Más que un mujeriego
El hasta ahora responsable de la ONU para los refugiados, acusado de acoso sexual, considera el sexismo un asunto menor
Cuando el pasado año se supo en Holanda que Ruud Lubbers, antiguo primer ministro democristiano y a la sazón comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) desde 2000 hasta ayer, había sido denunciado por acoso sexual, fue como si por fin pudiera hablarse de su marcada tendencia por el sexo opuesto. En su tierra, con dicha actitud se ganó críticas acalladas mientras estuvo en el poder. Las consecuencias de su interés por algunas damas fueron un asunto privado. Una vez que las acusaciones de intimidación sexual, que niega, han quebrado su carrera internacional, su supuesta fama de mujeriego ha adquirido categoría de "hecho sabido". Sobre todo porque, como él mismo asegura, mientras "el racismo le enfurece, el sexismo es una cuestión de mal gusto".
Mucho antes de dirigir una de las comisarías más trascendentes de la ONU, responsable de millones de refugiados en su mayoría mujeres y menores de edad, Lubbers ya expresó su opinión sobre las quejas por los avances sexuales no deseados en el trabajo. "Tengo mis dudas sobre si esos episodios que se airean son ciertos", dijo. Era el año 1984 y acababa de estrenar su primera legislatura como primer ministro de los Países Bajos. En la misma entrevista, publicada por la revista Opzij y recordada por la prensa nacional, también dijo que el sexismo "era una minucia comparado con el racismo". Heredero de la tradición política holandesa de los años setenta, con ministros que ya no eran tratados de excelentísimos señores, Lubbers era, por otra parte, adorado por su personal más próximo. En especial el femenino. Su confianza y el hecho de que siempre "anduviera colgado del brazo de alguien", le ganaron fama de accesible.
Manos largas
Para Cynthia B., la demandante de 51 años de ACNUR, las manos de Lubbers son precisamente el problema. En su denuncia afirma que la tomó por la cintura y se apretó contra su espalda al salir de una reunión. Las cuatro trabajadoras que también se han quejado de episodios similares coinciden en su rechazo a manoseos no deseados. El informe de la ONU subraya, además, el abuso de poder que supuso que Lubbers tratara de impedir que la denuncia prosperara.
Lubbers, nacido en Rotterdam en 1939 en el seno de una familia católica que poseía una importante fábrica de maquinaria, fue educado en un internado de los jesuitas. Preparado para triunfar, se doctoró en economía, entró en la democracia cristiana (CDA), fue diputado y ministro de Economía y a los 43 años era ya jefe del Ejecutivo. Enfrentado a un país en crisis, con un paro que sumaba 15.000 personas mensuales y un déficit por encima del 10%, el joven político "puso orden" como si de una gran empresa se tratara. Recortó los subsidios sociales, le dio un empujón a la economía nacional y se ganó el apodo de Ruud Shock en la portada de la revista Time. El resto de su carrera fue menos fulgurante. Su segundo Gabinete, en coalición con los liberales, duró tres años. El tercero (1989-1994), junto con los socialdemócratas (PvdA), dio paso a una victoria de estos últimos. Lubbers abandonó la política activa.
Durante todo ese tiempo, su figura algo desaliñada, así como su habilidad negociadora y su paciencia le habían convertido en una figura de fácil caricatura, aunque respetada. Su capacidad de trabajo y el escaso tiempo que dedicaba a relajarse eran tan notorios para el público como desconocido su interés por el universo femenino que le rodeaba. Como Lubbers nunca utilizó a su familia para ganar votos, ni siquiera en época de elecciones, nadie mencionó sus supuestas relaciones más notorias con una reportera y una mujer de negocios. El pacto tácito era que su vida privada le incumbía a él y a los suyos. Y su mujer, Ría, ha dicho siempre que uno de sus mayores atractivos "es el genuino interés que Ruud muestra por las mujeres". En Ginebra, sede de ACNUR, la personalidad de su marido ha sido menos apreciada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.