Clásicos y románticos
Tras la serie dedicada a Hans Werner Henze, volvía la ONE al repertorio más tradicional, a ese en el que se espera a las orquestas, ese que, quiérase o no, es el que jalona su evolución y marca su verdadera calidad. En él hay referencias que van de los discos a las versiones inolvidables que cada uno guarda en su corazón y, claro está, la comparación es más fácil y, reconozcámoslo, también un poco más aviesa. Pero, en todo caso, determinados programas sirven más que otros para mostrar eso que los cronistas deportivos llaman el estado de forma.
El fin de semana de la Orquesta Nacional ha sido, en cierta manera y con esas premisas, enormemente ilustrativo de sus virtudes y sus carencias, de su verdadera capacidad, algo que, salvo excepciones, esta temporada está resultando poco reprochable, pues da la sensación de que la formación da lo que tiene. En ese aspecto, nada que oponer a la Segunda sinfonía de Schumann, esa maravilla llena de las cosas que le corrían a su autor por dentro. Pons consiguió una versión excelente, por sabiduría conceptual, por planificación sonora, por cuidado expresivo. El alma romántica surgió con toda naturalidad y en el tiempo lento las anticipaciones mahlerianas estuvieron perfectamente subrayadas.
Orquesta Nacional de España
Josep Pons, director. Obras de García, Haydn y Schumann. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de febrero.
Desde siempre el clasicismo se le atraganta un poco a la Orquesta Nacional. Quizá por cuestión genética, porque los repertorios de sus titulares han ido más por otros derroteros, porque se ha formado en otras líneas. El caso es que -y lo mismo ocurrió la semana pasada- falta energía, brillantez, no sé si confianza en esta música que no es nada fácil, pero que es fundamental en el archivo de cualquier orquesta. Pons se esforzó en la Sinfonía concertante de Haydn por pedir una expresividad que no acababa de llegar, y la ligereza elegante y nada trascendente que atesora se perdió en el camino para quedarse en mera corrección. Los solistas fueron miembros de la ONE: el concertino Sergei Teslia, el violonchelo Salvador Escrig, el oboe Rafael Tamarit y el fagot Enrique Abargues -los tres primeros atriles en sus secciones respectivas-. Tamarit y Abargues cumplieron -es verdad que su papel es menor en el cuarteto-, pero Teslia y Escrig decepcionaron en el primer movimiento, aunque el violinista -que lleva la parte más dura en la obra- mostrara después su clase.
Abrió programa la obertura de El califa de Bagdad, de Manuel García, el tenor sevillano que estrenó algunas óperas de Rossini, que revolucionó el canto y que fue padre de la Malibrán y la Viardot. Por eso pasó a la historia y no por sus obras. No parece que el destino haya sido demasiado injusto en ese punto a la vista de tal pieza, grata sin más, con una presencia tan insistente como a la postre poco efectiva del triángulo, y de la que Pons hizo una lectura eficaz.
Babelia
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