objeto en sí. Sólo que, no contentos con eso, salen en busca del apareamiento con otros objetos para producir obras tan sugerentes como Trampa (1986), otra de las piezas esenciales de la muestra.
El resultado, en el caso de esta exposición, es una brillante constelación de elementos dispares copulando en pos de nuevos significados. Si algún pequeño reproche cabe hacerle es que los epígrafes bajo los que se han distribuido las obras (Visión irónica; El paso del tiempo; Transformación a partir del alfabeto...) son tan genéricos que podrían intercambiarse aleatoriamente las piezas y nada se alteraría.
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