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Universidad y sociedad

Hace unos días, en un país centroeuropeo nos sentábamos dos delegaciones en torno a una mesa, para un tema que nada tenía que ver con la educación. Enfrente de mí se encontraba una persona de edad cuyo nombre figuraba escrito en una tarjeta grande. A su izquierda, otra persona mucho más joven, con su nombre indicado en otra cartulina idéntica. Esto no tendría nada de especial si no fuese porque delante del nombre, en cada uno de los casos, figuraba su título académico: "Dr." (doctor) y "Mag." (licenciado). En nuestra delegación había también personas que han dedicado muchos miles de horas a obtener el doctorado o la licenciatura, pero esta información no figuraba en las cartulinas correspondientes.

No nos engañemos. La sociedad vasca tiene los niveles de bienestar que tiene gracias, en gran medida, a su universidad

En muchos países se antepone el tratamiento académico al apellido, de manera sistemática, cuando una persona es presentada ante sus interlocutores, con independencia del motivo del encuentro. Es una muestra clara del valor que esa sociedad concede a la educación y, más en concreto, a la educación superior. En las sociedades avanzadas, la universidad es un referente indiscutible; una referencia tanta más acentuada cuanta más tradición universitaria exista en esa ciudad, comarca o país. No hace mucho asistí en Oviedo a los funerales de un ex rector: mostré mi sorpresa porque la misa se celebró en la catedral, dirigida por el arzobispo y concelebrada por docena y media de sacerdotes. Estaban todas las autoridades municipales y provinciales, con el presidente del Principado al frente, y numerosos medios de comunicación. Asistió eso que se suele llamar, por motivos que nunca me han quedado claros, la sociedad. Ese día pude leer no menos de ocho artículos de opinión en los diarios, que se sumaban a otros muchos aparecidos en los días precedentes. Me aclararon que ese tratamiento es el habitual cuando muere un ex rector.

No quiero establecer comparaciones, y menos de estas características, no tengo ninguna gana por si acaso, aunque hay una pequeña diferencia: la universidad de Oviedo se fundó en el año 1608, 370 años antes que la UPV-EHU. Esta institución es una referencia indiscutible, por múltiples razones, la menor de las cuales no es precisamente la histórica, en la sociedad asturiana. Como sucede con otras muchas universidades en los países más diversos. Me gustaría que la UPV-EHU fuese también una referencia en nuestra sociedad, aunque me temo que no lo es en la medida que le corresponde.

Siempre me ha llamado la atención el trato tan discriminatorio que se suele conceder, ahora que empezamos a medirlo todo, al impacto que se supone generan los distintos agentes económicos y sociales: se organiza un concierto, por ejemplo, y de forma inmediata se calculan los beneficios económicos que el evento ha supuesto para la ciudad. El incremento de los usuarios del metro, las actividades de un museo, la celebración de congresos en nuestros magníficos centros, la organización de una actividad deportiva, el encargo realizado a una empresa..., todo acaba siendo traducido a números en forma de beneficios generados para la sociedad (casi más que para el consejo de administración correspondiente).

¿Y la universidad, qué? ¿Será que nuestros alumnos y profesores, para poder asistir a clase cada día, no cogen autobuses, ni alquilan pisos, ni comen, ni van al cine ni a las fiestas? ¿Será que el arreglo de edificios o la construcción de otros nuevos, el equipamiento de los laboratorios o los servicios que nuestros investigadores o técnicos prestan a las empresas no se pueden contabilizar también como agentes económicos y sociales? ¿Será que las numerosas actividades culturales que organiza una universidad como la nuestra no sirven para nada? ¿Será que las cotizaciones realizadas y los impuestos que pagan los trabajadores de una de las mayores empresas del país carecen quizás de valor?

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La contribución que la universidad realiza a la sociedad es inmensa. Y no me refiero a lo indicado en las líneas precedentes, que no es baladí en absoluto. Ni tampoco a las aportaciones intelectuales de nuestros investigadores que, granito a granito, contribuyen junto con otros miles de personas a la profundización en el conocimiento. Con ser eso mucho, la contribución de la universidad va bastante más allá. A algo tan simple y evidente como que la sociedad vasca sería radicalmente distinta, y funcionaría de otra forma (o a lo mejor no funcionaría siquiera), si la UPV-EHU de forma machacona, callada y puntual, no hubiera puesto a su disposición durante estos 25 años a miles de técnicos, ingenieros, abogados, químicos, economistas o especialistas en las más diversas materias, que son quienes hacen posible que cada día nuestras empresas, en todos sus ámbitos, puedan abrir la puerta y enfrentarse con éxito a los problemas que cualquier sociedad compleja plantea. Este es el poso que al final, por encima de extendidos prejuicios e incluso deficiencias de gestión, va quedando. La sociedad vasca tiene los niveles de bienestar que tiene gracias, en gran medida, a su universidad. No nos engañemos, gracias a nuestra universidad vivimos mejor.

Por eso, en los países más desarrollados hay también un reconocimiento mayor hacia esta institución. Por eso, los años de historia universitaria pesan tanto en la sociedad. Quizá por eso celebramos ahora sólo 25 años, en lugar de 500, como nos correspondería, porque a lo mejor había muchos intereses en que la sociedad vasca careciera de universidad. El Seminario de Vergara tuvo corta, aunque intensa, vida. La Universidad de Oñate se fundó en 1542 y a partir del siglo XIX comienza a declinar, alternando períodos de actividad e inactividad, hasta su cierre definitivo en 1902. Si no hubiera habido un interés particular en que desapareciera (porque interés particular en que desaparezca existe cuando las instituciones provinciales no consideran conveniente consignar para su mantenimiento las correspondientes partidas económicas), nuestra tarta de cumpleaños tendría hoy más de 500 velas. La creación de dos universidades que alcanzaron gran prestigio en determinados campos (Deusto, en 1886, por los jesuitas, y la Universidad de Navarra, en 1952, por el Opus Dei) tampoco facilitó para nada la existencia de una universidad pública. Y cuando esta se creó, y se planificó el reparto territorial de los centros, a nadie se nos escapa que las decisiones se tomaron sólo tras haber recibido las bendiciones correspondientes.

Hay dificultades por ello para que la sociedad se identifique con la corta historia de la UPV-EHU, aunque es evidente que esta percepción irá cambiando, en la medida en que vayamos descubriendo que nuestro compañero de mesa, la que firma aquel proyecto, esa otra persona que acaba de abrir una empresa, la hermana de mi madre, aquel primo mío que era tan brillante, la abogada que me acaba de resolver un problema complicado, esa ministra tan simpática, ese escritor de éxito, ese médico que acaba de operar a mi padre de la columna..., son, ¡albricias!, titulados de la UPV-EHU.

Todo lo anterior es evidente: tan evidente como decir que cuando luce el sol y el cielo está azul, hace buen tiempo. La diferencia está en que entonces lo decimos y lo comentamos. No sucede lo mismo con la universidad, que sigue siendo una perfecta desconocida, mirada de reojo y con demasiada prevención por no pocos responsables políticos.

Pello Salaburu es ex rector de la UPV-EHU.

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