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Columna
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Patria

La patria debiera ser no el lugar donde se nace, sino el lugar en el que uno desea estar. Patria, palabra infravalorada por quienes la tienen sin esfuerzo, odiosa si en su nombre se mata, amenazadora cuando sale de la boca de quien se cree su amo. Patria, palabra de difícil definición porque cualquiera de sus significados puede ser ensuciado con los actos. Unos dicen que es la lengua y no estaría mal si no hubiera gente empeñada en utilizar la lengua como arma arrojadiza. Hay quien dice que es el lugar en el que uno hizo el bachillerato. Hay estúpidos que colocan la patria en una bandera, hay quien la sitúa más sentimentalmente en la persona amada, hay quien la utiliza como reflejo de sus delirios. Patria, por qué no el lugar en el que uno decide voluntariamente estar. Cuando uno sale fuera de España, que a veces es mi patria (otras lo dudo), encuentra el rastro de los que fueron expulsados de ella. América es el continente que acogió a esos españoles expulsados por una dictadura tan ferozmente larga que no pudieron cumplir su humilde sueño: envejecer en su calle española. El rastro del exilio español es a veces un poema, un libro de memorias, una placa en un centro cultural: es el rastro de los Salinas, de los Cernudas, de los Aub. A veces la huella del destierro es silenciosa, pertenece a personas que no pudieron expresar públicamente lo que sintieron. Uno de los lugares más melancólicos que pueden visitarse en Nueva York es el cementerio donde fue enterrado el padre de Federico García Lorca. Su nombre, entre los nombres anglosajones, salta a nuestra vista con la rotundidad de los nombres castellanos: Federico García Rodríguez. Don Federico murió en un exilio del que tal vez no quería regresar nunca, porque si te roban la patria matándote un hijo, te la han robado para siempre. Ahí se queda ese jodido país, dicen que dijo cuando el barco dejó atrás España. Estas cosas rondan mi mente leyendo las palabras cariñosas que se han dedicado estos días a Cabrera Infante, escritor expulsado, muerto fuera de lugar, exiliado y encima insultado por quienes aún a día de hoy defienden los exilios. Cabrera Infante, forzosamente olvidado entre los tuyos: ni una reseña de momento en la prensa cubana. ¿Quién puede defender sin apelar al cinismo una cosa tan triste?

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