Soporífero empate entre Getafe y Osasuna

Aragoneses y Elía fueron los únicos que se fueron sonrientes del partido más aburrido de la temporada en Getafe. Las intenciones de los dos entrenadores eran claras desde el principio. Quique Flores, dispuesto a atacar con el resto de la armada que le queda tras lesiones como la de Pachón o ausencias como las de Cotelo y Vivar Dorado en el centro del campo -dos de los hombres con los que más cuenta-. Javier Aguirre, apostando por un dispositivo defensivo con una única consigna: enviar pelotazos largos a Milosevic para desesperación del serbio, que nuna pudo con Albiol. En el otro lado, Kome luchaba, y poco más, en su segunda titularidad.

Con el público sin paladear siquiera un control inusual o un regate eléctrico, al contrario, con una soporífera incapacidad ofensiva en ambos bandos, Aragoneses tan sólo se empleó a conciencia en un cabezazo. Sobrio y concentrado pese a la falta de trabajo, el portero cedido por el Atlético lo tiene todo a favor para suplir al lesionado Sánchez Broto, para desespero de Sergio, desterrado hace tiempo. Lo mismo debió de pensar Elía. El guardameta rojillo le debía el honor a Aguirre que, atormentado por mandar el grupo que más goles encaja junto con Mallorca y Numancia (39), castigó a Sanzol por los dos goles que regaló al Madrid la anterior jornada.

Sólo dos saques de falta llevaron el caos al área navarra. Primero fue Nano -con tres goles y único futbolista que no se ha perdido un minuto desde el arranque de la temporada- quien no aprovechó un envío de Craioveanu, y después el otro central, Belenguer, quien dilapidó un centro de Gabi a menos de un metro de la raya.

Pero quien de verdad falló un gol cantado fue Riki. El extremo del Getafe, que volvía a jugar después de lesionarse hace un mes precisamente ante Osasuna en la Copa, tuvo los tres puntos en sus botas. Gabi mandó un balón bombeado al área chica, Nano abrió a la izquierda y Riki, todavía no sabe cómo, chutó al muñeco en vez de a las mallas. Faltaban cuatro minutos para el final y era cuando los locales más achuchaban.

Consciente de la oportunidad perdida, Quique Flores se desquitó con los cuidadores del césped. Les responsabilizó del empate sin goles en un campo "en el que sólo se podía jugar a balón parado".